MODERADORA: Damos inicio a esta ceremonia con los honores correspondientes al presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos y comandante supremo de las Fuerzas Armadas.

(HONORES)

MODERADOR: Preside esta ceremonia México-Tenochtitlan, más de siete siglos de historia, el presidente de México, licenciado Andrés Manuel López Obrador.

MODERADORA: Lo acompañan la señora Dilma Rousseff, expresidenta de la República Federativa de Brasil.

MODERADOR: Doctora Beatriz Gutiérrez Mueller, esposa del presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos. 

MODERADORA: Doctora Claudia Sheinbaum Pardo, jefa de Gobierno de la Ciudad de México.

MODERADOR: Senador Óscar Eduardo Ramírez Aguilar, presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Senadores. 

MODERADORA: Doctora Olga Sánchez Cordero, secretaria de Gobernación. 

MODERADOR: Ministro Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. 

MODERADORA: General Luis Cresencio Sandoval González, secretario de la Defensa Nacional. 

MODERADOR: Almirante José Rafael Ojeda Durán, secretario de Marina. 

MODERADORA: Licenciada Alejandra Fraustro Guerrero, secretaria de Cultura. 

MODERADOR: Licenciado Marcelo Ebrard Casaubon, secretario de Relaciones Exteriores. 

MODERADORA: Maestro Zoé Robledo Aburto, presidente de la Comisión Presidencial para la Conmemoración de Hechos, Procesos y Personajes Históricos de México. 

MODERADOR: Señora María Magdalena Huerta Vázquez, presidenta del Comisariado Ejidal de Santiago Zapotitlán, Tláhuac.

MODERADORA: Doctor Enrique Semo Calev, historiador. 

MODERADOR: Y maestro Néstor Núñez López, alcalde de Cuauhtémoc, Ciudad de México. 

MODERADORA: También nos acompañan embajadoras de países amigos, Reino de Noruega, Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, República de Serbia, Ucrania, República Helénica e Irlanda. 

MODERADOR: Invitados especiales.

MODERADORA: Integrantes del coro infantil juvenil náhuatl de Santa Ana Tlacotenco de la alcaldía Milpa Alta.

MODERADOR: Representantes de los pueblos originarios de la Ciudad de México, quienes entregaron el Bastón de Mando, representantes de medios de comunicación y quienes nos siguen por internet a través de las redes sociales.

Sean todos bienvenidos.

MODERADOR: La doctora Claudia Sheinbaum Pardo, jefa de Gobierno de la Ciudad de México, hará uso de la palabra.

CLAUDIA SHEINBAUM PARDO, JEFA DE GOBIERNO DE LA CIUDAD DE MÉXICO: Señor presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador; estimada y querida Dilma Rousseff, expresidenta de Brasil; al presídium, amigos, amigas, representantes de distintas naciones.

Hoy conmemoramos nuestro origen. Hoy conmemoramos a la gran México-Tenochtitlan, y con ella a nuestros pueblos originarios, su resistencia cultural. Hoy conmemoramos la grandeza de México por su historia que proviene de culturas milenarias y centenarias.

Este año se celebran dos siglos del México independiente y se cumplen 500 años de la llamada Conquista, pero tomamos la decisión precisamente este año de celebrar a los mexicas, al origen, a la resistencia, a la grandeza de esa civilización y todas las que construyeron y precedieron al náhuatl, a las 68 lenguas, porque estamos orgullosos de esa historia, porque es nuestra grandeza que funda el nombre de nuestra nación.

Durante muchos años se construyó la idea incluso, por la educación pública de la conquista como un acto civilizatorio, la barbarie de los aztecas frente a la visión civilizatoria occidental como la única poseedora de lo oculto, el monoteísmo como única fe y cosmogonía válida, la moralidad española contra la inmoralidad mexica, el idioma español, el de la Real Academia frente a los dialectos precolombinos. 

Décadas más recientes, muchos antropólogos e historiadores, pero sobre todo la resistencia de nuestros pueblos ha mostrado al mundo la grandeza de la cosmogonía, conocimiento de la astronomía, la construcción matemática, la riqueza de la vida y la muerte, la deidad femenina y masculina, la construcción cotidiana le ofrenda al día y a la noche, la construcción constitucional y política de los mexicanas, su desarrollo mercantil y también su dominación sobre otros pueblos y la guerra y el tributo.

La historia no es la de los vencedores que formaron la idea de un mestizaje amistoso, un encuentro pacífico de dos mundos, la historia es diferente. Los españoles invasores cometieron traiciones y actos genocidas como las terribles matanzas de Cholula o el Templo Mayor, donde los invasores se lanzan contra familias que celebraban fiestas tradicionales a sus dioses.

La mayor parte de la historia mexicana proviene de fuentes españolas o del periodo colonial temprano a través de diversos códices y son la principal manera que tenemos de conocer las historias del origen del altépetl del Valle de México, pero también por tradiciones orales que se han guardado por más de 500 años.

