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Transformando el territorio con mercados

Los mercados han desempeñado un papel fundamental en el desarrollo de las sociedades a lo largo de la historia, sirviendo como lugares donde convergen transacciones económicas, interacciones culturales y lazos sociales.

Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano | 15 de febrero de 2024
Transformando el territorio con mercados Transformando el territorio con mercados

Estos espacios, presentes desde la Grecia antigua, en los ágoras, hasta los tianguis —tianquiz(tli), “mercado” en náhuatl— en nuestro territorio, pasando por los llamados “zocos” en el Medio Oriente, han sido cruciales para la comunicación y el intercambio no sólo de mercancías, sino de ideas, tradiciones y avances. Actuando como catalizadores de cambio e innovación, los mercados reflejan la diversidad y los valores de las comunidades donde se encuentran.

A lo largo de los siglos, los mercados han asegurado la viabilidad de ciudades y comunidades, ofreciendo los medios para el abastecimiento de productos esenciales.

Estos lugares se han erigido como centros neurálgicos de la actividad urbana, donde se tejen y refuerzan los vínculos comunitarios y se mantienen vivas las tradiciones ancestrales. Al adaptarse a las transformaciones económicas y los avances tecnológicos, han demostrado una notable capacidad para integrar novedades manteniendo su esencia como espacios de encuentro, donde la convivencia y el intercambio cultural enriquecen la experiencia colectiva.

En México, como en otras latitudes, los mercados pasaron de organizarse al aire libre, en los tianguis prehispánicos, a concentrarse de manera permanente en edificios techados, parcialmente cerrados, que son la infraestructura que hoy conocemos. Esto sucedió, en un primer momento, hacia el último tramo del siglo XIX, durante el Porfiriato (1876-1910), cuando el auge económico — detonado por la industrialización, la inversión extranjera y el comercio— llevó al crecimiento de las ciudades y al cambio en los patrones de actividades laborales. Fue entonces que las autoridades gubernamentales comenzaron a preocuparse por cuestiones de higiene y salubristas, impulsados por los movimientos de reforma sanitaria y urbanística europeos. Así, aprovechando el enorme desarrollo del sector metalúrgico, adoptaron el hierro para construir mercados donde sucedería el abasto de manera ordenada y se controlarían riesgos de salud pública.

Este modelo de infraestructura tendría su mayor desarrollo en la década de 1950, cuando después del Porfiriato, pasados los tiempos convulsos de la Revolución, las crisis económicas y la Guerra mundial, el país experimentó un crecimiento económico y una
expansión demográfica sin precedentes. En este contexto, se construyeron decenas de mercados en todo el país, donde se buscó proveer puntos de venta y proveeduría de servicios en espacios dignos, limpios y seguros para la gente. Sólo en la Ciudad de México, se hicieron 160, equivalentes a casi 50 mil locales, en colaboración con arquitectos como Pedro Ramírez Vázquez y Félix Candela.

Es importante mencionar que en estos años, dentro del grupo de personas tomadoras de decisiones había muchas que buscaban utilizar la riqueza económica para reducir desigualdades socioeconómicas históricas. En ese sentido, el Estado mexicano adoptó una política de desarrollo de espacios públicos con sentido social mediante la cual, de la mano con profesionales de la arquitectura, encontraron soluciones prácticas para las necesidades de ese momento. Así, por ejemplo, la necesidad de techar mercados más amplios en número de locales, donde además había espacios para la nueva posibilidad de refrigeración eléctrica, para el depósito de desechos y para patios de maniobras de camiones de mayores dimensiones que antes, llevaron a que se ejecutaran innovaciones arquitectónicas como cubiertas ligeras de concreto armado, con formas diversas que permitían cubrir grandes áreas y al mismo tiempos permitir la ventilación y la iluminación necesarias.

