Inicia un nuevo año, y sin duda, uno de los propósitos que debemos contemplar en la agenda, como comunidad internacional, es el cuidado del ambiente. Sobre todo, si consideramos que los vínculos entre la biodiversidad, los servicios ecosistémicos y las actividades económicas –con énfasis en el sector agrícola– son un factor crucial no sólo para el desarrollo, sino también para mejorar las condiciones de vida de millones de personas en todo el mundo y en especial para aquellos que habitan en los países en desarrollo.

Recordemos que el año que acaba de finalizar, se caracterizó por haber batido todos los récords de las temperaturas más altas registradas en el planeta. Del mismo modo, los episodios extremos de inundaciones, tormentas, sequías, incendios forestales, brotes de plagas y enfermedades, fueron noticia en todo el orbe.

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Para nadie es un secreto que la agricultura, está considerada como uno de los sectores más expuestos y vulnerables al riesgo de catástrofes, dada su gran dependencia de los recursos naturales y las condiciones climáticas. Por lo que estos eventos negativos recurrentes, pueden menoscabar los logros en materia de seguridad alimentaria y reducir cada vez más la sostenibilidad de los sistemas agroalimentarios.

De acuerdo a datos ofrecidos por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) las pérdidas agrícolas representaron una media del 23% de las repercusiones totales de las catástrofes en todos los sectores y que más del 65 % de las pérdidas causadas por sequías se registraron en el sector agrícola. En tanto que las inundaciones, las tormentas, los ciclones y las actividades volcánicas, representaron el 20 % cada uno.

Se estima que en los últimos 30 años se ha perdido una producción agrícola y ganadera por un valor de 3.8 billones de dólares estadounidenses, debido a las catástrofes, lo que corresponde a una pérdida de 123,000 millones de dólares estadounidenses al año. Esta última cifra, en términos comparativos, correspondería a 5% del producto interno bruto agrícola mundial anual.

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Entre los principales grupos de productos afectados por esta situación, destacan:

  • Las pérdidas de cereales que alcanzaron una media de 69 millones de toneladas anuales en los últimos tres decenios, lo que correspondería a la producción total de Francia en 2021.
  • Le siguen las pérdidas de frutas y hortalizas y de cultivos azucareros, que se estimaron en una media de 40 millones de toneladas al año, en el caso de las frutas y hortalizas, las pérdidas corresponderían a la producción total de estos productos en Japón y Vietnam en 2021.
  • Por su parte, las carnes, los productos lácteos y los huevos muestran una pérdida estimada de 16 millones de toneladas anuales, lo que correspondería a la producción total de estos productos en la India en 2021.
  • Es importante señalar, que tanto en el caso de las frutas, como en el de las hortalizas, se observa una tendencia creciente de las pérdidas estimadas.

De igual forma, es preciso enfatizar que las pérdidas mundiales registran diferencias considerables entre las diversas regiones, subregiones y grupos de países. Por ejemplo, Asia registró la mayor proporción de las pérdidas económicas totales, sin embargo, las pérdidas en Asia sólo representan el 4 % del valor añadido agrícola, mientras que en África corresponden a casi el 8 % del valor añadido de la agricultura. De hecho, las brechas son aún mayores entre distintas subregiones.

El cambio climático, que contribuye a aumentar la incidencia de peligros, está entre las externalidades que está generando los mayores efectos en los sistemas agroalimentarios; aunque en los últimos años, no podemos pasar por alto las repercusiones negativas provocadas por la pandemia de la COVID-19; o enfermedades transfronterizas como la peste porcina africana en 2020 y cuyas consecuencias se hicieron más evidentes en Asia.

Reconocer que los eventos adversos –sean estos climáticos o de otro tipo– amenazan cada vez más la resiliencia de la agricultura y los sistemas alimentarios, así como la capacidad de muchas personas, especialmente las más vulnerables, de producir y acceder a alimentos; debe alentarnos –como comunidad internacional- a seguir trabajando de manera conjunta y en colaboración.

Solamente con la cooperación y la solidaridad, podremos enfrentar al hambre, la malnutrición, la pobreza y las tensiones económicas crecientes en las diversas partes del mundo.