Licenciado Pedro Joaquín Coldwell, Secretario de Energía, representante del Licenciado Enrique Peña Nieto, Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos; queridos compañeros, Secretaria y Secretarios de Estado, de Salud, de la Defensa Nacional, de la Marina, de la Función Publica, queridos compañeros del Gobierno de la República: señora Kena Moreno, Coordinadora del Patronato Nacional de la Mujer del Año; señoras y señores Legisladores, señores Gobernadores, distinguidas mujeres del año, distinguidas integrantes de la mesa de honor, amigas, amigos, señoras y señores integrantes del cuerpo diplomático acreditado en México, señoras y señores:

Quiero iniciar agradeciendo al Patronato Nacional de la Mujer del Año, a cada una de sus integrantes, en particular a Kena Moreno, por distinguirme con este reconocimiento.

Valoro enormemente ser incluida en una lista de mujeres admirables que han consagrado su vida a hacer una diferencia y vivir en plenitud.

Aprovecho también, para agradecer a quienes con su ejemplo, apoyo y cariño me han dado la fortaleza y la decisión para estar hoy aquí; a mis hijos María, José Francisco y Lucía, que son inspiración y motor diario, a mi padre el faro permanente, a mi mamá el ejemplo constante y a mis hermanos, mis compañeros y aliados.

Soy una mujer afortunada, porque nunca me cuestioné que podría lograr mis propósitos y alcanzar mis sueños; quizás por tener una abuela periodista y escritora, y otra normalista y economista, tal vez porque mi madre trabajó desde que tengo memoria y también, desde que recuerdo, mi padre me hizo su interlocutora compartiendo conmigo lecturas e ideas.

Lo cierto, es que crecí sabiendo que a este mundo se viene a hacer algo, a aportar, a transformar, a construir.

Llegué a la mayoría de edad cuando ya las mujeres en México podíamos votar. En el mundo había lideres mujeres electas por el voto, y en nuestro país habíamos tenido Gobernadoras, Secretarias de Estado, Ministras de la Corte y Legisladoras.

El siglo XX, fue el de la decidida irrupción femenina en todos los campos de la vida social. El siglo en que las mujeres pasamos de levantar la voz para enumerar agravios a convertirnos en agentes de cambio a través de la participación comprometida.

Y llegamos al siglo XXI con instituciones para el empoderamiento femenino, con leyes para corregir las desigualdades, con acciones afirmativas para abrir más espacios que la realidad nos negaba, con cambios de paradigma que han permitido lentamente que las mujeres no solo seamos responsables de nuestras decisiones sino que nos atrevamos a decidir, que seamos propietarias de nuestra casa, nuestra tierra o negocio y seamos dueñas de nuestro cuerpo.

Que cada vez participemos más en espacios de liderazgo en distintos ámbitos, que cada día se nos reconozca y nos asomamos más, como iguales a los hombres, como personas con derechos plenos, con derechos humanos.

Hemos avanzado significativamente desde que hace cien años se celebraba el primer Congreso Feminista en Yucatán, donde por primera vez se habló de lo que las mujeres podemos aportar al desarrollo de México.

Hemos dado paso firme, desde que hace cuarenta años se celebró la primera Conferencia de los Derechos de las Mujeres en la ciudad de México y, desde que hace veinte en Beijing, se estableció una plataforma de acción para el empoderamiento de la mujer en esferas tan cruciales como la educación, la pobreza, la salud, los conflictos armados, la economía y los derechos humanos.

Hemos avanzado en la consolidación de la agenda de género desde hace tres años que inicio el Gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto, con importantes logros para el desarrollo de las mujeres mexicanas.

En el Plan Nacional de Desarrollo se ha institucionalizado la política de género en todas las políticas públicas y acciones del Gobierno Federal y se tiene más presupuesto que nunca para concretar la visión de género y permitir que hoy haya acceso de más mujeres al financiamiento, la justicia, la educación y la salud.

Hoy, el 42% de la Cámara de Diputados son mujeres, tres de cada cinco micro, pequeñas y medianas empresas son dirigidas por mujeres y cada vez tenemos más mujeres en puestos de dirección política, empresarial y social; sin embargo aún queda mucho por hacer, seguimos teniendo enormes retos para consolidar un país de libertades y derechos para todos y todas.

Un país de crecimiento y desarrollo incluyente donde las mujeres tengamos igualdad de oportunidades, un país en el que no se violente a cuatro de cada diez niñas y mujeres en su casa, una de cada dos mujeres casadas o unidas no sean víctimas de violencia por parte de su pareja, donde no se hostigue, acose o discrimine a una de cada cuatro en su lugar de trabajo, o se asesine cada día a siete mujeres por el simple hecho de serlo, donde podamos participar de los espacio de toma de decisión de construcción de nuestro país y de nuestro futuro desarrollando plenamente nuestras potencialidades.

En los próximos años la humanidad enfrentará desafíos enormes que pondrán a prueba nuestra capacidad, la enorme desigualdad que prevalece en todas las regiones del mundo, la escases de alimento y agua, el cambio climático, fenómenos como las migraciones, la revolución tecnológica, la reubicación de la mayoría en centro urbanos, por citar sólo algunos, demandarán que gobiernos y sociedades echemos mano de todas nuestras herramientas y recursos y pensemos soluciones y alternativas distintas a las vigentes para asegurar un futuro de oportunidad y desarrollo a las siguientes generaciones.

