Más de un siglo después de que mujeres de 17 países proclamaran en Copenhague el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer (como entonces lo llamaron, y que es hoy el Día Internacional de las Mujeres), con el propósito de alcanzar la igualdad de derechos para todas, la concreción de sus demandas sigue pendiente en aspectos económicos, sociales y culturales, por lo cual resuenan con mayor brío en todos los ámbitos en 2020.

El recuento de la realidad de las mujeres en las últimas décadas es en muchos campos desolador, incluso trágico, pese a los avances que ellas mismas han impulsado a contracorriente de los atavismos, los viejos paradigmas y la inercia.

Naciones Unidas, a través de ONU Mujer, impulsa este año la conmemoración del Día Internacional de la Mujer con el lema “Soy de la Generación Igualdad: Por los Derechos de las Mujeres”, que a diferencia de la Declaración de Beijing hace 25 años, que propuso una hoja de ruta progresista para la igualdad de género, plantea acciones audaces y decisivas para reducir las desigualdades persistentes.

Distinguidas por su valor y arrojo, muchas mujeres han enarbolado la defensa de la vida, de los ecosistemas, de la biodiversidad, y se han ido sumando muchas más para lograr que este planeta sea la casa donde todas y todos convivan en armonía con la naturaleza.

El trabajo ambiental ha sido arduo, tanto para las más reconocidas, como la keniana Wangari Maathai, Premio Nobel de la Paz (2004),  o la hondureña Bertha Cáceres, Premio Goldman 2015, o las que obtuvieron seis de los siete Goldman 2018, como para las mujeres anónimas que dedican su día a día al acceso, uso, manejo, conservación y disfrute de los beneficios de los recursos naturales, y a lograr la adaptación y mitigación de los efectos del cambio climático.

La Semarnat postula que este Día Internacional de las Mujeres es un buen momento para reflexionar acerca de los avances logrados, pedir más cambios y celebrar la valentía y determinación de las mujeres de a pie que han jugado un papel clave en la historia de sus países y comunidades.

Son las mujeres de las comunidades indígenas y campesinas de México las preservadoras del medio ambiente, las que gestionan el agua, pero también las que mayoritariamente carecen de la propiedad de la tierra y, por lo tanto, del acceso a créditos para impulsar la economía local y familiar.

No obstante esas limitaciones para lograr una mejor calidad de vida, desarrollan proyectos de conservación como el cultivo y aprovechamiento del nopal y de la grana cochinilla, lo mismo que del gusano de seda, la generación de huertos familiares, la recolección de productos no maderables o el cultivo de plantas para la alimentación, la medicina tradicional y la elaboración de artesanías diversas, entre otros.

Más allá de atender las necesidades elementales de la familia, las mujeres impulsan proyectos productivos sustentables exitosos. Ejemplos de ello son la cooperativa Xapontic, de mujeres tzeltales de cinco comunidades de la Selva Norte de Chiapas, quienes elaboran jabones artesanales con cera, miel de abeja e ingredientes herbales cultivados en la región, además de bolsas para empaquetar el café.

Por su parte, las bordadoras tzeltales de los municipios de Chilón, Yajalón, Sitalá y Simojovel, integran la cooperativa jLuchiyej Nichimetic, y desde hace 40 años bordan flores y sueños, plasman la naturaleza y recrean su cultura en cada textil.

Las tecnologías verdes también entran en el campo de conocimiento femenino, como lo demuestran las cuatro mujeres subsidiadas por el gobierno de la India y el Barefoot College, donde se prepararon como ingenieras solares y ahora instalan, dan mantenimiento y hacen reparaciones para que su comunidad cuente con energía solar.

La cooperativa de la Sierra Norte de Puebla Tosepan Titataniske cuenta con un programa realizado por y para las mujeres, que incluye la creación de tortillerías, panaderías y venta de artesanías, así como un programa de turismo alternativo con instalaciones propias (cabañas, habitaciones y cafetería) y oferta de  recorridos por la región, refieren Víctor M. Toledo y Benjamín Ortiz-Espejel en el libro México, regiones que caminan hacia la sustentabilidad.

Así, en todo el país florecen los proyectos sustentables de mujeres. Entre otros, los que apoya la Comisión Nacional Forestal como los de Baja California, al Grupo Ecoturístico Siñaw Kuatay, campesinas artesanas de Cataviña, ejido Revolución, y a ejidatarias de Santiago. En  Chihuahua, a las ejidatarias de San Ignacio de Arareco y, en el Estado de México, a la  Unión de Mujeres Artesanas y Silvícolas.

Sin embargo, en los territorios  indígenas y campesinos las mujeres libran batallas por la defensa de los recursos naturales. Mediante una encuesta aplicada a diversas organizaciones en todo el mundo, la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza documentó que en zonas donde ocurren delitos ambientales y degradación ecológica, seis de cada 10 personas reconocieron haber constatado episodios de violencia de género contra las defensoras de los derechos ambientales, las migrantes y las refugiadas ambientales.

Se aúna el colapso climático y la degradación del medio ambiente global, que propician un aumento de la violencia contra mujeres y niñas, a quienes la pobreza impacta con mayor fuerza, en la llamada “feminización de la pobreza”, mientras los efectos del cambio climático recaen de manera particular sobre ellas, por lo cual se pide a todos los gobiernos e instituciones abordar la crisis desde una perspectiva de género, y tener en cuenta en cualquier estrategia sobre protección del medio ambiente las consecuencias diferenciales del fenómeno climático sobre ellas.

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