El mito, el relato o la historia, de acuerdo con este museo del Templo Mayor, es que los mexicas llegaron de Aztlán después de una larga peregrinación, así fundaron la Gran Tenochtitlán en el lago de Texcoco, guiados por su dios Huitzilopochtli.

La tira de la peregrinación señala que Aztlán estaba ubicado en una isla donde había seis calpullis y un gran templo, probablemente dedicado a Mixcóatl. Después que los mexicas llegaron a Teoculhuacan en el año uno pedernal, partieron ocho calpullis encabezados por cuatro teomamaque, uno de ellos identificado como Tezcacóatl, quien cargaba a Huitzilopochtli. 

Según el mito, Huitzilopochtli ordenó que fundara la ciudad donde estuviera un águila parada sobre un nopal devorando una serpiente. Siguiendo ese designio, los mexicas deambularon por varios lugares, siempre en busca de la señal.

De acuerdo con la tira de la peregrinación, la gente de Cuitláhuac se separó del resto de los calpullis; más tarde, los mexicas llegaron al Valle de México y pasaron por varios pueblos, hasta que se asentaron en territorio de los tepanecas de Azcapotzalco. Finalmente, encontraron el sitio señalado por Huitzilopochtli en un islote del lago de Texcoco.

El mito, leyenda, historia, narrativa fundacional del México-Tenochtitlán fue acompañada, como lo muestran sus deidades, cultura, tradiciones de historias de origen y migración de otras culturas previas. y de pueblos contemporáneos vecinos, aliados y rivales de los mexicas.

Aquí donde nos encontramos hace siete siglos se edificó una ciudad en donde ya habitaban tepanecas culhuacanes y otros pueblos que configuró, como lo describió en la ya conocida narrativa de Bernal Díaz del Castillo:

‘Y otro día por la mañana llegamos a la calzada ancha y vamos camino de Iztapalapa, y desde que vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua y en tierra firme, otras grandes poblaciones, y aquella calzada tan derecha y por nivel como ida a México, nos quedamos admirados, y decíamos que aquello parecía las cosas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadis, por las grandes torres y cuis y edificios que tenían dentro del agua y todos los calicanto y aún algunos de nuestros soldados decían que aquello que se veía, si era entre sueños y no es maravillar que yo describa aquí de esta forma porque hay mucho que ponderar en ello, que no sé cómo lo cuente, ver cosas nunca oídas, ni aún soñadas como veíamos.’

La caída del México-Tenochtitlan abrió una historia de epidemias, abusos y 300 años del México colonial. Pero la palabra conquista -y por ello la reflexión indispensable- implica la eliminación de una diversidad que conforma nuestro México pluricultural, de la riqueza de los más de siete millones de mexicanos y mexicanas que hablan y conservan y procuran 68 lenguas, de las cosmovisiones, del sincretismo y no sincretismo, del reconocimiento y reivindicación de nuestros orígenes culturales previos a la llegada de los españoles. 

Si no hacemos eso, si no lo cuestionamos, si no nos cuestionamos, estamos condenados a seguir preservando una cultura de la discriminación y la renuncia a nuestra historia, de la de nuestros pueblos originarios.

Reconocer la riqueza de la historia, la reivindicación de nuestros pueblos originarios, el reconocimiento de su resistencia cultural, social e incluso política es obligación de los millones de mexicanos y mexicanas que construimos todos los días esta Cuarta Transformación de la vida pública de México.

La Ciudad de México tiene una historia milenaria. La primera civilización que dejó vestigios arqueológicos es la cuicuilca, que data del 800 antes de nuestra era. La ciudad es uno de los ejes de Mesoamérica que dio al mundo el maíz, el cacao, el jitomate y otros cultivos que alimentan y sostienen la cultura gastronómica de diversas naciones, que nos dejó sus lenguas, sus culturas vivas.

Hace siete siglos, en esta ciudad se levantó la legendaria Tenochtitlan, cuna de la cultura mexica, a partir de la cual llevamos el nombre de nuestro país, México, ciudad con un pueblo solidario, participativo, que muestra al mundo todos los días que nada la vence.

Como jefa de Gobierno de esta hermosa y grandiosa Ciudad de México, no pretendo más que estar a la altura de este pueblo milenario, que cada día nos hace sentir más y más orgullosos. 

México-Tenochtitlán, hoy te rendimos tributo.

Muchas gracias. 

MODERADOR: Favor de tomar asiento. 

Hace uso de la palabra el doctor Enrique Semo Calev, historiador.

ENRIQUE SEMO CALEV, HISTORIADOR: Hoy desde el Museo del Tempo Mayor, el edificio central de la gran Ciudad de México-Tenochtitlán, venimos a conmemorar más de 700 años de cultura indígena.

