DOI: 10.24850/b-imta-perspectivas-2020-12      Descarga PDF

El corazón de esta idea es muy simple: se trata del cuidado de nuestros semejantes y del territorio que habitamos y del fortalecimiento de nuestra relación con la naturaleza.

La ética, entonces, está cimentada en nuestros valores, y es una brújula moral que indica lo correcto y lo incorrecto. Esta se demuestra por la manera en que vivimos. Por ejemplo, cuando una persona cuida de otra, sus acciones transmiten esa atención y cuidado y, a través de ese ejemplo, motivan la reciprocidad en beneficio de toda la comunidad.

Aldo Leopold pensaba que la ética refleja nuestra capacidad para adoptar diferentes valores, y que esta surge en función de la relación que tenemos con algo cuando lo vemos, lo entendemos, lo sentimos y lo apreciamos. A partir de este razonamiento, observó la necesidad de crear una relación ética con la naturaleza, argumentando que tenemos la capacidad de establecer una relación sostenible con el mundo natural. Esta alternativa es hoy apreciada en el mundo como una posible ruta para el desarrollo de un discurso ético sobre nuestra responsabilidad con la naturaleza, las personas y generaciones futuras.

Al dar énfasis a la ética (el arte y ciencia de decidir qué acción tomar a la luz de nuestros valores) podemos utilizar una aproximación sistematizada para administrar el agua en formas que maximicen los beneficios para todos: sociedad, industria, agricultores, grupos vulnerables, comunidades indígenas y naturaleza. Una aproximación a las decisiones del agua orientada por la ética nos ayuda a aclarar qué es lo que está verdaderamente en juego en los proyectos que se proponen en un territorio dado; por ejemplo, la autorización de pozos para el fracturamiento hidráulico o de la construcción de bordos o canales y la definición de las medidas que se deben tomar para aliviar sus impactos.

Los expertos en agua dieron un paso significativo hacia la integración de las normas sociales en las políticas hídricas globales al formular el Acuerdo de Dublín sobre Agua y Desarrollo Sostenible en preparación para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible que tuvo lugar en Río de Janeiro, Brasil, en 1992. Entre los cuatro principios fundamentales que se plantearon estaban las recomendaciones sobre la inclusión de la participación de la sociedad en las decisiones. Los principios de Dublín incluían también un compromiso de género para el empoderamiento de la mujer, que se debía de atender a través de la promoción de la participación de mujeres en todos los niveles de los programas de recursos hídricos. En 2010, esta evolución siguió su camino cuando, durante la Asamblea General de las Naciones Unidas, se reconocieron como fundamentales los derechos humanos al agua y al saneamiento.

Otro principio importante que emergió del discurso de la sostenibilidad fue el concepto de flujo ambiental o caudal ecológico, necesario para mantener la salud ambiental de los ríos. Diversos países adoptaron políticas públicas para promover estos flujos, pero su implementación ha resultado ser complicada y la salud de los ríos en todo el mundo continúa en declive.

Tanto en el Acuerdo de Dublín como en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible se dio entrada al concepto de Gestión Integrada de los Recursos Hídricos (GIRH), que surgió de las conferencias técnicas en los setentas y ochentas. Este concepto integra la planeación y la toma de decisiones considerando todos los usos en competencia desde una perspectiva hidrológica. Por ejemplo, la decisión sobre cuánta agua se debe otorgar a un proyecto nuevo de irrigación debería considerar los otros usos en competencia por este volumen de agua, como son los de la industria, las personas y la naturaleza. Esta aproximación resultó ser muy atractiva en virtud de su lógica intuitiva y su capacidad para añadir detalles relacionados con los contextos locales.

Los creadores de la GIRH reconocieron la competencia que existe territorialmente entre los diferentes usuarios por un volumen de agua limitado. Lo anterior les permitió encontrar sinergias y soluciones por medio de la integración de demandas en competencia. Los administradores del agua podían ahorrar volúmenes a través del reciclado o la reutilización del agua. Por ejemplo, podían tratar las aguas residuales de las ciudades y utilizarlas para usos no consuntivos, como el enfriamiento de plantas de energía, antes de regresarla a los ríos para dar soporte al medio ambiente y utilizarla aguas abajo para la agricultura de riego u otras industrias.

Sin lugar a dudas, este marco de trabajo permitió avanzar en el crecimiento económico global. Sin embargo, es necesario reflexionar sobre su agotamiento y revisarlo para dar paso a su transformación.  Pensar dentro de este marco fija e inflexible, diseñado bajo una óptica exclusivamente técnica (GIRH), es lo que nos tiene atrapados en un gran número de conflictos hídricos en todo el mundo, muy relacionados con la sobreexplotación y el deterioro de la calidad del agua.

Hasta hace unos meses vivíamos en una economía global que utiliza el agua como un elemento esencial, pero visto como un recurso más que podía ser extraído a velocidades mucho mayores a las que se renueva de forma natural. La pandemia que vivimos hoy pone de manifiesto la necesidad de transformar este paradigma. Como el planeta, nuestro pensamiento requiere evolucionar de una visión extractivista hacia una que considere nuestro vínculo con el agua y la naturaleza. Justamente, el uso de la ética en la gestación de esta nueva forma de pensamiento nos ofrece un ancla moral sobre la cual es posible esbozar una nueva forma de crear bienestar para todos: sociedad, industria y gobierno.

El beneficio más importante de incorporar la ética en las decisiones relacionadas con el agua es que detona nuestra imaginación moral. Quizá parezca poco realista querer incorporar la imaginación en la gestión de los recursos hídricos, pero tal vez sea eso lo que se requiera de todas las disciplinas relacionadas con el agua. El uso de de la imaginación y el ingenio, motivado por la ética, es lo que nos puede abrir la puerta a las soluciones creativas de los retos globales que hoy enfrentamos.

La ética nos permite revisar lo construido conceptual e institucionalmente en el pasado para reconocer lo correcto, donde exista, y aprovecharlo, e identificar lo que no funcionó y corregirlo en beneficio de todos.  Podemos tener las mejores disciplinas y herramientas para nuestro quehacer, pero requerimos de la ética para guiar nuestras decisiones hacia el beneficio de todos, con particular atención en los más vulnerables. La ética es una llave para construir acuerdos a pesar de las diferencias; para conducir la evolución que, de cualquier manera, se está dando. Es el momento de percatarnos de que todos vamos en el mismo barco y, para bien del planeta y del agua, más nos vale construir acuerdos que nos lleven a buen puerto.

Contribución de Adrián Pedrozo Acuña. 
Perspectivas IMTA Núm. 12, 2020.

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