La figura del general Ignacio Zaragoza es una de las más emblemáticas en la historia de México. Su carrera militar daría inició en 1853 cuando formó parte del ejército de Nuevo León como sargento, para posteriormente ser capitán del Ejército.

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Su ideología liberal lo llevó a adherirse al Plan de Ayutla que derrocó a Antonio López de Santa Anna. Además formó parte de los cuerpos de defensores de la Constitución de 1857 con quienes participó en la batalla de Calpulalpan, imponiéndose al ejercito conservador en 1861, batalla que puso fin a la Guerra de Reforma.

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Reconocido por su lealtad y patriotismo se puso a las órdenes del presidente Benito Juárez como Ministro del Ejército y la Marina. Bajo ese cargo duraría unos cuantos meses, pues renunciaría para enfrentar uno de sus mayores y más grandes retos militares de su vida.

Al concluir la ya mencionada Guerra de Reforma el gobierno juarista se encontraba en la ruina, con un territorio dividido y en conflicto, ante esa situación el Congreso decretó la suspensión del pago de la deuda externa.

Esta medida provocó la protesta de los acreedores internacionales y proporcionó la excusa perfecta para legitimar una intervención. Es en ese contexto que Francia, Inglaterra y España firmaron el tratado de la Convención de Londres; en el cual se acordó que las tres naciones enviaran fuerzas militares a territorio mexicano. La invasión de las tres potencias se vería frustrada, ya que Inglaterra y España desistieron al llegar a un acuerdo con el gobierno mexicano a través de los Tratados de la Soledad.

No obstante Francia, a pesar de haber firmado dichos acuerdos, continuó con sus ambiciones de expandir su influencia en el continente americano tratando de instaurar una monarquía en territorio mexicano. Mandó fuerzas invasoras a las costas mexicanas, dándose el primer enfrentamiento con el ejército liberal mexicano, formado por cuatro mil hombres, y el ejército francés, con una fuerza de seis mil al mando del conde de Lorencez, en las cumbres del municipio veracruzano de Acultzingo el 28 de abril de 1862.

Al ver el avance del ejército francés hacia territorio poblano, el presidente Juárez tomó la decisión de mandar nuevas tropas a replegar a las fuerzas francesas, esta vez de la mano del general Zaragoza. Se formó el Ejército de Oriente, en el cual destacarían los nombres de distinguidos generales liberales como Porfirio Díaz, Miguel Negrete, Felipe Berriozábal, Antonio Álvarez y Félix Díaz.

El 5 de mayo de 1862, al intentar tomar Puebla, los invasores franceses fueron rechazados en repetidas ocasiones por el ejército mexicano. La defensa mexicana, a cargo del general Ignacio Zaragoza, se atrincheró en los fuertes de Loreto y Guadalupe y aunque las tropas nacionales iban mal armadas, tenían gran determinación. Asimismo, la participación de las distintas comunidades indígenas de la región, quienes a apunta de machaste enfrentaron a los militares franceses, resultó de gran ayuda.

Fue la primera vez que Francia, con el ejército más poderoso del mundo en ese momento, fue vencida después de casi medio siglo de victorias. De inmediato el presidente Juárez mandó sus felicitaciones al general Zaragoza y sus tropas, documento que perteneciente al fondo Guerra y Marina y el cual se resguarda dentro de la bóveda seguridad del Archivo General de la Nación.

Sin embargo, las tropas mexicanas se preparaban para sufrir una nueva embestida de los invasores franceses, Ignacio Zaragoza recorría las posiciones de sus tropas y los campamentos donde se atendía a los heridos y a los numerosos soldados azotados por una terrible epidemia de tifo. El general Zaragoza se dispuso a moverse a Acatzingo para planificar una nueva defensa, en el camino fue atacado por un fuerte dolor de cabeza y alta temperatura, con los días su salud se deterioró y con la sospecha se ser víctima del tifo, determinaron regresarlo a territorio poblano.

En un estado de salud deplorable que iba en aumento y en el regocijo de sus alucinaciones, el 7 septiembre el general Zaragoza con dificultad pudo reconocer a su madre y a su hermana, en una habitación llena de jefes, oficiales y amigos del moribundo que deseaban acompañarlo en sus últimas horas, el doctor Navarro, tras examinarlo, declaró con desconsuelo que no había nada que hacer para salvarlo. Al día siguiente los malestares empeoraron provocando la muerte del “Héroe del 5 de mayo”.