El Templo Mayor era un espléndido edificio que tenía una altura de 45 metros desde cuya cúspide se podía admirar el complejo de lagos, la multitud de poblaciones que los rodeaban y los volcanes nevados, guardianes de lo que Alfonso Reyes llamó ‘la región más transparente’. 

Recordemos la grandeza de la cultura náhuatl, que tuvo como una de sus expresiones más espléndidas a esta Ciudad de México-Tenochtitlán, maravilla del ingenio humano, una ciudad de 300 mil habitantes, la más grande de su época y completamente anfibia, la Venecia mexicana, construida sobre dos islas; en la primera se encontraba Tenochtitlán, en la segunda Tlatelolco, ambas ciudades mexicas.

Los esforzados habitantes supieron aprovechar los pantanos para ganar territorio al lago y los núcleos de población se fueron uniendo mediante la construcción de chinampas, que no sólo servían como áreas de cultivo, sino también como pase para la edificación de viviendas.

En esa gran ciudad, la percepción de espacio difiere profundamente de lo que seguían los europeos en sus ciudades feudales. México-Tenochtitlan es una combinación de lo urbano y lo campestre, un altépetl que incluye los dos elementos en una abigarrada unidad en que los jardines y los cultivos se combinan con los barrios apretados en las construcciones monumentales para recrear un espectáculo original de gran belleza.

Las calles y canales que cuadriculan la ciudad son espaciosos y nivelados. Las de agua contaban con numerosos puentes y una flota de 50 mil canoas para la comunicación de los vecinos, las que únicamente eran de tierra había sido hechas a mano.

Para una sociedad en que la ideología es religión se comprende que el centro sea, ante todo, un espacio ceremonial, pero también centro del poder político. Sobre aproximadamente 250 mil metros cuadrados se agrupaban las casas de divinidades, de sacerdotes y sacerdotisas; los colegios, los patios, los lugares para el sacrificio, el palacio de Moctezuma, que ocupaba el lugar de lo que hoy es exactamente el Palacio Nacional, así como las habitaciones de los gobernantes, es decir, un conjunto de más de 60 grandes edificios con sus espaciosos patios y jardines.

Dominando esta zona ceremonial, la pirámide del Templo Mayor se elevaba hacia el cielo, los santuarios gemelos de Huitzilopochtli, colibrí zurdo, dios de la Guerra, y de Tláloc, dios de la lluvia, y los agricultores ocupaban la cúspide.

Hoy nos podemos sentir orgullosos de la inmortal cultura que ella representa, que a través de los siglos se han fundido con otras culturas para formar la moderna nación mexicana y la mejor manera de terminar esta era, cuenta el aforismo de Chimalpahin: ‘Mientras en el mundo perdure, la fama y la gloria de México-Tenochtitlan nunca perecerá’.

MODERADORA: La señora Dilma Rousseff, expresidenta de la República Federativa de Brasil, hará uso de la palabra. 

DILMA ROUSSEFF, EXPRESIDENTA DE LA REPÚBLICA FEDERATIVA DE BRASIL (Interpretación del portugués al español): Señoras y señores, jefes del poder, senadores, diputados, secretarios, ministros.

Señor presidente Andrés Manuel López Obrador:

Regreso a México con inmensa alegría de volver a descubrir un país cuyo gobierno está construyendo un horizonte de justicia social, de igualdad para su pueblo; un pueblo que encuentra en su gobierno la fuerza del compromiso de efectivas conquistas y que se destaca de frente a un pasado de tantas promesas que no fueron cumplidas, de tantas riquezas energéticas que fueron expropiadas, de tantas deudas democráticas y de justicia, siempre dejadas para después, pero México ha sido una nación inspiradora para los mexicanos y para los países de todo el mundo. 

Un país generoso, con territorio acogedor donde se refugiaran tanto artistas, intelectuales, militantes, dirigentes de izquierda y del mundo, progresistas latinoamericanos. Aquí, brasileños, argentinos, chilenos, uruguayos han construido sus casas huyendo de las brutales dictaduras que llenaron nuestros países en las décadas de 1960 y 1970.

México, que ha mantenido una relación abierta con Cuba, aun cuando bajo la tutela norteamericana casi todas las naciones americanas le daban la espalda.

Hoy su gobierno, señor presidente, se ve que construye un México democrático y diverso, justo y soberano, un gobierno que expresa la dignidad, la igualdad de un pueblo, un pueblo que exige que las élites de todos los poderes dejen de expropiar sus derechos, su patrimonio y su felicidad.

Señor presidente Andrés Manuel:

Yo acompaño con gran atención y solidaridad su lucha contra la desigualdad y contra la injusticia social, su compromiso de conquistar la soberanía energética y de alimentar a México. Lo que usted ha mencionado claramente: México no es más una tierra para ser conquistada.

Saludo también a su esposa.

