En octubre pasado obtuvo el segundo lugar en la categoría A del concurso Mujer Migrante Cuéntame tu Historia 2017, que organizó el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) a nivel nacional.

El concurso consistió en relatar por escrito o a través de video una historia de migración, para promover el conocimiento y la difusión de las condiciones, problemáticas, experiencias y éxitos vividos por las mujeres en las migraciones.

La joven tzeltal, originaria de San Pedro Pedernal, municipio de Huixtán, Chiapas, decidió darse la oportunidad de abrir su corazón y platicar sobre su experiencia.

En cinco cuartillas resumió parte de las situaciones de pobreza, maltrato, discriminación y humillación que vivió a su llegada a la Ciudad de México, en busca de una nueva oportunidad para estudiar y salir adelante.

Antsil yip: mujer con fuerza

Dicen que recordar es vivir, pero Fabiola no lo ve así. A casi cuatro años de distancia, su mirada se pierde en el recuerdo, su rostro se aflige visiblemente, su voz se quiebra cuando evoca aquel pasado; después sonríe al descubrirse como esa antsil yip (mujer con fuerza) en la que se ha convertido. Ese es el título del texto ganador.

“Mi historia es un ejemplo de cómo podemos darle la vuelta a los problemas y convertirlos en algo que valga la pena, algo que nos lleva al éxito y a ser mejores.

“¿Cómo logré casi terminar la licenciatura?, a veces ni yo sé y no me la creo, pero veo el camino recorrido, y en estos tres años me volví más fuerte, sé que aún me queda mucho por recorrer, pero hoy día tengo la certeza, la fuerza y la confianza de que lo que viene será mejor”.

Fabiola relata a Gaceta UPN que más allá del premio, lo que buscaba era alzar la voz, “hacer visible lo que viven muchas  [mujeres] y mejorar sus condiciones de vida, justo porque compartí espacios con gente del interior de la República, indígenas en las mismas condiciones de discriminación que yo viví y de lo cual no pueden escapar”.

Una noble profesión

En el texto cuenta que salió de Chiapas hace tres años y medio para estudiar la LEI en la UPN Ajusco, una oportunidad que quería aprovechar porque representaba seguir preparándose académicamente (ya era pasante de la Licenciatura en Desarrollo sustentable en la Universidad Intercultural de Chiapas). Además está convencida de que el mundo es muy grande para no disfrutarlo y quedarse siempre en el mismo lugar hasta morir.

Ahora sabe que “es importante salir y conocer otras cosas que no hay en tu pueblo, a pesar de lo doloroso que pueda ser”.

Cuando termine su segunda licenciatura quiere incorporarse al magisterio en su estado natal, pues antes de venir a la ciudad probó las mieles de esta noble profesión y asegura que le gustó mucho; por eso decidió estudiar la LEI.

Una gran tristeza en el corazón

Su historia, como dice ella, es la de una mujer “como muchas más”, que vivía en casa de sus padres en condiciones económicas difíciles, “en parte fue lo que me motivó a salir de mi comunidad, para prepararme más y ayudar a mi familia más adelante.

“En el texto hablo de todo lo feo y fuerte que vivimos cuando llegamos a la ciudad. Para empezar teníamos miedo porque llegamos solas [Fabiola y su hermana], sin conocer a nadie, ni la ciudad; no teníamos a dónde llegar.

“No puedo describir los sentimientos que me causó esta ciudad tan grande; fue muy complicado por las condiciones de violencia que se viven en el transporte, los taxistas abusaban de nosotras porque nos llevaban más lejos de donde teníamos que ir y cobraban más; la gente se nos quedaba mirando por nuestro acento, nuestra forma de vestir, de comportarnos, que no es muy común en la ciudad; se nota la diferencia que tienen en el trato de una persona con otra que viene de su pueblo”.

Decidió regresar a Chiapas esa misma tarde después de inscribirse en la UPN, pero sabía que debía volver y continuar con lo que había empezado.

