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Transformando el territorio con plazas y parques

Los parques y las plazas son quizás los espacios públicos más básicos y necesarios en cualquier sociedad humana contemporánea.

Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano | 24 de febrero de 2024
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Porque, en principio, cualquier persona puede acceder libremente a ellos y, si lo desea, estar de manera anónima entre otras personas que transitan o permanecen, con razones que atañen solo a cada una, y, por lo tanto, convivir de manera pacífica, respetuosa e igualitaria. 

Por lo anterior, aunque parezca contradictorio, los parques y las plazas son lugares idóneos para el encuentro. Porque las personas, al acceder voluntariamente a ellos aceptan implícitamente la posibilidad de entrar en contacto con otras que, de igual manera, decidieron estar ahí y compartir el espacio. Así, pueden detonarse vínculos interpersonales y, más adelante, ahí mismo o en otros lugares, fortalecerse y ampliarse. 

Más aún, al ser espacios que no pertenecen materialmente a nadie, sino, simbólicamente, a una colectividad —que puede ser desde una comunidad específica, hasta la Nación— fomentan la reunión y la expresión colectiva, con el fin de llevar a cabo una diversidad de actividades sociales —recreativas, culturales, deportivas—  y, desde luego, de carácter político: son arenas privilegiadas para el entendimiento común, la ciudadanía y el ejercicio de los derechos civiles. Dicho de otra manera, estos espacios tienen gran valor en cualquier comunidad porque en ellos todas las personas pueden ejercer su libertad y sus derechos fundamentales.

Ahora bien, partiendo de los elementos esbozados hasta aquí, vale la pena hacer un breve recuento, a grandes rasgos, del papel que han tenido las plazas y los parques urbanos en nuestra historia para tener una idea de su evolución y, así, las funciones concretas que tienen actualmente en nuestra sociedad más allá de interpretaciones teóricas. 

Los orígenes de la plaza mexicana se encuentran en las culturas prehispánicas donde era un espacio destinado sobre todo a la participación de la gente común —impedida de acceder a los edificios religiosos— en ceremonias rituales y recreaciones de mitos. Si bien en ella también tenían lugar actividades comerciales, como los mercados al aire libre, su función distintiva era ser el lugar para la comunión colectiva con lo sagrado. 

Con la llegada de los españoles, la plaza perdió su carácter eminentemente religioso —en gran medida por el hecho de que ahora la población en general sí podía entrar a los templos católicos— y cobró mayor relevancia su función como mercado. Asimismo, se convirtió en escenario de diferentes actividades: desde procesiones, desfiles, juegos de azar y espectáculos, hasta castigos y ejecuciones civiles, pasando por el acopio y distribución de noticias, el abasto de agua y el depósito de desechos. 

Con la Ilustración y la Revolución Industrial, hacia el fin de la Colonia, comenzó un proceso de transformación de las plazas mexicanas que se desarrolló a lo largo del siglo XIX y se consolidó en la primera mitad del siglo XX. El cambio consistió en disminuir paulatinamente las funciones comerciales y utilitarias y aumentar las actividades de recreación. Además, el ascenso del liberalismo político buscó sacar definitivamente la religión del espacio público y las preocupaciones de salud pública llevaron a buscar la higiene como una prioridad.

En ese momento, la plaza mexicana se constituyó como hoy la conocemos y fue este modelo el que sirvió para reproducirla cuando, a partir de la década de 1940, el país experimentó un enorme crecimiento demográfico y surgieron nuevos asentamientos poblacionales, que requirieron la construcción de espacios para el esparcimiento.

A diferencia de las plazas, la historia de los parques no se remonta a tiempos tan lejanos como los prehispánicos o los primeros siglos de la Colonia, sino al final del siglo XVIII. En ese tiempo, en la Ciudad de México se hicieron espacios para el ocio de la burguesía española y criolla, como la Alameda o el Paseo Bucareli. Fueron así lugares dedicados exclusivamente al disfrute de una parte de la población. Esta tendencia se mantuvo durante todo el siglo XIX y en los primeros años del siglo XX, cuando se creó la primera sección del Bosque de Chapultepec para uso exclusivo de las clases altas de la ciudad. 

Los parques abiertos a toda la población surgieron más bien después de la Revolución, por diversos factores mutuamente reafirmantes como los cambios políticos en favor de la justicia social, el desarrollo del deporte moderno y organizado, la expansión poblacional y el avance de los derechos humanos. 

