“Bosques y biodiversidad: demasiado preciosos para perderlos”, es la reflexión que la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) propone hacer este 21 de marzo al conmemorar la existencia de estos ecosistemas que aportan un sinfín de servicios ambientales a la humanidad y, directamente, a más de mil 600 millones de personas que dependen de ellos para vivir.

Entre las muchas bondades de los bosques está constituir reservorios de alrededor del 80% de la biodiversidad terrestre y albergar, junto con otras superficies forestales, más de 60 mil especies de árboles.

Aunque los efectos del cambio climático amenazan la diversidad genética de los bosques, estas comunidades vegetales muestran fortaleza. No obstante, su flora y su fauna están gravemente amenazadas por la deforestación, la degradación forestal y el cambio de uso de suelo, entre otras causas; por lo cual la gestión sostenible y la restauración son fundamentales para la gente, la biodiversidad y el clima.

La superficie arbolada de México abarca 64.8 millones de hectáreas y representa el 47% de la superficie forestal que incluye, entre muchas otras variedades, los bosques majestuosos que acogen a la mariposa Monarca, los bosques de maple, los de niebla y el de las luciérnagas.

Nuestro país cuenta con un gran potencial, ya que de la masa vegetal que posee, 33 millones de hectáreas corresponden sólo a bosques templados y casi 32 millones a bosques tropicales.

La belleza escénica forestal la podemos apreciar lo mismo en territorios de selva alta perennifolia o bosque tropical perennifolio, que en selva mediana o bosque tropical subcaducifolio, selva baja o bosque tropical caducifolio, bosques de encino, de coníferas, mesófilos de montaña, de niebla o de humedales.

Dada la extensa superficie forestal que debe conservarse en México, cobra gran importancia la etnoagroforestería.

En el libro Ecoagroforestería en México, Isabel Moreno Calles, Alejandro Casas, Víctor M. Toledo y Mariana Vallejo exploran esta modalidad de manejo agroforestal que realizan cerca de 1.7 millones de unidades de menos de 10 hectáreas en el país (Boege, 2008), y que abarca no solo ancestrales formas de organización de los pueblos respecto del manejo agrícola y forestal, sino que incluye nuevas experiencias emprendidas por personas, familias o comunidades para interactuar con la diversidad silvestre y domesticada para obtener beneficios económicos y ecológicos, lo que conforma una enorme riqueza biocultural.

Los autores refieren que la etnia teenek, en La Huasteca, ha demostrado que mediante el manejo rotativo de la agricultura de temporal y el manejo agroforestal son menores las tasas de deforestación frente a otros sistemas productivos, aun cuando constituye una agricultura de auto subsistencia que utiliza el tradicional método de roza, tumba y quema.

Las personas de la etnia, también llamada huasteca, le dicen te’lom al área de selva donde aplican algún tipo de manejo, o a un grupo de árboles que presupone algún grado de manejo humano y que es, por lo tanto, la selva humanizada que ellos describen por el tipo de plantas o de animales. En oposición llaman holtom a las áreas donde no existe actividad humana, sólo selva y literalmente estás vacías. (Alcorn, 1981).

Son diversos los ejemplos de manejo de los bosques en México. Entre los citados por Moreno, Casas, Vallejo y Toledo están la población nahua de la Sierra Norte de Puebla, que practican el kuojtakiloyan; los cacaotales en los estados de Tabasco y Chiapas que consisten en jardines de café o policultivos de café; y en las regiones sur y costa de Jalisco y Nayarit, el agrobosque de piña.

Asombran los saberes de los grupos originarios sobre la conservación de los bosques aun en zonas áridas y semiáridas: el huamil, en el valle de Santiago, Guanajuato (Colunga-García Marin, 1984; Palerm, 1997); los bosques de cactáceas (Moreno-Calles et al., 2010, 2012); y de las zonas aluviales del Valle de Tehuacán (Vallejo-Ramos et al., 2015).

El manejo del bosque que realiza la etnia ñañú en el valle del Mezquital, Hidalgo; las comunidades pápago en el desierto de Sonora y los oasis de la península de Baja California, son creaciones humanas con siglos de antigüedad desarrolladas en los humedales de estas zonas áridas, dignos de mencionarse.

La crisis ambiental y el cambio climático hacen volver la mirada a los sistemas tradicionales y los de nueva factura de etnoagroforestería para invertir en ellos mayores esfuerzos de investigación, innovación e inversión, frente al fracaso de modelos de producción agropecuaria intensiva y tecnificada y del manejo forestal que devasta los bosques.

 

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