En el orbe de la mitología griega las musas fueron nueve seres femeninos muy importantes que simbolizaban las divinidades tutelares de las artes y de las ciencias. Con el pasar del tiempo la expresión fue utilizada para designar a la mujer cuya producción artística llegaba a ser considerada excelsa. En México se reconoce a Sor Juana Inés de la Cruz como la décima musa sin embargo no ha sido la única mujer mexicana que ha caminado por la senda de las artes y la ciencia, sino que a lo largo del tiempo diversas mujeres han sobresalido en dichos campos, sin embargo, por determinadas circunstancias culturales han permanecido olvidadas o a la sombra del género masculino.

Por fortuna sus obras son el testimonio de esa huella en el progreso cultural y científico del país, miles son las musas mexicanas que regresan del pasado, entre ellas se puede mencionar a la poeta y pintora Carmen Mondragón  quien a lo largo de su vida se entregó al dinamismo artístico de su época, dejando una impronta creación literaria y pictórica ejemplo de la vanguardia de la década de los veinte, que en tiempos recientes ha sido redescubierta. 

La artista mantuvo una estrecha relación con otros homólogos como fue el caso de Gerardo Murillo Cornado mejor conocido como Dr. Atl, quien se refirió a Carmen Mondragón como «Nahui-Olin» palabra náhuatl que designa el poder del sol que permite hacer girar a los planetas y renovar el ciclo del cosmos.

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Entre las principales obras de Nahui-Olin se puede mencionar Óptica cerebral: poemas dinámicos, la cual se resguarda en el Archivo General de la Nación[1] y permite acceder a la manera de pensar de la artista modernista que, junto con Frida Kahlo, Tina Modotti, María Izquierdo, Lupe Marín, Lola Álvarez Bravo, sostuvieron una conspicua crítica hacia los problemas sociales, políticos y culturales de su momento, tal como demuestra su poema “Las generaciones en Bestiales Criminales”:

El crimen macho de las generaciones es engendrar el espíritu y la carne, y dentro la carne el espíritu y de la carne y el espíritu la humanidad, que es la vergüenza de una impotencia, en su forma más humillante —Nacemos para justificar la dependencia de una fuerza —y es testimonio de inferioridad —somos un  imposible y llevamos dentro una tormenta, una descarga eléctrica, destinada a poner nuevas fuerzas en movimiento. Y son fuerzas que entran en el movimiento continuo de los cosmos. —

El crimen de la ola roja de las generaciones es la rebeldía del espíritu encarcelado en la impotencia de la materia. —

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A través de sus poemas se definió como una mujer rebelde y libre, cuyos ojos verdes fueron “un millar de fibras microscópicas, sensibles al contacto de todo átomo viviente, en toda su materia, en toda su esencia”, con los cuales pudo observar la misoginia social, política y legal que vivían las mujeres de su época, las cuales eran aprisionadas desde su nacimiento a tener una vida de acuerdo con los valores impuestos por la estructura patriarcal misma que fue denunciada a través de su poema “El cáncer que nos roba vida”:

El cáncer de nuestra carne que oprime nuestro espíritu sin restarle fuerza, es el cáncer famoso con que nacemos —estigma de mujer— ese microbio que nos roba vida proviene de leyes prostituidas de poderes legislativos, de poderes religiosos, de poderes paternos, y alguna enormes, enanizados por mayor crueldad y sabiduría agrícola que la de los japoneses— y flores marchitas de invernadero, temerosas, tiemblan frágiles en la atmósfera pura —el sol las consume, la tormenta de la lucha de la vida con sólo su rumor las mata, y son víctimas de crímenes cínicos de poderes legislativos, de poderes religiosos, de poderes paternos, y esas víctimas cobardes paren, porque no tienen seguridad en ellas mismas, generaciones de nulidades enfermizas.

Mas otras mujeres víctimas también de esos poderes y en las que la carne impera, saltan por todo y van por el mundo con carne temblorosa de deseos —cortesanas humilladas por leyes gubernamentales—  y aunque atormentadas por las mismas pasiones, van otras, fanáticas, que azotan con religiones, y amenazan, vulgares sus carnes podridas de pasiones y deseos extinguidos…

Mas otras mujeres de tremendo  espíritu, de viril fuerza, que nacen bajo tales condiciones de cultivadas flores, pero en las que ningún  cáncer  ha podido  mermar  la independencia de su espíritu y que a pesar de luchar contra multiplicadas barreras que mil poderes les imponen, más que al hombre a quien le han glorificado su espíritu facilitado sus vicios —con esas multiplicadas barreras que mil poderes les imponen—  y desarmadas, con débil carne de invernadero, luchan y lucharán con la sola omnipotencia  de su espíritu que se impondrá por la sola conciencia de su libertad —bajo yugos o fuera de ellos— y la civilización de los pueblos y de los hombres hará efectivo el valor de seres de carne y espíritu como ellos. Mas las otras pobres flores —arbustos enanizados— traen consecuencias  del cáncer hereditario a las nuevas generaciones y paren seres pequeños e intoxicados, sin fuerza de espíritu, sin fuerza de cuerpo, que significan degeneración universal —y el problema de la educación se yergue para crear la fuerza que ha de sostener a seres enfermos del cáncer que roba la vida.

La feminista Nahui-Olin luchó por la libertad de la mujer hasta los últimos días de su vida, acto que la llevó a ser señalada como “loca”, estigma que sin duda afectó su nombre, pues sus libros no han sido reeditados a pesar de su valor histórico, artístico y cultural, que enriqueció la literatura hispanoamericana, no obstante, su obra puede ser leída en espacios donde se resguarda el patrimonio documental del país como es el caso del AGN.  

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[1] AGN, Propiedad Artística y Literaria, Caja 467, exp. 3564.