El pueblo otomí-chichimeca, asentado en la zona semidesértica del Estado de Querétaro, en el centro de México, ha conservado un conjunto de tradiciones que son testimonio de su relación excepcional con la topografía y el medio ambiente circundantes. Su entorno cultural está presidido por el triángulo simbólico que forman la Peña de Bernal y los cerros del Zamorano y el Frontón. Todos los años, los otomí-chichimecas se congregan para ir en peregrinación a estas elevaciones sagradas llevando cruces milagrosas, a fin de impetrar la lluvia y la protección divina, venerar a sus antepasados y exaltar la identidad y continuidad de su comunidad. A lo largo de todo el año tienen lugar otras festividades comunitarias que constituyen todo un calendario de celebraciones de ritos centrados en el agua –un elemento sumamente escaso debido al clima de la región– y que exaltan la capacidad de resistencia del pueblo otomí-chichimeca. La celebración de los ritos suele efectuarse en capillas familiares privadas consagradas al culto de los antepasados, o se manifiesta con la elevación de los chimales –imponentes estructuras temporales construidas con carrizo y recubiertas de plantas silvestres– que son ofrendas y símbolos de la resistencia, la vitalidad y sentimiento identitario de la comunidad. El vínculo entre la cultura espiritual y el espacio físico ejerce una influencia en el arte de la región –en particular en las imágenes religiosas, las pinturas murales, las danzas y la música– y las costumbres que encarnan ese vínculo son componentes esenciales de la identidad cultural de la comunidad.
el levantamiento del Chimal.

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San Miguel Tolimán resguarda la mayor población otomí del semidesierto queretano. Aún con la eventual modernidad, la mayoría de sus habitantes siguen conservando algunas de sus costumbres y tradiciones: creencias religiosas, ceremonias y la lengua indígena que prevalece.
Cada 27 de septiembre, el pueblo de San Miguel Tolimán completa su temporada de fiestas patronales dedicadas a San Miguel Arcángel con la imponente elevación del Chimal: una ofrenda —casi torre— de 23 metros de alto, elaborada con madera, carrizos, hojas de sotol y revestida con flores, frutos, pan y tortillas.
En realidad, el levantamiento del Chimal comienza ocho meses antes con un maratónico vaivén de fiestas, danzas, misas, comidas y otras tantas celebraciones. Después de los múltiples festejos, el ciclo ceremonial culmina con la edificación de la monumental ofrenda frente al atrio del templo local. Ese día, Tolimán desborda su mestizaje entre cruces, aguardiente, cuetes, bendiciones, más de cien hombres alzando con cuerdas el Chimal y un tumulto de espectadores que contemplan ansiosamente el despegue del pintoresco estandarte dedicado a la abundancia venidera.
La palabra «chimal» viene de la voz náhuatl que significa escudo. El levantamiento como la colocación de un emblema que abriga a la comunidad de los malos augurios, símbolo de la resistencia prehispánica ante las fuerzas virreinales y protector de la cultura semidesértica en pleno siglo xxi; un imperdible homenaje al fervor mestizo.

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