Y quisiera decir que quien tiene el liderazgo o ya ha tenido el liderazgo de gobiernos populares y progresistas sabemos que, más allá de nuestros esfuerzos para transformar las políticas públicas, democratizar los Estados, expulsar los privilegios de las oligarquías y garantizar el derecho de las mayorías, tenemos que trabajar para la construcción de una nueva política democrática, una nueva cultura democrática a nuestras naciones que sufrieron tanto con la desigualdad y con el autoritarismo.

Como dijo una vez Carlos Monsiváis: ‘Si la batalla cultural no sucede, la batalla política también se puede perder’, y entonces vengo a un México que renace, que está construyendo una cultura de libertad, de soberanía, de igualdad.

Participo en esta celebración y me siento muy honrada de esta. 

Hay un proverbio africano que Eduardo Galeano recuerda, que me parece fascinante, dice: ‘Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de caza van a alabar a los cazadores’. La historia latinamericana fueron narradas por cazadores, silenciando, negando las historias de vida de nuestros pueblos indígenas, de nuestras civilizaciones ancestrales, de nuestras riquezas, diversidad y cultura que antes de la llegada de los españoles y portugueses vivían en un territorio que la arrogancia colonial quiso convencer que fue descubierto desde hace sólo 500 años.

Esta fiesta para la cual nos han invitado ofrece una otra mirada, una perspectiva que respeta la verdadera historia de la comunidad despectiva de los leones y de las leonas, y no de los cazadores. Una historia que se reconoce en el hecho fundador que ya hace como siete siglos, cuando se estableció aquí en el lago de Texcoco, estableciendo una de las ciudades más deslumbrantes de la historia de la humanidad, la Ciudad de México-Tenochtitlan.

Se puede pensar que la Ciudad de México ha sido fundada sobre las ruinas de México-Tenochtitlan, pero estoy convencida, y creo que todos nosotros lo estamos, es que se fundó sobre su esplendor, sobre su grandeza, sobre vidas, voces y diversidades y culturas; sobre la historia que todavía resiste, se resiste en todos los rincones de esta inmensa ciudad, que se vuelve legible en el presente de esta fascinante metrópoli.

Revivo junto a ustedes el sentimiento que nos une como latinoamericanos, que es formar parte de una historia que ningún cazador puede silenciar la historia, no sólo de los leones, sino también de las leonas. 

Y ya que mencionó las leonas, permítame complementar a la jefa del gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, y decir que mi alegría de estar aquí hoy se multiplica por el acto de esta mujer y de esta ciudad extraordinaria, que es gobernada por una mujer.

Espero, Claudia, Claudia Sheinbaum, jefa del Gobierno de la Ciudad de México, que tengas el merecido nombramiento como la mejor alcaldesa del mundo por su trabajo en tiempos de pandemia; sería un reconocimiento por tu excelente gestión y desempeño, y también el reconocimiento a tantas mujeres que, como tú, hacen de la política un ejercicio de dignidad, de lucha por la ciudad, por la ética y por el compromiso público. 

Todas las mujeres que se dedican a la política saben que enfrentamos no sólo el reto de la política pública en escenarios de enormes desigualdades, de injusticia social, como también un machismo, un machismo que destruye los cimientos de nuestra democrática, sufrimos la presión de las élites y de gobiernos que han desestabilizado, por ejemplo, el gobierno brasileño legítimo.

Sufrí un golpe que violó el Estado de derecho y la soberanía popular, sufrí porque fui jefa de un gobierno que representó la construcción de oportunidades de gobiernos para millones de ciudadanos olvidados, los olvidados, abandonados, despreciados por los poderes y oligarquías que casi siempre gobernaron mi país y que hoy vuelven a gobernarlo.

Si el motivo fue el proyecto de transformación social, económico y geopolítico que yo he representado en el contexto, era un contexto misógino, fue así que he sufrido también por ser mujer, la primera mujer presidenta de mi país.

También ha sufrido Cristina Kirchner, Michelle Bachelet y tantas mujeres que lideraron proyectos populares en Latinoamérica y en el mundo. La misoginia ha invadido la política en espacios autoritarios que nos hacen retroceder y declinar en nuestras inestables democracias, siempre y cuando se trata de poder.

Acompañarlos aquí, señora jefa de Gobierno de la Ciudad de México, es un modo de homenajear a las mujeres que luchan todos los días para volver nuestras sociedades más igualitarias, humanas y justas. 

Celebramos los siete siglos de México-Tenochtitlan, los 500 años de la resistencia indígena y los 200 años de la Independencia mexicana. Resistencia e independencia, dos palabras plenas de significado emancipatorio. 

Yo me quedé muy feliz en compartir con ustedes que en este México que vive un momento de oportunidades democráticas excepcionales con este gran presidente Andrés Manuel López Obrador las epopeyas de resistencia y de independencia, que no se pensó como apenas un aniversario o un hecho del pasado, sino como un hecho que se traduce para el presente y hacia el futuro.

