De esos muros imponentes y rectilíneos que, en el discurrir
de las horas y las estaciones del año, parece que también
transforman en reflejo nuestros sueños y aspiraciones: “La luz
es fundamental, es el otro material de trabajo en la arquitectura,
siempre las formas deben estar pensadas para respectar el
trayecto del Sol. Es una condición de la arquitectura el manejo
de la luz, natural y artificial”, aseguró alguna vez Teodoro
González de León, el arquitecto creador de la construcción
que alberga nuestra alma mater y nuestro centro de estudios
y de trabajo.
Hoy, que ese genio de la arquitectura nos ha dejado, es de
justicia recordar que el edificio que nos acoge cada día es obra
de dos grandes maestros: Teodoro González de León (1926-2016)
y Abraham Zabludovsky (1924-2003).
El primero de ellos cumplió 90 años de vida el 28 de mayo
pasado, cuando los medios de comunicación y las instituciones
de arte y cultura se volcaron a festejarlo.
Precisamente, en fechas cercanas a ese aniversario, recibimos
a fotógrafos y equipos de producción de televisión ansiosos por
recoger las imágenes de algunas de sus obras emblemáticas: la
Universidad Pedagógica Nacional (upn), que es la de mayores
dimensiones en las faldas del Ajusco; el avecindado edificio del
Fondo de Cultura Económica (fce) y la sede de El Colegio de
México (Colmex), la triada de obras en ese corredor cultural
que imaginaron González de León y Zabludovsky a comienzos
de los años ochenta.
Durante su recorrido por nuestras instalaciones, los
visitantes de distintos medios de comunicación fijaron
los objetivos de sus cámaras en algunos de los detalles
más característicos de la obra, como las innumerables ventanas
que evocan la pirámide de los nichos de El Tajín; la
entrada lateral al edificio de gobierno que recuerda los edificios
de Monte Albán; y el frontispicio que abre una calzada
frente a la biblioteca Gregorio Torres Quintero, un aspecto
que hoy podría ser considerado como el germen de la torre
Arcos Bosques de Santa Fe.
Cuando el edificio central de la upn se inauguró en noviembre
de 1980, por la Carretera al Ajusco transitaban alguno que
otro camión y poquísimos coches. Desde las faldas del cerro,
la upn parecía un gigante de mármol y granito que contemplaba
absorto el horizonte del amanecer, embellecido por las
cimas del Popocatépetl y el Iztacíhuatl.
Esa imagen bucólica y apacible parece muy lejana. Nada
que ver con el pandemónium de hoy, con el tráfico y el hormigueo
de gente que sube y baja todos los días del Ajusco mientras                                                                                                                                                                                           observan a su paso los impasibles muros y los relampagueantes
ventanales de nuestro edificio.
Una obra que parece marcar la frontera entre lo meticulosamente
planeado y el caos de los asentamientos espontáneos e
irregulares que, poco a poco, han devorado los viejos bosques
y las rutas que conducían hasta la cima del Ajusco. A lo largo
de 36 años, los asentamientos y edificaciones circunvecinas se
expandieron sin control alguno, hasta desaparecer el entorno
agreste de la lava volcánica y el verdor de un bosque reducido
a parcelas.
“La Ciudad de México es complejísima, sucia, corrupta,
pero de una intensidad inigualable. Puedes visitar ciudades
europeas bellísimas que son pequeños cementerios de calles
vacías”.
Valdría la pena recordar que, cuando nació la upn, aún no
había trazas del fce. A pocos metros de distancia, el edificio
del Colmex cumplía cuatro años de establecido y, junto con
nuestra casa de estudios, se convirtió en muy poco tiempo
en centro de concurrencia obligado para el mundo académico
y para una población estudiantil, hoy, multigeneracional. Un
centro de afluencia que, seguramente, estaba en los planes de
Teodoro González de León.
Y aquí estamos, transitando un sitio arquitectónico con
grandes espacios abiertos y escalinatas que se interconectan
para hacer lo propio con la gente.

