A la edad de 66 años, Benito Pablo Juárez García falleció cerca de la medianoche (23:30 horas) del 18 de julio de 1872, a causa de angina de pecho, en su habitación del ala norte de Palacio Nacional, marcado entonces con el número 1 de la calle Moneda, en pleno corazón de la capital del país.

La académica María del Carmen Vázquez Mantecón, del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, relata que la salud de Juárez  comenzó a deteriorarse en marzo de 1870, "manifestando ya severos daños en la región del corazón", de acuerdo con el diagnóstico que entonces hicieron los médicos Rafael Lucio e Ignacio Alvarado.

En su libro "Muerte y vida eterna de Benito Juárez. El deceso, sus rituales y su memoria", la investigadora cita el relato de Ignacio Chávez, quien narró que, durante todo el día 18 de julio de 1872, se mantuvo al lado del enfermo porque el estado de salud del presidente era “francamente grave”.

Enfrentar la muerte de su esposa, Margarita Maza, un año antes, el 2 de enero de 1871, por una penosa enfermedad, significó uno de los episodios más tristes en la vida de Juárez; su entereza decayó pero no tuvo mucho tiempo para vivir el duelo, pues el país seguía en marcha.

Su médico de cabecera, Ignacio Alvarado, detalló un episodio en las horas previas al deceso de Benito:

“Serían las once de la mañana de aquel luctuoso día, 18 de julio, cuando un nuevo calambre dolorosísimo del corazón lo obligó a arrojarse rápidamente al lecho; no se movía ya su pulso, el corazón latía débilmente; su semblante se demudó, cubriéndose de las sombras precursoras de la muerte, y en el lance tan supremo tuve que acudir, contra mi voluntad, a aplicarle un remedio muy cruel, pero eficaz: el agua hirviendo sobre la región del corazón. El señor Juárez se incorporó violentamente al sentir tan vivo dolor, y me dijo, con el aire del que hace notar a otra una torpeza:

–¡Me está usted quemando!

–Es intencional, señor; así lo necesita usted.

EI remedio produjo felizmente un efecto rápido, haciendo que el corazón tuviera energía para latir, y el que diez minutos antes era casi un cadáver, volvió a ser lo que era habitualmente: el caballero bien educado, el hombre amable y a la vez enérgico.”

Los dolores ya no abandonaron al presidente, lo que no impidió que todavía recibiera, debilitado, a su ministro de Relaciones Exteriores, José María Lafragua, y al general Ignacio Alatorre, quien pedía instrucciones acerca de la lucha que debía emprender contra rebeldes en Puebla.

Finalmente, el doctor Alvarado expresó a la familia el desenlace fatal: “se acabó”.

En el acta de defunción se asentó que la causa fue “neurosis del gran simpático”.

El cuerpo de Benito Pablo Juárez García, después de tres días expuesto en el Salón Embajadores del Palacio Nacional, fue inhumado el 23 de julio de 1872 en el Panteón San Fernando de la actual Colonia Guerrero, de la Ciudad de México, junto a los restos de su esposa y de cinco de sus 12 hijos.

Desde hace 61 años -inaugurado por el entonces presidente Adolfo Ruiz Cortines-, existe un museo de sitio que exhibe de forma permanente una importante colección de objetos y documentos que pertenecieron al Benemérito y a su familia. Ese Recinto Homenaje se mantiene instalado justo en el área en la que Juárez vivió sus últimos años como presidente.