Estamos aquí en una celebración de la memoria, de la memoria colectiva, de la memoria viva que siempre está viva en las luchas de los pueblos.

Estas celebraciones mexicanas son un tributo a la memoria colectiva por las luchas, por la emancipación de nuestra América, por nuestras civilizaciones, por nuestra cultura y por la gran diversidad de esta construcción magnífica que se llama la nación mexicana, que esté en mando del presidente Andrés Manuel López Obrador, querida jefa de Gobierno, Claudia, que viene de un país donde hay… Yo vengo de un país que hay más de 400 mil vidas con un presidente en Brasil xenofóbico, que desprecia la vida de su pueblo, que está expropiando bienes materiales públicos, está destruyendo derechos humanos y democráticos.

Sin embargo, vengo de un país que sigue resistiendo, un país con un pueblo extremadamente solidario, combativo, generoso, que brevemente va a celebrar el fin de estos políticos corruptos y va a volver a restaurar la soberanía que han intentado eliminar.

Traigo aquí el abrazo fraterno de mi pueblo, de mi partido, del expresidente Lula, aquí a la Ciudad de México.

Aquí el monumento a la Independencia es un ángel, el Ángel de la Independencia, pero yo creo que también este ángel representa el trabajador del país, las madres, los niños, las niñas, representa la vida viva de este país, a los que hicieron de México esta nación tan extraordinaria, diversa, creativa.

Él representa a los ángeles silenciosos que Elena Poniatowska refirió en Los ángeles de la ciudad, los que han construido y están construyendo su independencia día tras día, a los pueblos, al pueblo mexicano, a los leones, leonas que fueron silenciados en la historia de cazadores.

Este es el México que celebramos aquí, el México de una de las civilizaciones más importantes y antiguas de la historia de la humanidad, el México antirracista y antipatriarcal, el México de una cultura diversa y extremadamente rica que es orgullo para todos los latinoamericanos, el México de la revolución, de la emancipación de las mujeres y de los hombres.

Estoy aquí, señor presidente, Andrés Manuel López Obrador, señora Claudia Sheinbaum, tengo el honor de estar aquí celebrando con todos ustedes y con todos los mexicanos y mexicanas la gran historia de México.

Y seguiremos luchando junto con los ángeles del continente para construir una latinoamericana unida, basada en la justicia, en la igualdad, la dignidad y la independencia que todo nuestro pueblo merece.

Agradezco a ustedes la invitación y la atención que me brindan en este momento.

Muchas gracias.

MODERADOR: Escuchemos el mensaje que dirige el licenciado Andrés Manuel López Obrador, presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos.

PRESIDENTE ANDRÉS MANUEL LÓPEZ OBRADOR:Amigas, amigos, representantes de los pueblos indígenas del Valle de México y de nuestro país.

Dilma Rousseff, expresidenta de Brasil, expresidenta del pueblo hermano de Brasil.

Ministro de la Suprema Corte de Justicia, Arturo Zaldívar.

Claudia Sheinbaum, jefa de Gobierno de la Ciudad de México.

Amigas, amigos todos, invitados, autoridades civiles, militares.

La fundación de la Ciudad de México hace 700 años fue el inicio de una etapa nueva y fecunda en la historia de nuestro país. Se sabe que entre 1321 y 1325 un grupo de indígenas procedentes del norte se asentaron en este sitio para conseguir su sustento y desarrollar sus creencias, conocimientos y cultura.

Visto a la distancia, resulta admirable de que esta frágil tribu chichimeca haya erigido en apenas 200 años un poderoso Estado, una cultura sobresaliente y una potencia que dominó toda el área de Mesoamérica, pocos pueblos en el mundo logran una hazaña semejante. El éxito de sus actividades productivas y el avance científico permitió a los mexicas afianzar el poderío bélico.

Pero no todo fue guerra y sometimiento de pueblos conquistados. Hay evidencia de que los mexicas alcanzaron un importante refinamiento en gastronomía, en hidráulica, agricultura, comercio y manufacturas, así puede constatarse en la diversidad de alimentos y otras mercancías representadas en el mural de Diego Rivera que pintó en Palacio Nacional, que evoca el mercado de Tlatelolco.

Independientemente de sus métodos de dominación, el poderío de los aztecas se extendió desde el norte de Mesoamérica hasta el sur de Guatemala y a la llegada de los europeos se encontraba en plena expansión.

Baste un dato contundente. En la actualidad, de los dos mil 469 municipios de México, el 48 por ciento tiene nombre náhuatl. Esto no significa que esta cultura haya desaparecido a las muchas otras que habitaban y siguen vivas en el actual territorio nacional, sino que los mexicas mantuvieron un poder político que dominaba centralmente a otras culturas e imponía hasta los nombres de los pueblos. Con sólo esta evidencia podríamos imaginar lo poderoso que llegaron a ser los antiguos fundadores de Tenochtitlan.

