El cine independiente de los años ochenta llenó el vacío que dejaron las grandes producciones auspiciadas por el Estado durante las décadas anteriores. Aunque los cineastas de aquella época se enfrentaron a una crisis social y económica, ofrecieron un cine mexicano de calidad frente a la realización del sector privado que en aquel entonces dominó la escena y que carecía de calidad.

Así se refirió el director de la Cineteca Nacional, Alejandro Pelayo Rangel, al participar en el ciclo de conferencias realizadas en colaboración con la Academia Mexicana de la Historia.

La Sala 4 Arcady Boytler del complejo cinematográfico del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) es la sede de estas charlas de reconocidos ponentes, mismas que se presentan cada miércoles de diciembre.

En esta ocasión, Pelayo Rangel se remontó a los años ochenta para narrar el resurgimiento del cine independiente nacional y su aportación durante esa década, cuando la crisis económica y social del país afectó la que hasta entonces había sido una de las industrias más sanas de México.

El también director de Miroslava (1993), Días difíciles (1987) y documentales como Memoria del cine mexicano (1993) y Los que hicieron nuestro cine (1984), entre otros, habló sobre cómo el cine de la época fue dominado por la producción privada, pero con materiales de muy mala calidad y el Estado, aunque interesado en apoyar la industria, carecía de los recursos para hacerlo.

Esto, dijo, originó el surgimiento de una generación de cineastas, actores, guionistas, directores y productores, conocida como “la de la crisis”, a la cual pertenece. Todos encontraron la forma de hacer cine para sustituir la producción estatal y al mismo tiempo dar diversidad a las temáticas y géneros. A través del autofinanciamiento y las cooperativas, modelo impulsado por Gabriel Retes, los creadores ofrecieron un cine de calidad durante aquella época.

“No hay momento más triste para la cinematografía mexicana que los años ochenta, pues el trabajo independiente era de sobrevivencia, ya que no había ningún tipo de apoyo”, reconoció.

Directores como Juan Humberto Hermosillo, Gabriel Retes, Ariel Zúñiga, Federico Weingartshofer y Alfredo Joskowicz, entre muchos otros, encontraron la forma de filmar a pesar de la falta de condiciones, y mediante las cooperativas y el ahorro de costos al filmar en 16 mm y blanco y negro mantuvieron viva la cinematografía de calidad.

“Se ahorraban costos al escribir el guión, al tomar todas las decisiones creativas y además de productores también nos convertimos en sonidistas e incluso actores, con tal de terminar una película”, recordó.

Sobre su filme La víspera (1982), Pelayo Rangel precisó que se hizo en 10 días y los cortes a comer eran con “tortas y chaparritas”, que era como se le llamaba a las producciones de aquellos tiempos. Y, por cierto, fueron pocas las que recuperaron lo invertido, ya que no se proyectaban a nivel nacional y el cambio de formatos elevaba los costos. Este filme fue de los pocos que logró recuperar los recursos, así como Nocaut (1982-83) de José Luis García Agraz.

Mencionó que Las apariencias engañan (1978), de Jaime Humberto Hermosillo, fue el despunte del cine independiente y quien enseñó el camino para alzar la industria en un momento de crisis económica, social y política nacional, enmarcada por una inflación del 105 por ciento, el entonces Programa Inmediato de Recuperación Económica (PIRE), las iniciativas de los jóvenes tecnócratas y las políticas neoliberales, y por el gran terremoto de 1985 que dejó a México desbastado social y económicamente, en pocas palabras, quebrado.

Reconoció que la Universidad Nacional Autónoma de México fue fundamental para la faceta independiente, pues casi todos los cineastas, excepto Retes, son egresados del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC). Y también durante los años ochenta surgieron iniciativas gubernamentales que pretendían apoyar al cine, como la creación del Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine) entre 1983 y 1985, así como el Sindicato de Actores Independientes (SAI).

En aquellos años, a diferencia de la gran Época de Oro del cine nacional, en la que el Estado apoyaba la difusión nacional e internacional y había presencia en festivales, al principio y hasta mediados de los ochenta las producciones carecieron de trascendencia internacional, porque eran producciones austeras e independientes y sobre todo por el formato.

