Ciudad de México, a 1ero de octubre de 2018

 

 

Muy buenas tardes tengan todas y todos ustedes;

 

Me honra compartir este evento con el doctor Enrique Graue Wiechers, Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México;

 

Particularmente, quiero expresar el profundo honor que representa compartir este espacio con las y los sobrevivientes de la masacre del 2 de octubre,  representados en este evento por el señor Severiano Sánchez, quien nos dirigirá unas palabras.

 

 

Para la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, la participación de las y los sobrevivientes y sus familias, es toral. Creemos firmemente que deben ser partícipes de cualquier acción que las involucre: sin las víctimas, no.

 

Hace cincuenta años, en una tarde de otoño como ésta, dos bengalas cruzaron el cielo, corriendo el telón de lo que se revelaría como la obra más cruel. 

 

Como ocurre siempre, la historia no se entiende sino viendo hacia atrás. Las y los jóvenes convocados, algunos cuya edad los hacía apenas unos niños, habían acudido con el valor que da la voluntad de cambio y con la confianza de que, por fin, el aparato del Estado habría de escucharles.

 

 

 

 

Entonces, dos, tres, cuatro luces; el rugir de un helicóptero; manos enfundadas en guantes blancos a punto de ejecutar la más oscura de las órdenes… estos jóvenes sabrían, más pronto que tarde, que ese espacio de esperanza, era en realidad una trampa. 

 

Al asombro inicial siguió el caos, y a éste, le siguió la muerte. Las ráfagas se sucedieron, las balas caían como lluvia. Los accesos estaban bloqueados: no había salida. Los alaridos de dolor y angustia, eran ahogados por los de insultos y órdenes.

 

Cincuenta años más tarde, estamos aquí para recordar que, un día como hoy, comenzaría la noche más triste: aquella en la que las fuerzas del Estado se volvieron contra sus propios ciudadanos.

 

Estamos aquí para tratar de imaginar lo que las víctimas sintieron; el cómo, confundidas y aterradas, trataban de resguardarse y de entender lo que estaba pasando. Una tarea que, hoy, a un día de cumplir cincuenta años, seguimos sin alcanzar.

 

Pues los hechos ocurridos el dos de octubre de 1968 superan el entendimiento. Mucho se ha escrito y estudiado sobre el movimiento, sus causas, su represión y consecuencias.

 

Sin embargo; lo profundo, lo abismal, no lo explican ni la sociología, ni la historia. Un pasaje mitológico, fiel relator de la condición humana,  podría ayudar a desentrañarlo.

Como magistralmente lo retoma un reportaje de UNAM Global: Saturno se devoró a sus hijos un 2 de octubre de 1968. Y lo hizo en un lugar sagrado: Tlatelolco.

 

Este lugar atraviesa la historia de lo que hoy llamamos México, como una flecha perpetua que, a cada tanto, corta su piel. La Plaza de las Tres Culturas está marcada con una huella de sangre en la historia.

 

Hoy, nos reunimos en este lugar, para transformar esa estampa de sangre, en huellas de la memoria. Nos reunimos para recordar a quienes acataron la orden de disparar contra sus hermanas y hermanos.

 

Nos reunimos para recordar a quienes dieron esas órdenes, para que no se pierdan en el laberinto del pasado; para que su responsabilidad sea señalada siempre, con todo el peso de la historia.

 

Nos reunimos, para evocar; para no olvidar. Nos reunimos porque hoy, como hace cincuenta años, no debe haber perdón ni olvido.

 

 

Pero principalmente, hoy hemos venido aquí para recordar que, entre la confusión, hubo solidaridad: que el terror no pudo aplastar el coraje. Que aunque, tan solo días después de la masacre, el país organizaba una fiesta, el ruido cómplice no lograría acallar las voces de la libertad.

 

A cincuenta años, venimos a evocar a las víctimas de esta masacre; venimos a recordarlas, porque el tiempo no ha hecho sino fortalecer su memoria; venimos a dignificarlas, porque la tinta oficialista no podía manchar sus nombres para siempre.

 

Venimos, también, a reconocer a las y los sobrevivientes. Su rebeldía, fue semilla; su lucha forjaría los cimientos de un país distinto, que todas y todos, tratamos de construir.

 

Para la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas ha sido un honor asistir a esta cita con la historia.

 

Hemos acompañado, con total convicción, los esfuerzos encabezados por la UNAM y coordinados por el maestro Ricardo Raphael, mediante la construcción de este memorial, obra de la maestra Yael Bartana.

Acompañamos, asimismo, los esfuerzos en torno a la construcción de la verdad, a través del archivo histórico digital, M68: Ciudadanías en Movimiento, que será presentado a continuación. 

 

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En 1968, México intentó mostrar al mundo su rostro más civilizado y festivo, mientras que, al interior, enseñó su faz más autoritaria.  Los juegos del Olimpo se celebraban sobre un país manchado de sangre. Aunque invitados, los dioses estaban ausentes, decidieron mirar hacia otro lado.

 

Escribió Octavio Paz, citando a Karl Marx, que la vergüenza es ira vuelta contra uno mismo: si una nación entera se avergüenza, es león que se agazapa para saltar. Hoy, a diferencia de los jóvenes comunistas de entonces, podemos hablar de Marx. Hoy, a diferencia del sistema de entonces, podemos hablar de vergüenza.

 

Estoy convencido de que, en el origen de la violencia que nos asola hoy, se encuentra la vergüenza silenciada de un país. Tenemos una deuda histórica con las víctimas mortales del 68 y con sus sobrevivientes. Tenemos una deuda que, de no saldarse, continuará pasando factura, en los libros de la historia y en el futuro que nos depara como Nación.

Este acto, así como los que le antecedieron y suceden, son un reconocimiento del Estado mexicano, en torno al sufrimiento de las víctimas y a la importancia de la memoria y la verdad. Agradezco profundamente a las y los sobrevivientes, y sus familias, su presencia y participación en este acto.

 

Las huellas que hoy se estampan, cambian la sangre por la vida, el dolor por la esperanza y la inercia del tiempo, por una consigna: ¡Dos de octubre, no se olvida!

 

​​Muchas gracias.