Se ha querido justificar la barbarie de la conquista española calificando a los aztecas de bárbaros y sanguinarios, se ha dicho que Moctezuma era un déspota o que la religión de los tenochcas tenía como fundamento la crueldad, pero cada civilización tiene sus propias creencias, cada poder crea su propio sistema represivo y sería inútil prolongar aquí esa discusión. Anotemos simplemente que nada de eso resta trascendencia a la civilización vencida ni justifica la furia destructora de los vencedores.

Antes de la llegada de los españoles, Tenochtitlan era una ciudad grandiosa, como lo expresaron con profunda admiración los propios invasores mediante la pluma del soldado historiador Bernal Díaz del Castillo y la del mismo Hernán Cortés, jefe del ejército conquistador.

Ya lo mencionó la jefa de Gobierno, pero lo repito, recordando lo que narró Bernal Díaz del Castillo: ‘Llegamos a la calzada ancha y vamos camino a Iztapalapa y desde que vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua y en tierra firme, otras grandes poblaciones de aquella calzada tan derecha y por nivel como iba a México, nos quedamos admirados y decíamos que parecía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libre de Amadís, por las grandes torres y edificios que tenían dentro en el agua, y todos de calicanto, y aun cuando alguno de nuestros soldados decían que si aquello que veían si era entre sueños, Cortés, en la segunda carta al rey de España le informa que hay muy grandes ciudades y de maravillosos edificios y de grandes tratos y riquezas, entre las cuales hay una más maravillosa y rica que todas llamada Tenochtitlan, que está, por maravilloso arte, edificada sobre una grande laguna’. 

Después de casi tres meses de un cerco implacable y una resistencia tan heroica como infructífera, los invasores europeos entraron triunfantes a la capital de los aztecas e iniciaron de inmediato la destrucción física de la urbe.

Los templos y palacios fueron demolidos y sus piedras utilizadas en la erección de iglesias, muchas de ellas edificadas sobre los cimientos de las pirámides tenochcas y residencias o casas para los conquistadores.

De esa manera dolorosa, Tenochtitlan empezó a convertirse en la Ciudad de México, que fue desde sus inicios capital de un imperio mucho más vasto al que reemplazó la Nueva España. 

El poderío español se mantuvo por tres siglos. Este largo periodo colonial trajo consigo esclavitud y explotación, pero también progreso. En esos 300 años, la población indígena, de por sí diezmada por la invasión, se redujo considerablemente por los terribles efectos de las epidemias, pero también por la esclavitud, el maltrato, las hambrunas, el consecuente debilitamiento físico, así como el desgano vital, como lo apuntó en uno de sus recientes libros que se llama La conquista el historiador aquí presente Enrique Semo.

En tres siglos, aunque la nota principal fue el inmovilismo impuesto por el sometimiento colonial, no dejaron de ocurrir cosas notables en esta gran Ciudad de México. Apenas 32 años después de la Conquista, en 1553 el gobierno virreinal creó la Universidad de la Nueva España. Don José Iturriaga decía con orgullo que todavía pastaban los búfalos en lo que hoy es Nueva York, cuando la Ciudad de México ya tenía una universidad.

En tres siglos del periodo colonial, los virreyes dominaban a sus anchas y con un despotismo sin límites, sólo los monarcas españoles habrían podido moderarlos, pero ninguna de ellos visitó nunca la Nueva España; se contentaban con recibir los enormes recursos fruto de la explotación humana y del saqueo del territorio novohispano.

El único contrapeso de los virreyes eran los jerarcas católicos, quienes ejercían un importante poder. En ese entonces el poder de los jerarcas católicos consistía fundamentalmente en la excomunión. Por ese motivo, a veces, cuando se condenaba a la excomunión al virrey, había confrontaciones entre autoridades políticas y religiosas, se tornaban ríspidas las relaciones y llegaba el abierto enfrentamiento, acompañado de insurrecciones populares contra los virreyes.

En 1624, hubo un enfrentamiento entre el virrey y el arzobispo que terminó en la toma del Palacio Nacional, Palacio Virreinal en ese entonces; muchos muertos, y es una de las veces en que se ha quemado el Palacio. 

Luego, sucedió algo parecido, pero fue una rebelión del pueblo por una crisis de escasez de maíz, 1892. También se tomó el Palacio Nacional, el Palacio Virreinal, y fue quemado, y también se quemó en ese entonces el antiguo ayuntamiento y los puestos del mercado ‘El Parián’. 

La primera catedral, que está aquí muy cerca, empezó a construirse desde 1572 y se concluyó hasta 1675, un siglo después, pero con la llegada de Manuel Tolsá, de España, renombrando escultor y arquitecto, se inició una nueva edificación que dejó de lado el barroco mexicano y le imprimió a esta obra y al Palacio de Minería un estilo neoclásico. 