“Un colegio de graduados necesita un patio para que se
conozcan, para que charlen al entrar y haya encuentros. En
un edificio alto el único encuentro es el elevador y nunca se
puede hablar en un elevador, por eso procuré que todas las
puertas den al patio y se vuelve un lugar de cruces”.
Cuando el pasado 16 de septiembre amanecimos con la
noticia de su fallecimiento, el hecho parecía contradecir
a la realidad. Durante las últimas semanas, González de León
había dejado constancia de su lucidez y de sus ganas de
vivir en los distintos homenajes que –por sus 70 años de trayectoria–
le organizaron la Secretaría de Cultura, el Instituto
Nacional de Bellas Artes (inba), la Secretaría de Cultura de la
Ciudad de México, El Colegio Nacional y El Colegio de México.
“Nunca pensé llegar a esta edad, simplemente sé que voy
a empezar la décima década, pero me tiene sin cuidado”, expresó
en marzo, con tono de despreocupación, durante el acto
en el que se dio a conocer su exposición de maquetas en el
Museo de la Ciudad de México.
Hoy, las obras y el pensamiento de González de León nos
siguen acompañando. Es justo reconocer que le debemos un
recinto que es nuestra casa y, al mismo tiempo, testimonio de
su capacidad y de su ingenio para transformar la aridez del
concreto en patios deslumbrantes, en pórticos majestuosos y
en aulas que albergan todos los días a profesores y a más de
cinco mil estudiantes.
“Me interesa el color de los materiales pero no la pintura, la
arquitectura pintada no me interesa, no me llega. Yo necesito
ver la materia que carga, el concreto que carga, o el acero que
soporta y se ve, me gusta que el material exprese cómo está
soportado y no sea un color”.
En la upn reconocemos a Teodoro González de León por
dejarnos un patrimonio histórico que ha sido al mismo tiempo
el refugio, el centro de estudios y formación y el “cruce de
caminos” de varias generaciones de profesionales de la educación
al servicio de México.
“Vivo en el presente, auténticamente. Me interesa mucho el
pasado porque es una forma de conocer el presente, de tener
más riqueza para ver el presente. El pasado es dudoso también
porque el que conocemos, lo conocemos desde el presente,
entonces está muy deformado, pierde… Y del futuro no hay
que pensar porque es totalmente impredecible, no creo que se
pueda adivinar nada, ni de la vida personal ni de la de los amigos,
ni de la nación ni de la ciudad. Nada. Me niego. Es inútil. Y
eso tiene una explicación: y es que el futuro es lo que hacemos
todos juntos, entonces es imprevisible”.
Del breve recuento que hace de su obra El Colegio Nacional
–del que era miembro desde 1989–, seleccionamos sus obras y
reconocimentos más destacados:
“Fue autor, con Abraham Zabludovsky, del edificio del
Infonavit, El Colegio de México, el Museo Rufino Tamayo,
la Universidad Pedagógica Nacional, la ampliación de las
Oficinas Centrales de Banamex y la remodelación del Auditorio
Nacional. Con Abraham Zabludovsky y Francisco
Serrano edificó la Embajada de México en Brasil; posteriormente,
con Francisco Serrano, la Biblioteca Pública Estatal y el
Centro Administrativo de Gobierno en Villahermosa, Tabasco,
las nuevas oficinas de Hewlett Packard, nuestras embajadas
en Alemania y Guatemala. Con Francisco Serrano y Carlos
Tejeda realizó el Palacio de Justicia Federal y el Corporativo
Arcos Bosques. El Mexican-American Cultural Center, en Austin,
Texas, en colaboración con Casabella+Campo & Maru. Es
autor, con Armando Franco y Enrique Molinar, del proyecto
original del campus de Ciudad Universitaria (recuperado de:
http://colnal.mx/news/el-colegio-nacional-participa-el-lamentabledeceso- del-arquitecto-teodoro-gonzalez-de-leon