Conocer una lengua siempre es la mejor forma de conocer una cultura, de conocer su cosmovisión y su perspectiva frente a los sentimientos, la naturaleza, el espacio, etc. Cuando conocemos nuevas palabras que no existen en nuestra lengua se nos abre el panorama para entender que hay mucho más allá afuera y es una invitación a ver la vida desde otra manera. Si bien los frailes que llegaron a México para evangelizar no pensaban en conocer una nueva forma de expresión y pensamiento, sí se vieron obligados a aprender las lenguas nativas de México para poder predicar y convertir a los indígenas al catolicismo.

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Vayamos más atrás en la historia, demos un salto a 1580 cuando la Corona de España dictó la orden de enseñanza de lenguas indígenas para una mejor tarea de evangelización, pero fue hasta 1586 que se incluyó la cátedra de lengua mexicana, es decir, el náhuatl: “En la cédula se estipuló que esas lecciones serían de “lenguas generales”, esto es, las más extendidas, lo cual, facilitaría su enseñanza y aprendizaje. Además, con ello se pretendía combatir la fragmentación lingüística a través de la difusión de las lenguas más generalizadas, principalmente el quechua y el náhuatl, para las cuales se contaba ya con vocabularios y Artes franciscanos y dominicos” (Pérez, 2009, p.49). ¿A qué se refiere con fragmentación lingüística? Bien, si actualmente existen 68 lenguas y 364 variantes imaginemos la variedad de lenguas y dialectos que había en el siglo XVI y el trabajo tan exhaustivo que hubieran tenido que hacer los frailes si hubieran querido conservarlas todas. Lo contrario de la fragmentación es la unificación y el náhuatl era la lengua nativa más hablada y por ende la más viable para enseñar a los indígenas y después estaba el español como lengua de prestigio y nuevamente unificadora.

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Pero no todo era creación de gramáticas y enseñanza, había personas que no estaban de acuerdo con la preservación de las lenguas indígenas:

Otros, como Hernando Ortiz de Hinojosa […] suponían que la pervivencia de las lenguas contribuía a la marginación de los indígenas y a perpetuar su miserable condición. […] La razón para enseñar el español a los indios era ahorrar un trabajo excesivo a los ministros, por la dificultad y variedad de las lenguas, algunas de las cuales –escribió Hernando Ortiz– no se podían escribir con ningún género de caracteres, apenas eran pronunciables e imposibles de aprender (Pérez, p. 58-59).

Ahora sí, hilemos la información con el documento de la cátedra de otomí, lengua que se encontraba dentro de “las impronunciables” de las que habla Ortiz ya que se veía “como una “lengua pobre y defectuosa” desde el punto de vista léxico y gramatical” (Villegas, 2006, p.289), aquí encontramos el primer punto a destacar: impartir una clase de una lengua extranjera implica entenderla de forma oral y escrita, comprender la sintaxis y obviamente tener la habilidad para hablarla, esto quiere decir que a pesar de las dificultades que suponía en un inicio, se pasó a comprender, pronunciar y escribir el otomí.

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Sin embargo, aquí se deriva el siguiente problema y es que no había personas interesadas en el aprendizaje de las lenguas nativas salvo algunos frailes: “la lengua náhuatl era poco afín a los estudios universitarios, pues era vista como un saber utilitario” (Pérez, p. 57). Es impresionante ver que desde aquellos años las personas ajenas a la tarea de evangelización estuvieran desinteresadas en aprender otras lenguas, pero también es comprensible debido al prestigio de lo español, además, las carreras impartidas en la Universidad tenían una relación más estrecha con el latín y si no fuera suficiente las lenguas indígenas se dejaban de lado porque “eran consideradas por algunos como insuficientes para acceder a las verdades del cristianismo, al dudarse sobre su capacidad para reproducir cabalmente los conceptos mediante ellas” (Pérez, p. 58).

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Ahora sabemos que cada lengua pertenece a una familia, tiene una sintaxis diferente y de su importancia como patrimonio cultural. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI) y el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM son algunas instituciones que luchan por dar mayor difusión y provocar el interés hacia las lenguas indígenas como el zapoteco, el maya, el totonaco, el mixteco, el otomí e incluso el náhuatl que es de los más

conocidos. Es una tarea difícil cuando estas instituciones tienen que luchar con una discriminación que se arrastra desde la época de la Nueva España y es que no se trata de ver qué lengua es mejor que otra, se trata de entender lo que cada una nos ofrece, y apreciar su belleza intrínseca, tenga el origen que tenga.

¿Puedes ver todo de lo que uno se entera gracias a un documento de unas cuantas fojas? Ven al Archivo General de la Nación, consulta un documento y encuentra todo aquello que lo compone o que lo precede y compáralo con lo que te rodea pues como ya dijo Ángel Ma. Garibay (1957) “mucho habrá mudado de lo que yo consigno: ésta misma es una razón para guardar los datos de un ayer” (p. 10).

REFERENCIAS:

Garibay, Á. Ma. (1957) Supervivencias de cultura intelectual precolombina entre los otomíes de Huizquilucan, Ediciones especiales, núm. 33, México: Instituto indigenista interamericano, p. 46.

Pérez, P. L. (2009) La creación de las cátedras públicas de lenguas indígenas y la secularización parroquial. Revista Estudios de Historia Novohispana (EHN), núm. 41, p. 45-78.

Villegas, M. (2006) Garibay y la lengua otomí. En Rosa Brambila Paz (Ed.), Los otomíes en la mirada de Ángel Ma. Garibay (p. 287-301). Toluca, Edo. De México: Instituto Mexiquense de Cultura.