En la actualidad, el EMP es un Órgano Técnico Militar y de probada institucionalidad, cuyas tareas son determinantes para el ejercicio de las funciones del Ejecutivo Federal. El surgimiento y desarrollo del Estado Mayor Presidencial ha respondido a las condiciones históricas que el país ha vivido desde que inició su vida independiente. Así, aunque con diferentes denominaciones y características, ha estado presente en la vida institucional de México, coadyuvando con el Presidente de la República en las tareas inherentes a su investidura y garantizando su seguridad personal.

La primera referencia sobre la existencia de una corporación militar cercana a la Presidencia de la República con funciones de protección y ayuda al mismo tiempo, se da desde el inicio de la vida independiente de México. Agustín de Iturbide contó desde 1823 con un denominado Estado Mayor; aunque esta función fue muy breve dado que dejó el gobierno el 19 de marzo de 1823. Posteriormente, Guadalupe Victoria se apoyó en una Ayudantía General integrada por dos asistentes, los Coroneles de Infantería José M. Mendoza y de caballería José M. Jiménez. Sin embargo no será sino hasta bien entrado el siglo XIX cuando se emite el primer Decreto Presidencial respecto a la constitución de un Órgano Técnico Militar cercano al Presidente.
Capitán Gustavo Garmendia.

En 1846, en la época de la intervención de los Estados Unidos, el gobierno interino de Mariano Paredes y Arrillaga firmó dicho Decreto por el cual se crearía un Estado Mayor Facultativo, que estaría bajo las órdenes del Poder Ejecutivo, el cual reglamentaría sus funciones, quedando integrado por un General en jefe, 6 ayudantes coroneles y 18 segundos ayudantes capitanes. Es de suponer que, por lo breve del mandato de Paredes, esta disposición no transcendió, pero sin duda sentó un precedente importante en la formalización de esta institución militar.

En la segunda parte del siglo XIX, el ejército desempeñó un papel muy importante en la vida pública mexicana, por lo que figuraron corporaciones militares que estuvieron muy cerca de los principales actores  políticos llevando a cabo tareas de protección e incluso consejo. En 1851, por instrucciones del Presidente Mariano Arista, el Estado Mayor quedó integrado por siete elementos.

Posteriormente, cuando Antonio López de Santa Anna regresó por undécima ocasión a la Presidencia de México en 1853, cambió el nombre del Estado Mayor por el de “Estado Mayor de su Alteza Serenísima”, denominación que al caer Santa Anna volvería a ser la de 1851, fundamentada además con la publicación de un Reglamento firmado por el General Ignacio Comonfort en 1857 en su calidad de Presidente de la República. Este reglamento especificaba que el Estado Mayor del Presidente de la República estaría integrado por un general de brigada efectivo o graduado y diez jefes u oficiales, no pudiendo excederse de este número. Sin embargo, esta ordenanza militar no pudo ejecutarse debido a la crisis política que desencadenó la Guerra de Reforma.

Durante el Imperio de Maximiliano de Habsburgo, el círculo cercano de militares fue llamado “Gabinete  Personal de su Alteza”, Entonces se encargaba de elaborar estudios y coordinar las actividades del Emperador. Desapareció al ser derrocado el imperio.

Mientras defendía el gobierno y las instituciones republicanas, Benito Juárez careció de un Estado Mayor formal, pero se sabe que durante su exilio en la Guerra de Reforma y la  Intervención Francesa, fue acompañado por un reducido grupo de militares que se encargó de su seguridad y lo asistió en sus actividades. Asimismo, Sebastián Lerdo de Tejada únicamente contó con el irrestricto apoyo de una fracción del Ejército.

Teniendo como antecedente la instauración de la Jefatura de las Residencias Presidenciales de 1888, el general Porfirio Díaz instituyó el Estado Mayor del Presidente de la República en mayo de 1895. Para 1900, el Reglamento estipuló que un general o coronel ejercería como Jefe del Estado Mayor, cuatro jefes serían ayudantes de campo, con cuatro subalternos que ejercerían como oficiales de órdenes. Así, esta corporación estaría integrada exclusivamente por oficiales del Ejército y la Marina.

Ellos tendrían la misión de verlar por la seguridad personal del Personal del Presidente de la República, prestar servicios técnicos y servir como vínculo entre la Presidencia y la Secretaria de Guerra y Marina. Se estableció que la misión del Estado Mayor sería proteger al Presidente, obedeciendo además las órdenes y desempeñando las comisiones que le confiriera. Asimismo, todos los nombramientos serían publicados en el Diario Oficial. Desde esa época, la discreción y la reserva de los asuntos encomendados a sus integrantes ha sido el valor fundamental que lo caracteriza. Ello llevó a la formalización institucional del Estado Mayor, definiendo por primera vez códigos de conducta para el cumplimiento de sus funciones. También se distinguió de las otras corporaciones militares usando un uniforme e insignias propias. Destacaba como un procedimiento de seguridad que en caso de alarma se presentaría todo el Estado Mayor a caballo en el palacio Nacional o en la residencia del Presidente. Los caballos de este organismo eran propiedad de la nación y eran mantenidos en el Cuartel de Gendarmes del Ejército.

En las ceremonias dentro de Palacio Nacional, el Estado Mayor se presentaba en traje de gala del cuerpo, así como las insignias del arma de la que procedían y con las de ayudantes de campo.

Estos se colocaban próximos al Presidente para recibir sus órdenes, permaneciendo a las puertas del salón. Cuando el mandatario asistía a pie a las ceremonias fuera del Palacio, acompañando de su gabinete, el Estado Mayor asistía en traje de gala y se colocaba inmediatamente después de los Secretarios de Estado y Cuerpo Diplomático.

El papel, funciones y visibilidad del Estado Mayor instaurado durante el Porfiriato se diluyó frente a la actividad armada iniciada en 1910, esto a pesar de que la organización seguía respondiendo a lo estipulado en los Reglamentos. Al triunfo del maderismo esta institución adquirió relevancia por sus acciones de lealtad hacia Francisco I. Madero: no sucumbieron ante el intento del General Félix  Díaz de pasarse al bando disidente. Así que, valientemente, se opusieron al golpe de estado que llevaría a cabo Victoriano Huerta y otros militares.

“Al Presidente nadie lo toca.”
Capitán Gustavo Garmendia.