Doctor Jaime Labastida Ochoa, Presidente de la Academia Mexicana de la Lengua.

Maestra Alba Martínez Olivé, Subsecretaria de Educación Básica.

Maestro Joaquín Diez-Canedo, Director General de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos.

Ingeniero José Ignacio Echeverría, Presidente de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana.

Maestro Felipe Garrido Reyes, Director Adjunto de la Academia Mexicana de la Lengua.

Distinguidos Académicos.

Señoras y señores:

Para Octavio Paz, la lengua es el mayor signo de nuestra condición humana. Para el poeta, la palabra debía ser vista como la morada que nos reúne y que nos hace conscientes de lo que somos, acortando las distancias que nos separan y atenuando las diferencias que nos oponen.

La lengua es, en efecto, cuna de civilización y germen de nuevas generaciones. Gracias a ella somos herederos y transmitimos herencia, pues nos permite entender el mundo, haciéndolo inteligible, distinguiendo sin separar y uniendo sin confundir.

Nuestra lengua, al conjugar realidad con imaginación, es comunidad que facilita una multiplicidad de posibilidades. Por eso a través de ella, se materializa una de las más importantes características de la educación: fomentar la diversidad en un entorno que nos pertenezca a todos.

La ortografía es el espacio lingüístico en donde se realiza de manera más clara la unidad del español. Desde los albores del renacimiento, Antonio de Nebrija estableció la obligación de escribir como pronunciamos y pronunciar como escribimos, pues las letras representan la voz y su adecuada articulación.

Generación tras generación, se han establecido un conjunto de prácticas y normas; convenciones que hoy constituyen el precioso artificio que llamamos ortografía.

En la página escrita con cuidado y esmero, se posibilita el espacio para el diálogo, ya que si no se transmite fielmente el mensaje, se dificulta su comprensión. Encontrarnos con una letra o un signo equivocados o fuera de lugar, nos obliga a regresar una y otra vez, tratando de reconstruir la fonética, hasta que logramos reconocer la palabra. Así, la corrección ortográfica es el pilar más importante de la comunicación, esencial para consolidar nuestra identidad cultural.

La ortografía es, en este sentido, un deber. Pero importa señalar que es a la vez, un derecho de los ciudadanos libres. Así lo entendieron los antiguos cuando por “artes liberales”, se referían al estudio de esta y otras disciplinas, que la sociedad renacentista consideraban principio y base de todos los saberes.

Y es cierto, para aprender hay que pensar bien, y pensar bien equivale a escribir bien. Diversos autores señalan que ambas son operaciones análogas, porque el habla no es otra cosa que pensamiento comunicado.

La reforma en materia educativa, impulsada por el Presidente Enrique Peña Nieto, establece la obligación del Estado de proporcionar educación de calidad, mandato que supone, entre otros aspectos, que niños y jóvenes tengan maestros más preparados, además de que cuenten con mejores materiales para su aprendizaje.

La semana pasada atestiguamos el banderazo de salida a los transportes que entregarán los últimos libros de texto gratuitos del ciclo escolar 2013-2014. Si bien tenemos el compromiso de que los casi 238 millones de ejemplares lleguen a tiempo a todas las escuelas y alumnos del país, también tenemos el irrenunciable reto de conducir su transformación y mejora continua.

Hace unas semanas advertimos que los libros ya habían sido editados y tenían faltas ortográficas. Lo he dicho y lo reitero: es un error imperdonable. No puede existir calidad educativa si los textos no son herramientas que ayuden a pensar adecuadamente, lo que presupone un conocimiento y uso preciso de nuestra lengua. Desde el día en que hice el anuncio, se abrió una investigación para dilucidar las responsabilidades en este caso.

¿Cómo vamos a formar un pensamiento correcto con errores ortográficos? ¿Cómo puede articular el raciocinio un estudiante si por un lado aprende las reglas del uso de la lengua y, por otro, advierte que sus materiales de estudio no las siguen?

Para subsanar esta grave deficiencia, se entregarán manuales a los profesores para que puedan realizar las correcciones directamente en el aula. Sin embargo; reconocemos que la ortografía no se reduce a una mera corrección formal. Es condición de claridad, puente seguro del diálogo y el entendimiento.

Hoy celebramos este convenio con la Academia Mexicana de la Lengua, institución muy querida para nuestro idioma y nuestra cultura, que ha velado porque el uso que los hablantes hacemos del lenguaje no se desvíe del camino de la unidad. Agradezco muy especialmente a Don Jaime Labastida, filósofo poeta fiero, alegre y luminoso, como lo calificaran hace  unos días por su profundo compromiso con la difusión de la cultura y la literatura.

Gracias al Convenio, la Academia revisará que todos los libros de texto gratuitos sean vehículo del buen español, porque cada palabra empleada estará limpia y dará esplendor a nuestro idioma, como reza su lema.

Es de destacar también que esta institución revisará las cédulas de los murales del edificio sede de la Secretaría de Educación Pública, entre otros materiales, a fin de corregir los eventuales errores ortográficos o de sintaxis.

No cabe la menor duda que este Convenio, nos permitirá revolucionar la manera en que la ortografía es enseñada y transmitida en las escuelas. Continuaremos impulsando la importancia de la lectura, pues un buen lector siempre tenderá a una buena ortografía; pero además, a través de nuevos métodos, dinámicos e integradores, trabajaremos por alcanzar el ideal de que todos los mexicanos se expresen correctamente de manera oral y escrita.

La ortografía es un instrumento esencial para la unidad del idioma, que nos hace sentir orgullosos de nuestra condición de hispanohablantes. Cuidarla y preservarla, es tarea de todos los mexicanos.

Concluyo recordando parte de la intervención de Carlos Fuentes, en el Tercer Congreso Internacional de la Lengua Española: “Sin lenguaje no hay progreso, progreso en un sentido profundo, el progreso socializante del quehacer humano, el progreso solidario del simple hecho de estar en el mundo y de saber que no estamos solos, sino acompañados.”