Lo que permanecía inamovible era el desprecio por los pobres; en eso no hubo ningún cambio en los tres siglos de dominación colonial, en especial el desprecio por los indígenas. Las leyes que se expidieron para protegerlos siempre fueron letra muerta, una quimera inoperante; en realidad, se les consideraba bestias de carga y seres desvalidos a los que se podía humillar, encarcelar, golpear y robar impunemente. 

Casi al inicio del siglo XIX, el obispo de Michoacán, Fray Antonio de San Miguel, sostenía que los males de la desigualdad se presentaban en todas partes, pero en América, decía, ‘son aún más espantosos porque no hay estado intermedio, se es rico o miserable, noble o infame, de derecho y de hecho’.

Por la misma época, el Barón de Humboldt comentaba que México era el país de la desigualdad. ‘Acaso -aseguraba- en ninguna parte era más inequitativa la distribución de fortunas, civilización, cultivo de la tierra y población’.

Y en la Ciudad de México, desde que se tomó esta ciudad, los barrios lodosos y polvorientos fueron asignados a los vencidos por el orden virreinal; expropiados de su capital se les condenó a los antiguos pobladores de Tenochtitlán a vivir en los márgenes de la urbe.

Por eso, no es de extrañar que el movimiento de independencia de México no sólo buscara la separación de España, sino también y, sobre todo, justicia para el pueblo más pobre y humillado del país. Los curas Miguel Hidalgo y José María Morelos, padres de nuestra patria, proclamaron la abolición de la esclavitud, lucharon por la igualdad y por esa causa fueron acusados de demagogos, fusilados, decapitados y humillados.

Desgraciadamente, después de la independencia política, México siguió siendo un país con esclavitud y profundas desigualdades. En el siglo XIX, el trato a los de abajo siguió siendo el mismo que durante la Conquista y la Colonia; se mantuvieron el racismo y la opresión.

Muchas mentes cavernarias de las clases dominantes pedían para resolver el llamado ‘problema del indio’, -entre comillas- un completo exterminio. Los liberales más inteligentes proponían que se ‘civilizara’ -entre comillas- a los indígenas, lo que no sólo les negaba una civilización propia, sino que equivalía a promover la extinción de sus culturas.

Exceptuando el glorioso periodo de la Reforma y la reafirmación de nuestra República, encabezado por Juárez y los liberales, casi nada cambió en el primer siglo de la vida independiente. Nada cambió en beneficio del pueblo.

El siglo XIX se caracterizó, tanto por la inestabilidad política, como por el predominio de funestas dictaduras. Antonio López de Santa Anna fue 11 veces presidente de México y Porfirio Díaz dominó durante 34 años.

En ese lapso, dominado por los enfrentamientos entre liberales y conservadores, padecimos, además, de invasiones extranjeras, varias. Recordemos sólo una muy lamentable, de 1848, cuando se registró el gran zarpazo con el que Estados Unidos nos arrebató más de la mitad de nuestro territorio.

Por cierto, en esta ciudad, los estadounidenses invasores no fueron bien recibidos, ni siquiera por los adinerados de la época; en cambio, cuando el ejército francés entró triunfante a la capital, los pudientes lo celebraron. Contrasta con esa actitud deleznable el comportamiento cívico, patriota y democrático de los capitalinos ante el regreso triunfal de Juárez en junio de 1867 y posteriormente el recibimiento multitudinario a Francisco I. Madero, luego de la partida al exilio del dictador Porfirio Díaz en 1911.

Durante el porfiriato, la Ciudad de México se embelleció, fueron suntuosas las fiestas de la clase dominante y las inauguraciones para conmemorar el centenario del inicio de la lucha de Independencia nacional. En el porfiriato fueron demolidos edificios, se utilizó la picota, se echaron abajo bellos templos coloniales, pero también se construyeron sitios emblemáticos como el Hemiciclo a Juárez, el Ángel de la Independencia, y se inició la construcción del Palacio de Bellas Artes y otros importantes edificios públicos.

La Revolución mexicana no sólo significó un solemne acto de justicia, la primera revolución social en el mundo, sino que hizo surgir la creatividad a caudales, los murales de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, la obra plástica de Frida Kahlo, María Izquierdo, José Chávez Morado y otros grandes de la llamada Escuela Mexicana.

Entre 1935 y 1980, a pesar de las inercias autoritarias, los habitantes del Distrito Federal vivieron con optimismo y esperanza. Aquí florecieron la nueva clase media, las industrias más avanzadas y las mejores instituciones de educación superior del país. La ciudad era una inmensa fábrica de sueños, y esos sueños se reflejaron en el apogeo del cine, el teatro y otras actividades culturales.

