Millones de organismos de gran diversidad que cumplen la función de reciclar la materia conforman un gramo de suelo, ese recurso natural capaz de mantener vida y, a la vez, de mantenerse vivo, porque este no es sólo sustrato de los cultivos agrícolas y forestales, sino un ente vivo que también depende de la vida que alberga y que cumple múltiples servicios para la sostenibilidad de los ecosistemas.

Hoy, 7 de julio, Día Internacional de la Conservación de los Suelos, debemos recordar las bondades del estrato de la Tierra sobre el cual caminamos, y donde se practica la agricultura desde que los seres humanos se hicieron sedentarios hace aproximadamente 10 mil años para poder nutrirse, porque en esa delgada capa se desarrolla la vida vegetal y animal.

No obstante, los suelos están amenazados a consecuencia de la actividad humana, y es prioritario para la vida misma, recuperar la fertilidad de los suelos, recuperar también las tierras degradadas, así como la vida en el suelo.

“La tierra productiva es nuestra base. Cada cosa que hacemos comienza y se mantiene con la sostenida productividad de las tierras agrícolas”, decía el estadounidense Hugh Hammond, en cuya memoria se busca en esta fecha hacer conciencia sobre la importancia de la tierra para el frágil equilibrio medioambiental.

Es preciso saber que “las tierras de América Latina se están muriendo. Más de 318 millones de hectáreas están afectadas por una degradación antropogénica del suelo. La capa de suelo rico y fértil se está lavando rápidamente por la erosión hídrica, y se está sedimentando en el cauce de los ríos y en las represas. Los suelos se están encostrando y compactando, y esto produce encharcamientos y escorrentías”, advertía en 2004 la Revista de Agroecología (Abril, 2004).

Los autores señalan que en las áreas secas el proceso de desertificación avanza inexorablemente, y la degradación es resultado del uso inadecuado de la tierra, la cuestión ambiental de mayor gravedad, cuyos principales efectos son: la erosión, la pérdida de fertilidad del suelo, la desertificación, la alcalinización de las tierras de regadío y la subutilización de las tierras de calidad.

Por si fuera poco, el crecimiento urbano de América Latina y el Caribe ha alcanzado proporciones sin precedentes; las ciudades desplazan a la agricultura y la despojan de  tierra y  el agua, cuando aún la economía del subcontinente se sustenta en la agricultura, por lo que es prioritario fortalecer a este sector porque la alimentación poblacional está amenazada.

Lo mismo que el agua, la tierra es un recurso elemental que debe preservarse ya que millones de personas viven de ella y, sin tierra y sin agua no hay productividad. Es necesario, entonces, conservar arriba y debajo del suelo.

Víctor M. Toledo, etnoecólogo, advertía en La memoria tradicional: la importancia agroecológica de los saberes locales sobre la “tragedia provocada por la agricultura industrial que ha generado contaminación por agroquímicos y transformación de los hábitats originales convertidos en «pisos de fábrica» para los monocultivos, así como dilapidación de agua, suelos y energía”, entre otros, y además “tuvo un impacto cultural de incalculables consecuencias: la destrucción de la memoria tradicional representada por los saberes acumulados durante por lo menos 10 000 años de interacción entre la sociedad humana y la naturaleza”.

En relación con el suelo, el hoy responsable de la política ambiental de México afirmaba que la civilización industrial fracasó en sus intentos por realizar un manejo adecuado de la naturaleza, mientras los pueblos indígenas han conservado saberes sobre la relación con la naturaleza. Ejemplifica con la Clasificación local de los suelos por los indígenas Purhépecha de la cuenca del lago de Pátzcuaro (Barrera-Bassols, 2003) que contiene una treintena de variedades de suelos.

En el saber indígena, dice Toledo Manzur, existen sistemas de clasificación de los suelos de carácter multijerárquico, según características morfológicas dinámicas, utilitarias y simbólicas, como color, textura, consistencia, humedad, materia orgánica, pedregosidad, topografía, uso del suelo, drenaje, fertilidad y otras que son suficientes para realizar adecuadamente actividades agropecuarias y forestales.

La tierra es un recurso elemental que debe preservarse porque millones de personas viven de ella. Y son las personas que trabajan y viven de la tierra quienes conocen y pueden determinar las prioridades, por lo que esos usuarios pueden comprometerse a largo plazo en la rehabilitación de los suelos. Su participación es, a decir de los expertos de la Revista Agroecología, necesaria para la conservación de los suelos y el agua, y precisan que existen soluciones prácticas y comprobadas para detener la erosión hídrica y la degradación de los suelos.

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