El distanciamiento social nos forzó a reducir las relaciones personales a la mediación de la tecnología disponible, aceleró la economía digital y mostró que el acceso al conocimiento y la democratización de los saberes depende del consumo y la disponibilidad de la base digital.
Para continuar con las actividades académicas, el gobierno de México instrumentó el programa Aprende en casa , esfuerzo del profesorado que fue reconocido por las y los estudiantes, quienes expresaron, en la consulta de la Secretaría de Educación Pública (SEP) que no fueron satisfechas sus necesidades de inclusión en cuanto a sus ritmos y estilos de aprendizaje, señalaron dificultades de acceso y disponibilidad a tecnologías de información y a una lengua diferente al español en la red, además aumentó la violencia de género y faltó apoyo en los hogares.
La SEP reconoce en la introducción al nuevo plan de estudios que “el confinamiento significó estrés, desequilibrio emocional, depresión, aburrimiento e incertidumbre. Se redujeron los ingresos familiares, aumentó el consumo de comida chatarra, bebidas alcohólicas y otras sustancias nocivas; hubo sobrexposición a videojuegos, televisión y redes sociales. Enfrentamos deserción escolar y, lo más grave: aumento en la tasa de suicidios (12 por ciento) de niñas, niños y adolescentes en edad escolar. […]
Fue necesario replantearse el ejercicio mismo de la docencia, hubo que trasladarse a las comunidades y levantar salones de clase en espacios rurales abiertos para que quienes no tenían medios tecnológicos continuaran estudiando”. Hoy más que nunca hay necesidad de escuchar al estudiantado y resignificar el papel de la escuela. Es urgente revalorizar la educación y fortalecer su relación con la vida comunitaria.
La Nueva Escuela Mexicana se trata de un paradigma educativo que reconoce que en la vida escolar hay personas de diferentes pueblos, grupos y comunidades, con distintas condiciones de salud, migración, orientaciones sexuales, identidades de género y estilos de vida; donde se expresan lenguas de diversos grupos étnicos, con preferencias culturales y políticas distintas.
La comunidad debe ser el núcleo integrador de los procesos de enseñanza y aprendizaje y es fundamental dar prioridad a la opinión de los niños y adolescentes sobre los derechos que los protegen, los problemas y decisiones que afectan su vida y la de su entorno; e integrarlos en los espacios en los que conviven, dentro y fuera de la escuela. Las relaciones escolares tendrían que ser libres de cualquier violencia, abuso y acoso físico, sicológico o sexual.
El nuevo paradigma implica un esfuerzo colosal de toda la sociedad, para transformar a mediano y largo plazos las mentalidades, para fortalecer la participación de las comunidades y de las familias, como parte de una sociedad diversa y plural que debe coadyuvar para formar a las nuevas generaciones con principios de solidaridad, igualdad sustantiva, sexual y de género, así como de libertad, interculturalidad, justicia ecológica y social.
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