Desafortunadamente, esta política social se perdió con el ascenso de visiones económicas centradas en la creación de la riqueza como fin en sí, y no en su repartición. Por consiguiente, en las últimas tres décadas, disminuyó en gran medida la construcción y rehabilitación de mercados públicos y, por el contrario, se abrió paso a intereses de grupos poderosos, nacionales e internacionales, que comenzaron a construir tiendas de autoservicio, supermercados, y tiendas departamentales en todo el país.

No obstante, con la llegada del gobierno del Presidente López Obrador, el servicio público se reformó nuevamente desde una visión que tiene como fin que haya desarrollo económico y social sostenible. Con base en ésta, se busca equilibrar la creación de riqueza con su justa distribución y complementar el fomento de relaciones comerciales con el fortalecimiento del tejido social, poniendo especial énfasis en la creación de infraestructura pública, digna y de calidad, centrada en las personas, y no sólo en la utilidad monetaria.

En este contexto, la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu) ha asumido un papel crucial, impulsando la construcción y renovación de nuevos mercados que responden a las necesidades contemporáneas de la población mexicana. Estos proyectos no sólo buscan revitalizar el comercio local, sino también servir como centros para el encuentro, la cultura y el aprendizaje colectivo, reafirmando su importancia como pilares de la vida pública y contribuyentes esenciales al tejido social y económico del país. Siguiendo lo anterior, cabe precisar cuáles son los beneficios principales de los mercados en términos de los consensos internacionales del desarrollo sostenible. En cuanto a la dimensión económica, estos espacios facilitan que personas pequeñas productoras y artesanas puedan vender directamente a las y los consumidores, eliminando intermediarios y mejorando sus ganancias. Esta cadena de suministro directo no sólo asegura productos frescos y a precios justos, sino que también fomenta la creación de empleos. Por otro lado, al incentivar el consumo local, estos espacios estimulan que el capital circule y se retenga dentro de las comunidades. Es decir, se logra que el dinero gastado por las y los consumidores en productos y servicios beneficie directamente a las personas productoras y comerciantes, en lugar de ser canalizado hacia corporaciones o entidades externas.

Desde la perspectiva social y cultural, los mercados se erigen como epicentros de interacción y cohesión. Son espacios donde se entrelazan las historias personales y colectivas, con interacciones directas, fortaleciendo el sentido de pertenencia, memoria y comunidad. En México, esto es particularmente significativo, en virtud de valores heredados de las sociedades prehispánicas, que constantemente buscaban en el espacio común armonía entre pares y con el entorno natural.

A través de la oferta de productos locales únicos y la conservación de rasgos culturales, los mercados promueven la diversidad y la
riqueza cultural de la región, sirviendo como plataformas de intercambio intergeneracional de conocimientos y tradiciones. Este ambiente fomenta la inclusión social, al ofrecer un espacio que acoge a todas las y los miembros de una comunidad, independientemente de su origen socioeconómico, y contribuye a la construcción de una sociedad más cohesionada y resiliente.

En el ámbito ambiental, la promoción de mercados públicos, que incentivan el abasto y consumo local, también se alinea con los objetivos de sostenibilidad ambiental global. Al reducir la dependencia de cadenas de suministro largas y complejas, se disminuye significativamente la huella de carbono asociada al transporte de alimentos y productos. Además, estos espacios suelen priorizar también la venta de productos orgánicos y de agricultura sostenible, apoyando prácticas que preservan la biodiversidad y los recursos naturales.

Por todas estas razones, el gobierno de la Cuarta Transformación se comprometió a impulsar y apoyar los mercados con determinación como hace mucho no se hacía, reconociendo su valor intrínseco. Así pues, a continuación, este libro presenta una muestra fotos de algunos de los más de 50 mercados construidos, rehabilitados o renovados por la Sedatu mediante el Programa de Mejoramiento Urbano, e incluye también textos de tres en específico, que ayudan a dimensionar cómo el Estado mexicano nuevamente ha echado mano de la arquitectura social para contribuir al bienestar.

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