Salir de su comunidad “fue uno de los momentos más difíciles de mi vida”. Dejó atrás a sus padres, hermanos, tíos y un prometido que, ahora sabe, la está esperando, pero entonces no lo creía. “Los días volaron, con incógnitas, con sueños, pero sobre todo con una gran tristeza en el corazón de que tal vez perdería al amor de mi vida, aun así decidí que sí, que estudiaría mi segunda carrera”, relata en el texto.

La cara cruda de la ciudad

“Vine con mis ahorros y en dos meses ya no tenía nada, tuve que empezar a trabajar para pagar la renta y vi la cara cruda de la ciudad. Trabajé en una panadería con 800 pesos mensuales y una jornada laboral de ocho horas diarias; en muchos trabajos no me aceptaron por mi origen indígena, decían que los de provincia vienen a robar, y como no cambié mi identificación oficial pasó lo mismo en muchos lugares.

“En una tienda de cosméticos me dijeron que no cumplía con los estándares de belleza, y al fin llegué a una tienda de autoservicio donde me pagaban 80 pesos el día con trabajo muy complicado; demandaba mucho tiempo y no podía ir a la escuela; no tenía para comer ni poder solventar mis gastos, a veces me tenía que ir a la universidad caminando y no podía comer algo que costara más de 20 pesos. Fueron los momentos más austeros que he vivido.

“Pienso que los patrones se aprovechan de la condición vulnerable en la que nos encontramos pues saben que no existen muchas oportunidades laborales para nosotras, en general la situación en el país está complicada pero lo es más si eres mujer y eres indígena”.

El otro lado de la moneda

“Todo lo vivido lo he potenciado, sí lloré, me deprimí, enfermé, pasé hambre, a veces humillaciones pero lo logré, me acoplé a la ciudad y así como tuve momentos difíciles vinieron también muchos buenos”.

Tiempo después ingresó al programa SaludArte del gobierno local, primero como monitora y después como tallerista; “conocí mucha gente, empecé a poner en práctica lo que me enseñaban en la universidad y afortunadamente con ese apoyo cubrí mis gastos, viví una experiencia laboral más sana, con horarios flexibles para mí como estudiante.

“Desde mi punto de vista esta oportunidad ha sido uno de mis mayores éxitos personales y profesionales porque pensé que no iba a poder y aquí sigo, dando batalla, con la característica que siempre he tenido de ser rebelde, de no dejarme vencer ante los obstáculos más fuertes, de romper las normas, los estigmas y cosas que la misma familia te impone desde adentro”.

En la UPN, “las experiencias han sido buenas, muy positivas porque hay diálogo entre las diferentes etnias que convivimos en este espacio.

“Salir de mi comunidad fue bueno porque me ha traído cosas positivas, aprendí a valerme por mí misma, a defenderme, a trabajar y ser más fuerte que antes, a no tener miedo, a hacer las cosas y saber que sí se puede, contrario a lo que me decían.

“Es una experiencia que a pesar de todo no la cambiaría por nada, es una muestra de que las barreras nos las ponemos nosotros”.

Las experiencias ayudan a otras mujeres

Un requisito para participar en este concurso fue ofrecer propuestas para mejorar las condiciones y situación de las mujeres migrantes. Fabiola ofreció algunas fórmulas encaminadas a generar desde las instituciones correspondientes apoyos económicos o trabajo a mujeres migrantes con excelencia académica para que continúen sus estudios: crear redes de apoyo entre mujeres migrantes para compartir experiencias y fortalecer lazos; y generar programas de apoyo específicamente a mujeres migrantes universitarias, “sobre todo porque la situación académica es una de las principales causas de movilidad, y no siempre tenemos apoyo económico de algún tipo.

“Siento que las experiencias ayudan a afrontar los obstáculos; a aprender de ellas y a ser más fuertes. Pero también ayudan a otras mujeres para darles valor y salir de sus comunidades a buscar nuevas oportunidades.

“Tengo primas, sobrinas y las mujeres de mi localidad que no salen por las mismas tradiciones tzeltales de que las mujeres se quedan en el hogar y son criticadas si hacen lo contrario a las prácticas de la etnia. Creo que de esta manera puedo llegar a ellas y animarlas a buscar nuevos horizontes; no está mal quedarse pero es importante conocer más”.