La ciudad creció en medio del espejismo de la modernidad. Desde todos los rincones de México y del mundo, millones hemos llegado y nos hemos arraigado en este ciudad hospitalaria y generosa. No faltaron los problemas ni la desigualdad o la pobreza que retrató Luis Buñuel en su película Los olvidados, de 1950, pero existía movilidad social, una más equitativa redistribución de la riqueza y la esperanza de un futuro mejor.

Desde 1980 comenzó una época aciaga, se desvaneció el optimismo y aparecieron la decepción y la desconfianza; se multiplicaron entonces, grandes y graves problemas: la corrupción, crisis económica, sobrepoblación, desempleo, pobreza, inseguridad, descomposición social, deterioro del medio ambiente y de los servicios básicos.

Durante las últimas dos últimas décadas del siglo anterior, todos los índices de criminalidad se dispararon, al igual que delitos de cuello blanco, como las defraudaciones bancarias, el lavado de dinero o el desvío, el robo de fondos públicos.

Y qué decir del periodo neoliberal, de 1983 a 2018. Ha sido el periodo de mayor corrupción y saqueo en toda la historia de México; en tales circunstancias toda una generación ha crecido en el caos, la incertidumbre y el desamparo.

Por eso, la mayoría de los jóvenes no percibía a la ciudad con optimismo, sino como una amenaza y un obstáculo a su desarrollo futuro. A los jóvenes, en vez de atenderlos, se les dio la espalda y se les discriminó llamándolos ‘ninis’, que ni estudian ni trabajan, sin dar ninguna oportunidad, sin darles ninguna alternativa.

Nuestro objetivo, por eso, ha sido encender de nuevo la llama de la esperanza, que es fe en la viabilidad del país y de su capital, y en un futuro personal digno y mejor para todas y todos. 

A eso hemos convocado en la actual etapa de la Cuarta Transformación, a construir entre todos y todas, la esperanza para darle a cada niño, a cada joven, a cada anciano, a cada mujer y a cada hombre nuevas, importantes y poderosas razones para vivir, para soñar y para triunfar en esta ciudad generosa y fraterna.

Para lograr este propósito existen condiciones inmejorables, hay una voluntad colectiva a favor del cambio, la gente demanda participar en la construcción de una nueva legalidad, de una nueva convivencia, de una nueva República.

Los habitantes de la capital poseen una sólida tradición de lucha por la democracia, la justicia y la solidaridad; contamos con enormes potencialidades, los más altos niveles de escolaridad del país y los principales centros culturales, turísticos, financieros y administrativos de México.

Aquí, en la ciudad, se produce el 23 por ciento de toda la riqueza que se genera en el país, de modo que hay una inmensa reserva de energía que está siendo desatada y encauzada con el propósito de convertir a la ciudad en un espacio para el bienestar y el disfrute de la vida.

Y aquí en la ciudad, en la capital de la República, en la que los aztecas llamaban el ombligo de la luna, gobierna una mujer excepcional, trabajadora, honesta, inteligente y de profundas convicciones humanitarias; me refiero a la compañera Claudia Sheinbaum.

No podría dejar de decir que en la lamentable desgracia del Metro de Tláhuac seguirá habiendo atención y apoyo para los familiares de las víctimas, y desde luego, el compromiso de conocer la verdad y de hacer justicia.

En esta ciudad, donde parece que cada quien se dedica a lo suyo y en la que en apariencia predomina el individualismo, la gente es generosa, fraterna y unidad cada vez que se requiere hacer frente a una desgracia. La solidaridad que he constatado en la Ciudad de México ante situaciones de desastre sólo es comparable a la que se expresa en momentos difíciles de adversidad en las comunidades indígenas de México. En fin, hablar de la ciudad es algo interminable y ofrezco disculpa por alargarme en mi exposición.

Voy también a repetir lo que el maestro Semo subrayó, lo que dejaron escrito los mexicas en los memoriales de Culhuacán: ‘Mientras exista el mundo no acabará la gloria ni la fama de México-Tenochtitlan’.

Señora Dila Rousseff:

Aquí, en el Templo Mayor de Tenochtitlan, en este sitio que simboliza la grandeza cultural de México, además de agradecerle por acompañarnos a esta conmemoración, queremos decirle a usted, a sus compañeras y compañeros y al pueblo hermano de Brasil que pueden contar con nosotros. Lo expreso yo y estoy seguro que lo dirían, lo gritarían con pasión millones de hombres y mujeres de México.

¡Que viva el pueblo de Brasil!

¡Que viva el pueblo de Tenochtitlan!

¡Viva México!

MODERADORA: El Coro Infantil Juvenil Náhuatl de Santa Ana Tlacotenco de la alcaldía Milpa Alta entonará el Himno Nacional en náhuatl.

(HIMNO NACIONAL)

MODERADOR: Se hace una respetuosa invitación al presidente de la República y a su señora esposa, así como a la comitiva que lo acompaña a realizar una visita al Museo del Templo Mayor. 

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