Durante el siglo xix, los límites territoriales de México llegaron a sufrir cambios importantes con relación a la formación de nuestro Estado nación debido a la tensión entre los poderes locales y el central, pero también por la tensión de la afirmación de la soberanía de las naciones vecinas, algunas veces de modo más diplomático y otras tantas por la fuerza. En estas circunstancias se encontraba la región del norte, lenta y escasamente poblada durante el periodo virreinal.

 

A finales de 1834, José María Irigoyen, después de interlocuciones con autoridades locales, escribió al entonces presidente Antonio López de Santa Anna para comunicar su preocupación por los problemas públicos del país en torno a la frontera y el territorio, así como por la obtención de objetivos políticos regionales ante el avance de fuerzas conservadoras. Esta prueba documental se preserva en el Archivo General de la Nación (AGN) (imagen 1).

 

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Imagen 1: Final de la carta enviada por José María Irigoyen al presidente Antonio López de Santa Anna (1834).

 

Debemos recordar que Santa Anna había asumido la presidencia poco tiempo atrás, después de alinearse con los intereses conservadores que rechazaban las reformas liberales impulsadas por el gobierno de Valentín Gómez Farías, había disuelto el Congreso e invalidado las leyes anteriormente proclamadas. De tal manera, también debemos reconocer que Irigoyen buscaba situarse en medio de las sacudidas políticas que agitaban al país y recuperar parte de lo perdido en el periodo previo.

 

Este personaje, testigo de la situación fronteriza del país, señaló que se debía poner atención a esa región puesto que se encontraba descuidada a causa de los diversos problemas internos que se presentaban en la República. En particular, apuntaba que las tropas encargadas de vigilar las fronteras habían sido trasladadas hacia el interior del territorio, mientras que las pocas que habían quedado sufrían un estado deplorable al no tener recursos para sostenerse.

 

Considerando lo anterior, Irigoyen creía que esta situación podía ser aprovechada por los estadounidenses para apoderarse de los territorios de Nuevo México, Alta California y Texas (imagen 2). Para entonces era bien conocida la política imperialista de los Estados Unidos, por lo cual el político y catedrático chihuahuense traía a la memoria que uno de los proyectos de aquel país era seguir expandiéndose hasta alcanzar la costa del océano Pacífico, idea que abiertamente era sostenida a través de la doctrina del destino manifiesto, la cual se resumía en una búsqueda de colonización de los anglo-estadounidenses o raza blanca sobre el territorio de América, sin importar la violación a la soberanía de otras naciones y el exterminio de los grupos indígenas oriundos.

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Imagen 2: José María Irigoyen advierte sobre la posible anexión de varios estados del norte por parte de los estadounidenses.

 

Otro factor que Irigoyen destacó sobre la actitud que había tomado el país vecino del norte sobre la zona fronteriza fue el aprovecharse de los grupos indígenas en territorio estadounidense al permitir la adquisición de modernas armas de fuego, con lo cual se agudizaban las tensiones entre las comunidades norteñas y los nativos de aquella región, que de por sí ya eran complicadas. Esta situación no sólo fue denunciada por nuestro testigo clave, sino también por el gobierno mexicano, el cual desde 1825 había solicitado a las autoridades estadounidenses que “se interrumpiera la venta de armas a los indios”[1], demandas que serían ignoradas por aquel gobierno.

 

Esta postura llegó a ser interpretada por Irigoyen, y otras personas, como una forma de desestabilizar a los estados fronterizos de México, los cuales en varias ocasiones tuvieron que enfrentarse a tribus mucho mejor armadas, mismas que, cuando tomaban el armamento de las fuerzas mexicanas, terminaban por destruirlo en vez de tomarlo.[2]

 

Así, al evocar el temor a las incursiones bárbaras, el peligro de la potencial apropiación del territorio por parte del gobierno estadounidense y la defensa de la integridad nacional, Irigoyen lamentaba que en el periodo previo se hubiesen retirado las tropas apostadas en la región como un factor que acentuaba las preocupaciones. Por lo mismo, agradecía a Santa Anna el haber tomado la medida de emprender “activamente la guerra” contra los pueblos en el norte, aunque insistía en buscar medidas aplicables al estado de Chihuahua. Por lo tanto, proponía que Coahuila, Sonora y Durango cubrieran la parte respectiva de la frontera y solicitaba la dotación de recursos económicos prontos a Chihuahua, así como la autorización de solicitar préstamos a los comerciantes de manera transitoria para dicho fin, aunque buscando no comprometer al estado frente a los recurrentes fraudes de los prestamistas en la época.

 

En el expediente no encontramos la respuesta recibida por parte de López de Santa Anna. Pero lo que tenemos por cierto es que la situación conflictiva entre las fuerzas mexicanas y los pueblos indígenas del norte que logró comunicar en aquellos años Irigoyen sería posteriormente aprovechada por el gobierno estadounidense al señalar que México era una nación débil para hacerse cargo de los estados de Nuevo México y California.

 

Este sentir expansionista estadounidense se concretó en 1848 con la firma del tratado de Guadalupe Hidalgo. En el documento se fijaron los nuevos límites territoriales entre ambas naciones, así como las responsabilidades políticas de los Estados Unidos de América de controlar las tribus indígenas del norte tal como marcaba el artículo XI. Sin embargo, esto no sería así debido a que las tribus indígenas que habían quedado en la parte norte del Río Bravo se vieron obligadas a desplazarse cada vez más hacia la frontera con México ante el proceso de colonización y exterminio que los anglo-estadounidenses iniciaron en las tierras de estos pueblos indígenas.

 

Referencias de imágenes:

 

Imágenes 1 y 2: El ciudadano José María Irigoyen al presidente Antonio López de Santa Anna, Chihuahua, México, 1º de noviembre de 1834, en AGN, Guerra y Marina, Ministerio de Estado y Despacho de Guerra y Marina, caja 26, exp. 803.

 

[1] Ángela Moyano, “Violaciones al Tratado de Guadalupe Hidalgo: las tribus indígenas”, Secuencia. Revista de historia y ciencias sociales, núm. 02, mayo – agosto, 1985, p. 26.

[2] Ofensas a la nación por bárbaros que la invaden, Chihuahua, México, 21 de octubre de 1834, en AGN, Guerra y Marina, Ministerio de Estado y Despacho de Guerra y Marina, caja 26, exp. 803, f. 41.