En el año 1562 en la Ciudad de México, los señores inquisidores se dieron a la tarea de realizar una audiencia contra una mujer, quien declaró llamarse Isabel de Ovejo, originaria de Ostotipac, región cercana al pueblo de Querétaro; mencionó tener más de 46 años y ser viuda de Juan de Molina; así como reconocer no saber leer ni escribir.

La mujer describió su genealogía, mencionando tener parentesco con el inquisidor arzobispo y virrey Don Pedro Moya, quien era primo hermano de su abuelo, según aseguraba por la palabra de este último y por supuestos papeles guardados en su residencia. Considerándose ella misma como “la única desdichada por terminar presa”, Isabel de Ovejo se hallaba con la necesidad de confesar por lo que se le hallaba culpable; ya que el 26 de junio del año mencionado había sido capturada y juzgada por hacer uso del peyote en rituales considerados como hechicería.

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En su confesión relataba 18 años atrás, antes de fallecer su esposo, ella le platicó sobre Juana, una india a la cual llamaba comadre, quien vivía en la calzada a una lengua de distancia del pueblo de Querétaro. Juana ostentaba saber sobre un tesoro enterrado en la cañada desde los tiempos del emperador Moctezuma, y que este se ubicaba donde emergía el rio en una peña colorada. Al saber su esposo sobre este suceso simplemente le respondió que no se metiera en cosas de indios.

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Al morir su esposo, Isabel se encontró sumergida en deudas y a punto de caer en la pobreza, sumergida en la desesperación recordó lo que le había dicho la susodicha comadre, de inmediato y sin pensarlo se decidió ir en busca de dicho tesoro. Recordando las referencias que le habían dado acudió cuatro veces a dicha cañada haciéndose acompañar de un hombre llamado Lucas de Ayala, quien era músico de profesión en Querétaro, y había llevado a su mulatillo, además de alquilar algunos indios de la misma cañada, estos pasarían horas haciendo hoyos sin encontrar ninguna clase de tesoro.

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Al verse frustrada, Lucas de Ayala le comento sobre una mujer de origen español llamada Francisca Martínez, quien tenía contacto con una india llamada Agustina que presumía de las cualidades de su madre para encontrar cualquier objeto o persona que se encontrara extraviada con el solo hecho de ingerir peyote. Isabel de Ovejo señalaba que desconocía estar cometiendo pecado alguno al estarse inmiscuyendo cada vez más en este asunto, misma razón que la llevó a dirigirse rápidamente con Francisca Martinez para que la contactara con dicha india, esto con la esperanza de encontrar el tan ansiado tesoro y así salir de sus necesidades económicas.

Francisca Martinez de inmediato acudió por la tarde a la casa de Isabel para presentarle a la inda. Ya a solas la india le prometió a Isabel beber el peyote, pero para ello tendría que pagarle tres pesos, Isabel se sorprendió de inmediato y le cuestiono para que necesitaba de tanto dinero, a lo que la india le respondió que se debían mandar a hacer misas, una para San Nicolás de Tolentino y otra para las animas, comprar velas y un poco de sahumerio para alumbrar a la Virgen.

Al ya sentirse con el tesoro en las manos, Isabel dio el dinero a la india. Pasaron alrededor de quince días y la india no regresaba, Isabel furiosa la hizo buscar por medio de la misma Francisca Martinez, la susodicha india le explico que no podía tomar el peyote debido a que la divinidad en la que ponía toda su fe, le indicaba que no era el momento para consumirlo.

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Hundida en la desesperación y en un arrebato de enojo la propia Isabel obligó a la india a tomar el peyote, y de igual manera la propia Isabel ingirió un poco de este con la esperanza de que el peyote mágicamente le revelara la ubicación del tesoro. Después de que pasaran los efectos del peyote y al darse cuenta de que lo único que obtuvo fueron alucinaciones de que el mismo diablo fue quien le presento a la Francisca Martinez, Isabel se sintió moralmente mal, recordando que alguna vez en la iglesia de San Francisco de Querétaro había escuchado un edicto que declaraba que el uso del peyote y otras yerbas similares eran causa de excomunión. Al sentirse sumergida en el pecado y en la tentación de la avaricia, decidió ir al convento para confesarle todo al padre comisionado, quien la mandaría a su casa y días después pasaría por ella para mandarla a la capital y confesar todo ante los señores inquisidores.

Historia extraída del expediente: AGN, Fondo Inquisición, Vol. 461, Exp. 22

 

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*Las imágenes utilizadas para ilustrar el presente relato son una interpretación libre realizada por la subdirección de difusión del AGN y no pretenden representar con exactitud los hechos ni escenarios de la época.*