Si preguntáramos a los líderes políticos, empresariales o sociales del mundo si quisieran duplicar su fuerza productiva, si quisieran contar con el 100% más de talento, de ideas y de empuje, con millones de personas que además tengan habilidades probadas para trabajar en equipo, para hacer más con menos, para ser solidarias, para construir consensos y mantener la paz y fortalecer la cohesión social, no me cabe la menor duda de que todos dirían que sí.

Y entonces brilla una realidad incontrovertible, el recurso más desperdiciado en el mundo y en México es el potencial productivo, creativo, innovador y trasformador de las mujeres. Ningún país puede prescindir del talento y la energía de la mitad de su población, ningún país que se proponga superar sus retos, puede marginar de la toma de decisiones de las oportunidades a más del 50% de sus habitantes.

Si hoy nos decidiéramos a cerrar la brecha mundial, para lograr que hubiera igual número de hombres y mujeres en liderazgos políticos de primer nivel, tardaríamos 100 años. Para cerrar la brecha en los espacios parlamentarios tardaríamos 80 años y para cerrarla en lo económico, en la salud y en la educación, otros 80 años. Coincidirán conmigo en que es demasiado, hay que acelerar el paso

Decía Nelson Mandela que todo parece imposible hasta que se logra, reflexión que podría resumir la lucha de muchas mujeres del mundo para alcanzar la igualdad y podría resumir también, tantas batallas que el ser humano creyó perdidas y que fueron sorteadas por el tesón y persistencia de hombres y mujeres de acción y convicción.

Por ellos, hoy tenemos un piso construido con el valor y la aportación de mujeres como las que aquí me acompañan, de hombre que han hecho suya la causa de las mujeres como una causa justa y ética de la humanidad, por eso me atrevo a imaginar un país sin brechas de desigualdad.

Estoy convencida de que el Siglo XXI es el siglo de las mujeres, porque enfrentar y superar los retos que tenemos por delante, requiere de todos y de todas, porque tenemos ya mecanismos, instituciones y valores que exigen aceptar que lograr la igualdad sustantiva entre hombres y mujeres, que eliminar la discriminación y la violencia contra las mujeres y que empoderarla es una cuestión estratégica para el futuro de la humanidad, un asunto de justicia, de derechos humanos, de desarrollo económico y también de sentido común.

Ahora, debemos construir un nuevo paradigma, en el que cada persona, hombre o mujer, tenga las herramientas y plataformas para alcanzar sus metas y vivir en plenitud. Construir este país es una labor de todos, hombres y mujeres, todos los días en todos los ámbitos.

Necesitamos que cada niña, adolescentes y mujer mexicana tengan acceso a la educación, a la salud, a las oportunidades de desarrollo económico y espacios de participación política. Que más mujeres estudien carreras vinculadas con la ciencia y la tecnología. Que más mujeres emprendan sus propios negocios. Que se pague igual salario a las mujeres por el mismo trabajo que realizan los hombres. Que se valore y compense el trabajo no remunerado, el trabajo doméstico y el trabajo de cuidado, y que se construya infraestructura para permitir a las mujeres trabajar y desarrollarse plenamente.

Está probado:  

Las mujeres destinan  alrededor del 70% de su ingreso al bienestar familiar y a crear infraestructura comunitaria, versus el 40% que destinan los hombres para los mismos fines. Las compañías que tienen más mujeres trabajadoras y en puestos ejecutivos son más productivas, como lo son los países que tienen a más mujeres en la fuerza laboral y los procesos de paz en que participan activamente las mujeres son más duraderos y más sólidos.

Las mujeres que se empoderan, que tienen confianza en sí mismas, reproducen valores positivos y detonan un círculo virtuoso que beneficia a toda la comunidad.

Y entonces, ¿qué debemos hacer?

Necesitamos alinear los incentivos, valores, y expectativas que hagan posible que las niñas y adolescentes de hoy asimilen, desde lo más profundo de su ser, que pueden y deben ejercer sus derechos con plena libertad en cada una de sus decisiones.

Como sostuvo Gandhi: Hay que encarnar el cambio que deseamos ver en el mundo. Debemos, con trabajo, dedicación y constancia, poner ejemplo. Asumir que nosotras, las privilegiadas que hemos podido acceder a la educación, las que tuvimos los instrumentos y la confianza en nosotras mismas para lograr nuestros anhelos, debemos multiplicar el mensaje, ser mentoras, abrir espacios, no dejar de levantar la voz y hablar.

Hablar por las migrantes, por las ultrajadas y abusadas, por las que a fuerza de discriminación cotidiana pierden la esperanza, por las que no ven camino, y hablar también por las niñas y adolescentes que tienen sueños, ganas e ilusiones, y sumar, convencer, persuadir y educar en esta causa a nuestros compañeros, amigos, hijos y hermanos, para que imaginen con nosotras un México, donde ninguna mujer sacrifique sus aspiraciones y ninguna niña tenga miedo de hacer oír su voz para alcanzar sus metas.

Hoy, me paro en los generosos hombros de gigantas y alcanzo a ver ese México de igualdad. Desde aquí las reconozco a ustedes, quienes ante la inequidad, la discriminación y la violencia han sido mujeres de la resistencia, de la insurgencia, de la rebeldía, la independencia y también de la reconciliación.

Y quiero otra vez agradecer a las mujeres activas, asertivas, autónomas, inspiradoras, fuertes y triunfadoras que hoy me invitan a sumarme a esta larga y eminente cadena de quienes han sabido alzar su voz para hacer una diferencia.

Desde aquí, hoy, levanto la mía, y les digo que estoy comprometida.

Muchas gracias.