Cuando estaba a punto de concluir mi preparatoria, tenía sentimientos encontrados, me sentía feliz, pero al mismo tiempo me sentía angustiada porque no sabía que seguía para mí, puesto que no contaba con el apoyo de nadie para continuar estudiando, pero en el fondo de mi corazón sentía que algo tenía qué hacer.

Un buen día, en la escuela donde estudiaba, nos reunieron en el auditorio para una plática informativa. Jamás imaginé que esa platica me cambiaría la vida y los planes por completo. Esa fue la primera vez que escuché hablar sobre el Conafe. Nos explicaron a grandes rasgos lo que era, a lo que se dedicaban y las oportunidades que ahí podíamos encontrar, así que no lo dudé ni un instante y sólo pensé que era una gran oportunidad. Por increíble que parezca fui la única realmente interesada.

Llegué emocionada a mi casa a compartir la noticia y me decepcionó que en vez de sentir apoyo, sólo me pusieron trabas. Me dijeron cosas como “eso no es para ti, tienes que saber maya, te van a mandar lejos”, etcétera. Sin embargo, eso no me desanimó, sólo pensé “puede que mi tía tenga razón, pero qué puedo perder con intentar”.

El día de la partida llegó, llevaba conmigo todas las emociones, miedos y esperanzas en la maleta y con 100 pesos en el bolsillo, esperando poder avanzar en la vida, aunque la vida siempre se empeña en complicarme las cosas un poquito.  Al comenzar este viaje partí sola, sin la compañía de nadie que me orientara, y para colmo, los responsables del Conafe se comprometieron a recogernos en Hecelchakán para llevarnos al albergue de Pomuch. No tenía ni idea de cómo llegar. Cualquier otra persona hubiera regresado a su casa, pero esa no era una opción para mí, no iba a llegar derrotada tan pronto, así que me fui en busca del albergue.

Al llegar, casi no había nadie, nunca olvidaré a Eddy, el Asistente Educativo quien fue el encargado de recibirme. Poco a poco se fueron incorporando el resto de las figuras y comenzó la formación intensiva; un mes completo más la práctica de campo. Finalmente, llegó el momento esperado, las asignaciones a comunidad. Fui asignada a la comunidad de Mucuychakan perteneciente al municipio de Campeche.

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La comunidad fue una maravilla, nos trataron bastante bien, ambos permanecíamos durante todo el mes, por lo que los fines de semana salíamos a manejar bicicleta o nos invitaban a comer; realmente estoy muy agradecida con la gente de la comunidad porque siempre nos sentimos apachados y consentidos.

Sobre mi experiencia educativa, les cuento que teníamos 19 alumnos, pero quiero para platicarles de un alumno muy especial para mí. Sergio, un niño alegre, amable, sociable, con un poquito de problemas de atención y que había repetido el ciclo con anterioridad. Los instructores anteriores no creían en él, lo trataban como uno más del montón; sin embargo, siempre apoyé a todos por igual, pero él en especial se ganó nuestra confianza y aprendió a confiar en nosotros. Siempre lo apoyamos con todas sus dudas, logrando grandes avances. Concluyó su primaria con buenas calificaciones y se convirtió nuestro gran orgullo. Actualmente, aún mantengo contacto con Sergio, él ya es un adulto, y a pesar de sus dificultades fue el único de todo el grupo que logró concluir una licenciatura. Me siento muy satisfecha por ese logro porque yo sabía que era y es capaz de eso y mucho más.

Regresando a mi historia, después de concluir un año dando de servicio educativo, me invitaron a continuar como capacitador tutor, propuesta que acepté de inmediato, ya que tenía planeado participar un segundo año para convertirme en becario solidario, y obtener el beneficio de la doble beca.

Cada etapa en el Conafe fue fundamental para mí, tanto en lo personal como en lo profesional, ya que en cada momento aprendí cosas nuevas, perdí el miedo a intentar, a pedir aventón, a afrontar nuevos retos sabiendo que ganarás experiencias de vida que formarán parte de ti para siempre.

Después de mi segundo año me invitaron a ascender como Asistente Educativo (AE), y por fin, fue ese momento en el que me inscribí para continuar con mis estudios. Esta etapa fue una de las más difíciles, Conafe era muy demandante en cuanto al trabajo, entre los horarios, las visitas a comunidad, las tutorías, y todo lo que conlleva, para luego llegar a casa y tener que hacer tareas, limpiar la casa, sacar a pasear al perro, sumado al estrés de los gastos.

Hoy, miro hacia atrás, y ni siquiera sé cómo lo logré, tenía que pagar colegiatura mensual, la renta, la luz, el internet, la comida, a pesar de recibir el apoyo económico del Conafe, parecía una misión imposible, pero logré subsistir.

Estuve como AE durante toda mi vida como estudiante y creo que es momento de decir que le agradezco tanto a Conafe porque apareció como una gran oportunidad a mi vida, pero también para regalarme sueños y cambiar mi vida. Aprovecho la oportunidad para agradecer mi paso por el Conafe, porque conocí grandes amigos, personas que formaron y formarán parte de mi vida para siempre, en especial, al coordinador Marcos Aldana y a la coordinadora Rocio Montero Carballo, porque estuvieron y han estado presente en mi vida y les estaré eternamente agradecida.

Después de 7 años, conseguí la meta por la que había llegado a Conafe; concluí mi carrera como Psicóloga Educativa, y aunque el alma se me partía en mil pedazos, no podía quedarme, porque, aunque duela Conafe solo es el paso, el medio para avanzar y tarde que temprano el camino debe continuar.

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Después salir del Conafe, comencé a trabajar en una escuela particular, cabe mencionar que durante este proceso y con apoyo de mi pareja, ahorramos para pagar mi titulación. Después de dos años, por fin obtuve mi título, así que decidí presentar el examen de admisión de la Secretaría de Educación para ser acreedora a una plaza federal. Durante todo el proceso mi mentalidad como siempre era intentarlo y que si no quedaba no pasaba nada, siempre podía volver a intentarlo.

Al fin salieron los resultados, con los nervios de punta revisé mi cuenta, la página no cargaba, cuándo comenzó a cargar salía todo menos lo más importante y cuando por fin apareció, mi corazón latía a mil por hora, no podía creerlo, fui el número 46 de prelación y había 96 plazas disponibles. Ese momento lo fue todo para mí, todas las desveladas, los retos, los días sin comer, todos los sábados de 8 am a 8 pm en la escuela, todo estaba rindiendo su fruto en ese preciso momento.

Después ya todo fue cuestión de trámites, estuve durante un año dando clases en los Laureles, para luego ser asignada a mi centro de trabajo fijo en Candelaria, Campeche, donde me encuentro hasta el día de hoy.

Conafe fue una gran experiencia de vida, porque me ayudó a conquistar una meta que en algún punto pensé inalcanzable, costó dinero, lágrimas, desvelos, cansancio, pero también alegrías, grandes experiencias y aprendizajes que tendré toda la vida.

Conafe no sólo me dio esa oportunidad de continuar con mi educación profesional, también conocí al amor de mi vida; entramos al mismo tiempo y aquí seguimos, casados y disfrutando de nuestro hijo. Mi vida no fue fácil, pero agradezco tanto cada reto, cada aprendizaje ya que gracias a todo estoy hasta donde siempre quise llegar.

Soy una persona luchadora, fuerte, capaz, sin miedo a perder, sin miedo a caer. Mi paso por esta institución sólo vino a reforzar cada parte de mí, por eso hoy y siempre, el Conafe formará parte de mi vida.

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