Así, en la segunda mitad del siglo XX se construyeron la mayoría de los parques públicos a nivel federal, estatal y municipal, de diferentes escalas y con funciones también diversas: desde la apertura de la primera sección del Bosque de Chapultepec y la creación de la segunda como una gran área verde y complejo cultural en favor de la recreación y el acceso a las artes de toda la población, hasta pequeños parques en nuevas colonias de las ciudades, con jardineras y juegos infantiles pensados para el descanso y el desarrollo infantil. De igual manera, fue notable la aparición de espacios deportivos con ejercitadores, canchas y campos para el acondicionamiento físico y la práctica de deportes cada vez más populares como el básquetbol, el béisbol y, desde luego, el fútbol soccer. 

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Tras hacer un recorrido muy sucinto sobre la historia de las plazas y los parques en nuestro país, queda claro que son espacios heterogéneos que han sido moldeados de acuerdo con las configuraciones sociales de cada tiempo, reflejando necesidades, valores, y aspiraciones específicas. En ese sentido, hoy en día son lugares que sobre todo responden a una sociedad diversa que exige mayor inclusión, reconocimiento de derechos y bienestar general. Y, por consiguiente, puede decirse que hay ciertos consensos sobre las funciones que cumplen estos espacios públicos y sobre los beneficios que suponen para todas las personas, lo cual los hace deseables y, mejor dicho, necesarios para el desarrollo sostenible.

Cada vez más hay evidencia —producida tanto desde las ciencias sociales como desde las ciencias “tradicionales” o “duras”— de que los parques y plazas ofrecen múltiples beneficios a las comunidades, impactando positivamente en la salud física y mental de las personas y mejorando el entorno social, la economía y el medio ambiente. Al respecto, cabe hacer un breve listado de algunas ventajas que pueden tener estos espacios en distintos rubros:

Salud física: Permiten la activación física y la práctica del deporte, lo que contribuye a reducir el riesgo de enfermedades crónicas, como obesidad, enfermedades cardiovasculares y diabetes.
Salud mental: Ayudan a reducir el estrés, la ansiedad y la depresión al ofrecer un escape de la rutina diaria y un espacio para relajarse y despejarse. Además, la interacción con la naturaleza puede mejorar el estado de ánimo y la satisfacción general con la vida.
Cohesión social, cultura ciudadana y seguridad: Son puntos de encuentro comunitario donde las personas se conocen o fortalecen sus relaciones interpersonales por medio de actividades compartidas que pueden ir desde eventos culturales y deportivos, hasta foros de participación ciudadana. Todo ello lleva a que se creen redes de confianza y apoyo entre las personas, que buscan proteger a la comunidad.
Desarrollo infantil: Son esenciales para el desarrollo físico, social y emocional de los niños. Los juegos al aire libre y la interacción con otros niños en los parques contribuyen al desarrollo de habilidades motrices, sociales y cognitivas.
Mejora ambiental: La vegetación y áreas verdes en parques y plazas ayudan a mejorar la calidad del aire, reducir la temperatura urbana (efecto isla de calor) y aumentar la infiltración de agua al subsuelo. Además, si se siembran plantas de especies nativas, se regeneran cadenas de insectos y animales polinizadores y se reduce el consumo de agua para el mantenimiento. También, los espacios en sí pueden servir como lugares para la educación y conciencia ambiental.
Economía local: Pueden tener un impacto positivo al atraer turismo y aumentar la afluencia a los negocios locales. Además, la proximidad a parques y plazas bien mantenidos puede aumentar el valor de las propiedades alrededor.

En resumen, las plazas y parques públicos desempeñan un papel crucial para el desarrollo sostenible. Por todo ello, en este sexenio la Sedatu se dio a la tarea de construirlos, renovarlos o rehabilitarlos en sus diferentes escalas: desde pequeñas plazas o plazoletas en edificios gubernamentales, centros culturales y educativos, unidades habitacionales o centros de barrio, hasta Zócalos de ciudades importantes o de capitales estatales; desde jardines vecinales, hasta parques urbanos de varias hectáreas con polideportivos y zonas inundables. Además, todas las obras se hicieron escuchando a las comunidades, con el fin de que los espacios lograran satisfacer las necesidades y aspiraciones contemporáneas, pero también preservar sus funciones históricas y tradicionales.

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