Entre las distintas manifestaciones musicales de los ciclos ceremoniales y festivos de la región, vinculados con su calendario agícola, encontramos Pascolas y Matachines, danzas propias de las fiestas de patio o awílachi.

La danza de Pascol, probablemente originaria de los pueblos cahíta (yaqui y mayo) -que llegaron a la Sierra Tarahumara acompañando a los jesuitas-, es común ahora entre los grupos mencionados, además de los rarámuri, seris, pimas, guarijíos y pápagos, y se interpretan en fiestas civiles por su carácter cómico pero también en celebraciones religiosas como la culminación de la Semana Santa como parte del ritual que reestablece el orden de la vida cotidiana.

La música en la Sierra Tarahumara, la voz que corre por montañas, mesetas y barrancas.

Entre los rarámuri son generalmente tocadas con violín y guitarra (la cual se ejecuta únicamente rasgueando las cuerdas), violín y chapareke, o solamente con chapareke. Este último instrumento de cuerda que algunos estudiosos consideran de origen prehispánico y otros colonial, se hace con el quiote seco de la planta de sotol, al que se le colocan longitudinalmente tres órdenes de cuerdas, y un puente. El chapareke se sostiene con los dientes, de manera que la boca funciona como caja de resonancia; las cuerdas se puntean con los dedos. Los chaparekes varían de tamaño, algunos llegan a medir hasta un metro de longitud. Desafortunadamente, el chapareke forma parte del instrumental de cuerda que ha entrado en desuso entre los indígenas del noroeste del país,junto con el enneg seri y el monocordio yaqui.

Otro instrumento que acompaña ocasionalmente a la dotación de Pascolas es el bule, idiófono de ludimiento común a toda la región norte que consiste en un palo de madera con canaletas transversales hechas en su superficie, apoyado por uno de sus extremos en una calabaza o bule colocada boca abajo como caja resonadora que se tañe raspando el palo con una pequeña vara; el bule sólo se emplea durante la fiesta de la raspa del peyote como un instrumento de función estrictamente ritual. Es importante advertir la presencia de este instrumento entre varios pueblos del noroeste (yaquis, mayos y pápagos) y en el occidente de México (huicholes), de hecho, se tiene referencias de su existencia - aunque hecho de hueso humano- entre los mexicas y que recibía el nombre de omichicahuaztli.

Los danzantes de pascolas tarahumaras, al igual que yaquis, mayos, seris y guarijíos, se acompañan de chayéguaris o tenábaris. Este instrumento consiste en sartales de capullos de mariposa que contienen pequeñas piedras y son amarrados por pares en un cordón; la hilera resultante es enredada alrededor de los tobillos de los danzantes.
En algunos lugares los chayéguaris llegan a medir más de tres metros; sin embargo, en la actualidad es más común que midan menos de un metro. El danzante de pascal, llamado pascolero, viste ropa de uso diario cuando se presenta en celebraciones fuera de la Semana Santa. Baila siempre frente a los músicos, y complementa con su suave, pero constante zapateo, la rítmica música de las pascolas.

La música en la Sierra Tarahumara, la voz que corre por montañas, mesetas y barrancas.

La danza de matachines es también de origen europeo y común a muchos grupos étnicos del norte de México y del suroeste de los Estados Unidos; en el caso de su versión rarámuri la encontramos en el marco de las fiestas patronales y durante la temporada de invierno. La danza de matachines representa la lucha entre los invasores islámicos y los cristianos en la Península Ibérica. Carla Bonfiglioli sostiene que esta danza fue introducida a la Sierra Tarahumara por los misioneros jesuitas a principios del siglo XVIII, y que desde entonces ha sufrido pocos cambios en su parafernalia y función simbólica. El vestuario de matachines entre los rarámuri incluye una corona, un paliacate en la cintura, capa blanca, sonaja, palma y huaraches, indumentaria que forma parte de la conducta sobria que debe guardar el danzante matachín obligado a cumplir sobriamente con el ritual.

La música de matachines es tocada con dos cordófonos: violín y guitarra, variando la cantidad de ellos e incluso, variando también, el número de órdenes de cuerdas, por ejemplo, se conocen guitarras de siete. Los danzantes llevan sonajas (maracas), idiófonos de sacudimiento llenas de piedritas o semillas y los chayéguaris, que suenan cuando el músico los sacude con diferentes ritmos e intensidades.

En este fonograma se incluyen también piezas de matachines o'dame de Semana Santa, que además del violín y la guitarra utilizan tambora o rampara, un bimembranófono de marco que se construye a partir de un aro de fresno al que se le colocan dos parches, generalmente de piel de chivo, tensados de cuero a cuero por amarres en forma de zig-zag. La membrana que no es percutida está atravesada diametralmente con una cuerda a manera de redoblante; en ocasiones los tambores acompañan a una flauta de carrizo.

La música en la Sierra Tarahumara, la voz que corre por montañas, mesetas y barrancas.

Escuchar las piezas del fonograma "Pascolas y Matachines" en Soundcloud.