Entre las actividades de alto riesgo que desempeña un importante sector del gremio ambiental, destaca sin lugar a dudas las que frente al fuego realizan las y los combatientes forestales al poner al servicio de la naturaleza y de la sociedad no solo su integridad física, sino su propia vida.

Decidirse a desarrollar la profesión de brigadista forestal requiere una gran dosis de valor y arrojo, pero también una magnífica salud, buena o excelente condición física y la certeza de que estarán dedicados y dedicadas a cumplir una misión existencial.

Imaginemos la tarea titánica que representan los 6,305 incendios forestales ocurridos en lo que va de 2022 en las 32 entidades federativas, que han afectado una superficie de 614,285.96 hectáreas, de las cuales el 93.75% correspondió a vegetación en los estratos herbáceo y arbustivo y el 6.25% a arbóreo, según reporta la Comisión Nacional del Agua

Por eso, a quienes ejercen tan noble tarea se les rinde homenaje cada 11 de julio en nuestro país desde 2014, como se proclamó en el decreto presidencial del 3 de marzo del mismo año para establecer el Día Nacional del Combatiente Forestal.                                        

Todo brigadista forestal tiene plena conciencia de que la batalla contra el fuego puede comenzar en cualquier momento del día o de la noche y mantiene prendidas sus alertas en casi todas las épocas del año, pero principalmente en la temporada de incendios forestales, de enero a mayo, y sabe que, una vez detonada una conflagración, debe dejar familia y casa para acudir a sus puntos de reunión y organizar su salida al lugar del siniestro, sea bosque, selva o matorral.                                                                         

Actuar con rapidez y eficacia es vital. Así que, con presteza y los cinco sentidos al 100, a los que agregan su intuición, emprenden las acciones profesionales. La guía práctica para comunicadores, publicada por la Comisión Nacional Forestal, refiere que las y los brigadistas acopian datos de reconocimiento obtienen información detallada del incendio como ubicación exacta, tipo de incendio, dimensiones, velocidad de propagación, valores en riesgo, superficie afectada, condiciones meteorológicas, topografía, tipo de material combustible que se quema, vías de acceso y vías de escape.

Los integrantes del equipo que entrará en acción proceden entonces a evaluar el operativo: registran fecha, hora y lugar del evento; reúnen información sobre el estado del tiempo (atmosférico), pasado, presente y futuro (pronósticos); consideran los recursos disponibles para el ataque, y organizan las brigadas y los niveles de mando.

Las previsiones para atacar el fuego incluyen definir los medios para el combate; verificar el estado físico de los integrantes de la brigada, así como las condiciones del equipo y las herramientas, además de establecer el tiempo aproximado para llegar al incendio.                                                                         

Una vez en el terreno, hacen una evaluación de campo para localizar los valores amenazados en el trayecto del incendio; consideran las condiciones de seguridad de los combatientes y habitantes del lugar, y determinan el tipo y ubicación de los combustibles que se queman y los que están amenazados.

Con ojos expertos, los combatientes observan el comportamiento del fuego, aprecian sus dimensiones; valoran los efectos de la topografía del lugar sobre el comportamiento de las llamas, determinan los recursos materiales y humanos a utilizar,  lo mismo que el método de combate que seguirán, y elaboran también un plan alternativo, por si falla el primero, o por si las condiciones del fuego se modifican. Y, muy importante para todos es establecer y asegurar el sistema de comunicación con el Centro de Control.

¡La hora de la acción ha llegado!

Las brigadas dan el primer paso del operativo. Con el ataque inicial buscan detener la acción del fuego en sus puntos más críticos.

Enseguida levantan una línea de control con barreras naturales y construidas, así como con los bordes extinguidos del fuego. Las brigadas cortan y extraen todo el combustible aéreo, superficial y subterráneo, raspan el terreno hasta el suelo mineral y depositan el combustible del lado opuesto al fuego.

Han logrado que el incendio forestal está bajo control cuando quedó totalmente rodeado de brechas cortafuego, también llamadas líneas cortafuego o guardarrayas.

De inmediato y a toda velocidad se afanan en concretar la liquidación del fuego, es decir, se ocupan de sofocarlo completamente del perímetro del incendio forestal para asegurar que las llamas no vuelvan a reavivarse.

Si las llamas no son mayores a 1.5 m de altura, la ardua tarea implica el combate directo en el borde del incendio, sobre los combustibles y el fuego. Los combatientes enfrían el combustible con tierra y agua, o con químicos, o cortan la continuidad del combustible de forma horizontal. Esto es posible en incendios incipientes, superficiales, o en focos pequeños de fuego en los cuales no haya desprendimiento de humo y calor, y se emplean herramientas de sofocación, de corte y de raspado.

Cuando el calor y el fuego son muy intensos, las y los brigadistas realizan un combate indirecto, construyen una brecha cortafuego a cierta distancia del borde del incendio. Pueden también aplicar espumantes o retardantes químicos, cuando las lenguas de fuego rebasan 1.5 m de altura. En esos casos deben aprovecharse todas las barreras naturales y artificiales presentes, y construirse las líneas de fuego necesarias para completar la línea de control.

Además de los obvios riesgos de quemaduras de diferentes grados que entraña la acción frente al humo y el calor de las llamas, y por el desprendimiento de leños u otros objetos que suelen desprenderse por la acción del calor, nuestros combatientes hombres y mujeres trabajan en terrenos inciertos con pendientes escarpadas, se exponen a picaduras de serpientes y otros animales ponzoñosos, a enfriamientos, lesiones de músculos y huesos, intoxicación por humos, asfixia, hemorragias, estrés, deshidratación, irritación de los ojos y mal de montaña, entre otros peligros.               

Muy justo es rendirles homenaje cada 11 julio, y siempre, porque las y los combatientes forestales preservan nuestros bosques y selvas con su biodiversidad, pero también preservan la vida humana y la vida del planeta.