Insertos en la red de pueblos originarios del norte del país, los guarijíos de la Sierra Madre Occidental, asentados en el territorio de lo que hoy son los estados de Sonora y Chihuahua, comparten con sus coterráneos tradiciones culturales ancestrales que se manifiestan en música y danza.

Los sonidos de violines, arpas, cascabeles, tambores y sonajas se combinan armónicamente para dar forma a los sistemas simbólicos sonoros que cobran vida en la pascola y el tuburi, cuando los guarijíos se reúnen para el pahko (“fiesta”), en su lengua indígena.

A los instrumentos se suma la voz de los hombres mayores, en cantos que sintetizan en sus gargantas rezos y la narración de mitos e historias de dioses y antepasados.

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Vinculados a su cosmovisión, el sonido, el baile y el canto recrean tareas indicadas por los dioses para cimentar la tierra, para lograr buenas cosechas, para recordar permanentemente el vínculo con la naturaleza que da sustento tanto al hombre como al lobo, el sauce y las abejas.

Un lugar importante en estas manifestaciones rituales o lúdicas tienen las mujeres bailadoras, que portan el saber cultural y los misterios de la oscuridad y la fertilidad.