La Exposición Universal de 1851 tuvo como sede la ciudad de Londres que fue la primera gran exposición universal en la que participó nuestro país; sin embargo, esta presentación fue fortuita. De acuerdo con María de Lourdes Herrera Feria[1], la presencia mexicana fue una decisión individual de un conciudadano que decidió participar representando a México mostrando algunas de sus invenciones. Este acto aislado fue suficiente para que años más tarde se enviara formalmente una invitación al gobierno mexicano para integrarse dentro de estos eventos de intercambio internacional.

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A mediados del siglo XIX, la turbulenta situación política de nuestro país dificultó la participación de México en las exposiciones universales, circunstancia que se evidencia a través de la falta de soporte de expedientes de aquellos años en el fondo documental Exposiciones, que contiene documentos de finales del siglo XIX y algunas anteriores al estallido de la Revolución Mexicana, generados a partir de la colaboración de México en el ambiente de dichos eventos universales.

La documentación predominante que integra este fondo está relacionada con la asistencia de México a la Exposición Universal de París de 1889 y su pabellón; el famoso Palacio Azteca, edificación que se consideró como ejemplo de la imagen nacionalista, elaborado y armado a partir de elementos prehispánicos.

México participó en varias exposiciones buscando, como principales intereses, fomentar la industria, ampliar mercados y dar a conocer la riqueza natural y material que podía ofrecer la nación mexicana a otras latitudes. Temáticas como agricultura, alimentación, minería, manufactura, educación, arte, ciencias, industria, ingeniería, transporte, energía y economía eran la ventana para los expositores hacia los inversionistas que concurrían a la Exposición Universal.

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Ante tal oportunidad, el Ministerio de Fomento –órgano encargado de organizar a los expositores mexicanos que asistían a las exposiciones universales–, hacía énfasis para que los delegados invitaran a presentadores de calidad y así hacer ostensible los productos relacionados a la agricultura, arboricultura y horticultura mexicana, así como a las destacadas industrias alimenticia, cervecera, cafetalera y tabacalera; puesto que, tal como lo manifestó Sebastián B. de Mier, comisionado general de la Exposición de París en 1900, los productos tenían que mostrar:

Todas las riquezas naturales del país, todos sus productos explotados y todos los artículos de sus industrias manufactureras, haciendo alarde, de su próvida naturaleza y de la inteligencia y laboriosidad de sus hijos, para que la exposición resultara como un resumen gráfico de nuestra potencia productiva.

DE MIER, Sebastian B. México en la Exposición Universal Internacional de París-1900, París, imprenta de J. Dumoulin, 1901, p. 22.

Si bien la finalidad de participar en las exposiciones era dar a conocer lo que propiamente producía una nación y fortalecer los lazos entre las civilizaciones concurrentes, para países como México –que no contaban con una gran industria– se volvieron espacios para la captación de capital extranjero dispuesto en invertir en proyectos, productos o actividades comerciales que eran presentados en la Exposición Universal.

Cabe resaltar que los productores locales fueron los que más beneficios obtuvieron al contar con un espacio que les permitió negociar directamente con el mercado internacional sin la necesidad de la intervención del Estado. En este sentido, María de Lourdes comenta que el gobierno mexicano, en ocasiones, sólo era el encargado de invitar, a través de los canales de comunicación oficial, a los productores locales para que participaran con “productos de la más alta calidad, elaborados con esmero y que pudieran afrontar victoriosamente la competencia con los de otras naciones”.

Se puede decir que a través de lo que se presentaba en las exposiciones se fue construyendo una identidad nacional (de lo mexicano) al darle presencia a los productos alimenticios y las bebidas; se mencionan en particular a estos dos por ser los que tuvieron mayor relevancia, por ejemplo, en la exposición de París, en 1900, los expositores de alimentos fueron los que mayor número de medallas y reconocimientos obtuvieron.

Poco a poco productos como textiles, minerales, dulces, granos y chiles comenzaron a ser vinculados con nuestro país, lo que abrió la posibilidad de no sólo participar en futuras exposiciones temporales, sino de importar productos a otras naciones o participar en exposiciones permanentes donde se ofrecieran continuamente artículos mexicanos. Además, algunas zonas de la República Mexicana comenzaron a cobrar popularidad por determinados artículos (como los mármoles y el ónix de la región de Tecali, Puebla, o el café producido en la zona de Veracruz), a partir del reconocimiento que ganaban en varias exhibiciones. Ejemplo de ello es el informe sobre la apertura de la sección mexicana en la Exposición permanente Panamericana de 1884, en donde se enuncian los productos destacados de México en aquel evento. 

Al entrar en el Salón se halla a la derecha una vidriera que contiene ópalos y trabajos de pluma, una especialidad en el arte mexicano. La pirámide de la izquierda demuestra que México fabrica ya cerveza que necesita para su consumo. Hay varias muestras de café y la colección de frijoles mexicanos. También vimos nuez de palma que usan los indios para alumbrados… El shishi (es una planta de la familia del agave), bagazo de maguey aloe después de haberse extraído bebida nacional llamada pulque… Una de las exhibiciones más preciadas es la del tecali u ónix mexicano… Los mexicanos han podido fabricarse sus propios paños, casimires, mantas, estampados y géneros de algodón.

Información de la exhibición de los productos mexicano en la Exposición permanente Panamericana de 1884, AGN, Secretaría de Fomento, Exposiciones, Caja 98, exp. 26.

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Por esa razón en las fichas de registro de los expositores, que fueron creadas para el jurado internacional, y a través de cuya consulta se puede conocer cómo era la participación mexicana en estos encuentros internacionales, se señalaba información relevante sobre el tipo de producción presentada. Algunos de los datos registrados eran: nombre de la fábrica y del propietario, tipo de producción, lugar de la fabricación, año en que se fundó la fábrica, valor de la producción anual, cantidad producida por año, número de empleados, así como información sobre la educación, salud y moral de los obreros. Todos estos apuntes eran capturados con el fin de que los futuros inversionistas conocieran que tan remunerable podría ser una inversión en México, en el cual la gran mayoría de los expositores eran artesanos privados de un sistema industrial, así el capitalismo echaría raíces, destruyendo toda forma de producción basada en el trabajo propio del productor para que, poco a poco, toda la producción se convirtiera en un modo de producción capitalista [2]. 

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Taller de tejidos de lana del propietario Miguel S. Lima Sues, establecido en Tlaxcala desde 1887. Se menciona que había ganado medalla de bronce en la Exposición de París de 1889. Datos para el catalogo de México y para ilustrar al jurado internacional, 1915, AGN, Secretaría de Fomento, Exposiciones, Caja 98, exp. 9.

 

En los diversos expedientes que resguarda el AGN, se pueden encontrar nombres de renombrados productores, como los hermanos Balsa (famosos fabricantes de tabaco en Veracruz); o de compañías cerveceras nacionales.

Por último, se debe señalar que estas exposiciones internacionales abrieron la posibilidad de incrementar las importaciones de nuestro país; pues a partir del reconocimiento que fueron ganando los productos mexicanos, se sumaban compañías comerciales a la creación de espacios permanentes en donde se pudieran ofrecer continuamente estos artículos. De esta iniciativa se consolidarían diversos proyectos, principalmente en Francia y Estados Unidos.

 

[1] Feria,María de Lourdes Herrera. Puebla en las exposiciones universales de siglo XIX. La inserción de una Región en el Contexto Global, México, Historia, 2013.

[2] Karl Marx. El capital. Wenceslao, Roces (trad.). Tomo II, Vol. II, Fondo de Cultura Económica, p. 37.