Por Rafael Diep

Nuestra vida diariamente está formada por rutinas, sobre todo en lo referente al ámbito laboral; generalmente nos levantamos a cierta hora diariamente; desayunamos en la casa o fuera de ella (como parte de la cotidianidad); abordamos el camión, el metro, metrobus, taxi, o una combinación de ellos, cotidianamente para llegar a nuestro destino, y esta es una rutina compartida por millones de personas.

La rutina se define como una costumbre o un hábito que se adquiere al repetir una misma tarea o actividad muchas veces. Esto implica una práctica que, con el tiempo, se desarrolla de manera casi automática, sin necesidad de utilizar el razonamiento.

Sin embargo, cada uno de nosotros asume la idea de una rutina de manera positiva o negativa (depende de cada persona), pues depende de la forma en que vemos el mundo. Pues muchas veces algo rutinario lo asociamos con algo tedioso o aburrido; esa es la principal razón de que consideremos a los periodos vacacionales como la ruptura de la rutina, el abandono de las obligaciones laborales o académicas, que debemos realizar siempre.

Si consideramos que la rutina es una cosa negativa podemos decir, por ejemplo: “no quiero trabajar en una oficina: odio la rutina”, “la verdad es que me aburre la rutina”, “vamos a pasar el fin de semana a la playa para romper con la rutina y recuperar la pasión”.

Sin embargo, para quienes la consideramos como algo positivo, la rutina es un mecanismo que brinda seguridad (minimiza los imprevistos), por ejemplo: “a mí, la rutina me otorga seguridad y tranquilidad”; al mismo tiempo me permite ahorrar tiempo (al evitar las tareas poco frecuentes).

*Consulta el artículo completo en la Revista Mundo del Trabajo No. 129