La ganadería extensiva y la agroindustria han sido dos importantes pilares económicos del estado de Tabasco desde el siglo pasado, sin embargo, los beneficios por estas actividades son inequitativos y el costo ambiental enorme. 


A más de una hora de camino de la cabecera municipal de Tacotalpa, Tabasco, en la frontera con la selva de Chiapas, está el ejido Guayal, una comunidad con aproximadamente mil habitantes que son, en su gran mayoría, orgullosos hablantes de la lengua chol.

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La zona está llena de lomeríos y potreros que se extienden por varias hectáreas. El paisaje impresiona a primera vista por el verde intenso, pero de acuerdo con los pobladores, detrás de la belleza de su tierra se esconde un gran problema, ahí donde ahora pasta el ganado antes había selva y grandes árboles.  


Desde las primeras décadas del Siglo XX, se promovió que Tabasco fuera literalmente “el establo del país”, la actividad se arraigó en el estado al grado que se dice coloquialmente que en cada familia tabasqueña hay al menos un ganadero. Sin embargo, la actividad sólo es rentable para los grandes ganaderos. 


Quienes viven en Guayal consideran que la ganadería extensiva y la histórica falta de apoyo gubernamental han mermado la actividad agrícola. Los pequeños propietarios rentan sus parcelas para que pasten las vacas (se necesita poco más de una hectárea por cabeza), la actividad agrícola es de autoconsumo.

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El ejidatario Antonio Martínez Guzmán, comenta que las anteriores generaciones le daban más importancia a la siembra, pero dicha actividad se ha perdido poco a poco por la falta de apoyo gubernamental. 
“Antes se sembraba más y ahora los jóvenes han emigrado bastante a la ciudad, han emigrado por falta de empleo y aunque los ejidatarios tenían parcelas no había apoyo para que los jóvenes se quedaran en el ejido”, explica. 


Pero esta situación comienza a cambiar con los recursos públicos invertidos en el programa Sembrando Vida, para que los ejidatarios y sus familias siembren en sus propias tierras para autoconsumo milpas, frijolares, arroz, calabaza, yuca, macal, cebollín y perejil, intercalando árboles frutales y maderables.


La sembradora Matilde López Martínez, trabaja la parcela de su madre y explica que en sexenios anteriores los hijos de los ejidatarios estaban excluidos de los apoyos gubernamentales que se otorgaban únicamente a los titulares del certificado parcelario. 

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Ahora, desde marzo, mes en que comenzaron a llegar los recursos de los programas Sembrando Vida y Jóvenes Construyendo el futuro a la comunidad, 30 por ciento de los jóvenes que habían salido este año, han regresado a trabajar sus tierras o las de su familia.


Los productores de esta zona, organizados en tres Comunidades de Aprendizaje Campesino, han construido tres viveros de hortalizas y árboles maderables que incluyen especies como el bojón, casi extinta en la zona. Dichas plantas y árboles serán intercaladas con las milpas una vez que termine la canícula.


Hombres y mujeres de esta comunidad están entusiasmados y dispuestos a trabajar en sus parcelas, pues quieren ver de nuevo grandes espacios con árboles, preservar su cultura y mejorar su vida sin tener que migrar.