Además, mencionó en su participación, durante los años sesenta se vivió un gran momento, porque existía la libertad de filmar lo que se quería sin censura y con el apoyo financiero estatal, algo que puede decirse era un entorno maravilloso para el cine. Sin embargo, durante la década posterior permeó la censura.

Y a eso hay que sumarle el gran deterioro de las salas, pues la proyección era de muy mala calidad y no se oían las películas. Por eso la gente abandonó los cines y para los proyectistas dejó de ser un negocio, pues había un precio único de taquilla que se liberó hasta los noventa.

Las producciones privadas que acaparaban la realización con obras de pésima calidad, temáticas insulsas y sin los mínimos atributos estéticos, fueron las que causaron el desmantelamiento de las salas de cine, no sólo en México, sino en Estados Unidos, donde había muchos espacios para los latinos. Y con ello el cine se convirtió en una propuesta de videocasetera, incluso la filmación desapareció y los materiales comenzaron a hacerse en video.

No todo fue malo para la cinematografía de los ochenta, pues luego de los primeros cinco años de la década, ya con un modelo aprendido por los realizadores, surgieron iniciativas como el Tercer Concurso de Cine Experimental, del cual surgieron grandes propuestas.

Esta competencia promovida en 1985 por el Imcine y el Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica y su Sección de Directores, convocó a nuevos talentos y permitió la realización de películas en 35mm. Aunque no había recursos se logró el apoyo de Kodak y el acceso al equipo y los laboratorios de los Estudios Churubusco.

Las piezas que salieron de esta convocatoria son las que participaron en los festivales internacionales y dominan las nominaciones a los Premios Ariel. No sólo en la categoría de Mejor Ópera Prima, pues todos los realizadores son debutantes, sino en otras más.

Y otra de las cosas importantes que dejó esta etapa fue el de directoras que irrumpieron en la escena, pues la producción femenina no se había dado, con excepción de Marcela Fernández Violante en los setenta. Piezas como El secreto de Romelia (1988), de Busi Cortés, fue la película hecha dentro del primer proyecto de Óperas Primas del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC), en el que el Imcine y la escuela apoyaron la producción que se hacía con los mismo egresados, lo que fue un nuevo esquema que favoreció la realización.

Asimismo, Lola (1989), de María Novaro, fue una coproducción en cooperativa y la empresa privada, además contó con el apoyo de la Televisión Española que estaba interesada en el cine latinoamericano. La pieza ganó el galardón a Mejor Ópera Prima en la entrega de los premios Ariel, entre otras nominaciones, y también fue reconocida internacionalmente en festivales como el de Berlín, La Habana y los ACE.

Hacia final de los años ochenta se consolida la producción independiente y comienza a crecer, pues hacia 1987-1989 se destinan mayores recursos a la producción y dejan de ser películas de cooperativa. En este último bloque piezas como Morir en el golfo (México, 1990), de Alejandro Pelayo y Goitia; Un dios para sí mismo (México, 1989), de Diego López Rivera, se convierten en piezas claves que marcaron el final de una época y el inicio de otra.

En los noventa cambia todo el esquema por la visión neoliberal. Desaparecen las cooperativas, los mismos directores se convierten en empresarios y el Estado comienza a aportar cerca del 60 por ciento de ingresos para la producción, aunque a través de las empresas creadas por los propios directores.

Las últimas dos producciones hechas bajo el esquema de cooperativas son Retorno a Aztlán (México, 1991), de Juan Mora Catlett, y Rojo amanecer (México, 1990), de Jorge Fons, pieza que además de ser una de las últimas consideradas independientes, llega a las taquillas con gran éxito y reconcilia al público con las salas. Sobre todo marca el fin de una época de censura importante que hasta el momento había sido muy fuerte.

Al finalizar la charla se llevó a cabo la proyección de la película La víspera. Pelayo Rangel adelantó que para 2015 se preparará un ciclo que contextualice y dé a conocer las piezas hechas por “la generación de la crisis”.

El próximo 17 de diciembre, la temática de la conferencia será Las relaciones México-EE. UU. a través del cine, a cargo de Francisco Peredo. Al finalizar se proyectará el filme La vírgen que forjó una patria (1942) de Julio Bracho. La entrada es libre.

Información: NAM

Documentos

Descarga el PDF Kit de prensa