Para entender el autismo hay que pensarlo desde la perspectiva psicológica, es necesario tomar en cuenta lo que dicen los sociólogos, los antropólogos y otros especialistas con el fin de lograr una atención integral, una intervención oportuna multidimensional que ayude a las personas con este padecimiento a mejorar su calidad de vida y alcanzar su inclusión total en la sociedad.
Así lo consideró Diego Reza Becerril, asesor del Instituto Domus, en la conferencia que impartió durante el Encuentro Nacional Conocimiento e Intervención Multidimensional del Trastorno del Espectro Autista (TEA), celebrado en la Universidad Pedagógica Nacional (UPN) Ajusco.
El encuentro tuvo como fin intercambiar experiencias para conocer aspectos de actualidad sobre el tema. Este evento reunió a especialistas de diferentes instituciones dedicadas a la atención de TEA, quienes hablaron sobre la detección temprana de esta condición, así como de propuestas de trabajo para estimular el desarrollo de habilidades cognitivas, de socialización, de regulación de comportamiento y de manejo en la familia.
Iván Escalante Herrera, coordinador del Área Académica Pedagogía y Formación Docente, aseguró que a nivel mundial se está avanzando en el tratamiento del autismo, desde los primeros planteamientos de Leo Kanner y Hans Asperger a la actualidad, “esto va evolucionando y encontramos instituciones y universidades que, mediante procesos de investigación, empiezan a generar distintos enfoques, perspectivas e interpretaciones acerca del Trastorno de Espectro Autista”. 
Aseguró que aunque “no hay una certeza absoluta de qué es lo que pasa con el TEA, podemos identificarlo mediante el comportamiento de los sujetos, […] pero evidentemente nos falta avanzar mucho más y estamos en eso. 
“Este tipo de encuentros, continuó, va formando una comunidad de aprendizaje en la que una problemática común nos convoca e involucra para encontrar una respuesta; es una búsqueda constante de explicaciones, de estrategias, de recursos, es decir, un campo abierto que evoluciona”.
Mónica Calvo López, secretaria académica de la UPN, celebró este encuentro y reconoció el trabajo que Escalante Herrera y las organizaciones participantes realizan con el propósito de producir herramientas para atender este trastorno, para investigar, ser persistentes en intervenir y comprender, en dar sentido y apoyo a quien lo necesita.
En México sin estadísticas representativas
El programa del encuentro inició con la conferencia del subdirector de Investigación y Calidad de Domus Instituto de Autismo, Diego Reza Becerril.
La conferencia trató sobre el momento actual del autismo, en la que el especialista afirmó que el trastorno “representa una gran responsabilidad porque se trata de un tema complejo que no está resuelto”, y señaló la importancia de dar a conocer algunos aspectos históricos porque “no se puede entender el momento actual del autismo si desconocemos lo crucial de su historia.
“El autismo es una de las alteraciones del desarrollo más complicadas de entender […]. Es tan complejo que ningún libro lo refleja en su verdadera dimensión, y desafía incluso hasta a las comunidades científicas”. 
Mencionó que ya son 74 años de historia del autismo a nivel mundial, pero en México “no hay una estadística que parezca representativa”; sin embargo, en el Instituto Domus (fundado en 1980) “empezamos con ensayo y error, aprendimos de nuestra experiencia, pero ahora lo vemos [la labor que ahí se desarrolla] como una oportunidad de seguir aprendiendo, porque el trabajo directo con los pacientes nos ha formado una cualidad muy importante que es ser flexibles para tomar lo que mejor conviene de la investigación para atender cada caso”.
Explicó que el primer diagnóstico de autismo tuvo lugar en un hospital psiquiátrico (1912), cuando el psiquiatra suizo Eugene Bleuler consideró el autismo como un sinónimo de esquizofrenia. Hecho que considera “lamentable porque en la actualidad sigue siendo muy complicado quitar ese estigma”.
Fue hasta 1938 cuando el médico austriaco Hans Asperger utilizó la palabra “autístico” en el sentido moderno para describir en psicología infantil a niños que no compartían con sus pares, no comprendían los términos “cortesía” o “respeto” y presentaban además hábitos y movimientos estereotipados. Asperger denominó a ese cuadro clínico “psicopatía autística”.
En 1943, a finales de la Segunda Guerra Mundial, se conocieron los trabajos del psiquiatra del hospital Johns Hopkins (Baltimore, Estados Unidos) Leo Kanner, quien llamó a este padecimiento “autismo infantil precoz”.
Posteriormente, en la década de los setenta y ochenta, esta alteración neurológica tuvo un enfoque biológico; más tarde empezaron a utilizarse los criterios que indicaba el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM por sus siglas en inglés), y a partir de 2001 empiezan a salir a la luz más investigaciones científicas sobre el espectro autista.
Síntomas que lo identifican
De acuerdo con Kanner, existen síntomas que distinguen al autismo de las enfermedades mentales y que ayudan al diagnóstico a temprana edad. El primero está relacionado con que los niños tienden a estar en una postura estática.
Segundo: falta de interacción social (poco o nulo contacto visual, evitan el contacto físico, no responden al ser llamados por su nombre, no tienen lenguaje y si lo tienen presenta alteraciones). “El lenguaje no sólo tiene que ver con el autismo, no es un síntoma relevante, por eso debemos ser muy críticos sobre esto en el diagnóstico”.
El tercer síntoma lo constituyen las estereotipias (movimientos repetitivos). La mayoría de estos síntomas pueden aparecer al año y medio de edad, comenzando con retrocesos en el desarrollo del niño.
Saber usar los procedimientos
A la pregunta: ¿qué se piensa cuando oímos la palabra autismo?, Reza respondió que se piensa en niños, y reconoció que los diferentes servicios que se brindan en los hospitales psiquiátricos en el país son para este grupo de población vulnerable; sin embargo, destacó que hay una realidad diferente, pues también hay jóvenes y adultos con este trastorno. 
Señaló que Domus, la institución donde trabaja, recibe jóvenes en una situación “bastante deteriorada” porque los papás los han mantenido en casa por un tiempo que va de uno hasta 12 años sin ningún tipo de intervención.
“Seguimos viendo estereotipos, pensamos en niños genios para hacer fácil el trabajo sobre etiquetas y estereotipos, y dejamos de ver a las personas y su necesidad de relación social. Son sujetos con una falla para la relación social que necesitan otro ser humano que permita la posibilidad de comunicación; necesitamos programas buenos y personal al cuidado de personas con necesidad de desarrollo”.
De acuerdo con Reza, se ha minimizado la naturaleza social del ser humano; aseguró que los procedimientos que actualmente se manejan para la atención del TEA “son buenos, pero hay que saber cómo usarlos” para obtener mejores resultados.
Factores genéticos y ambientales del TEA
Considerado un trastorno del neurodesarrollo, las investigaciones más recientes sugieren que la genética influye considerablemente en el padecimiento, pero también otros factores ambientales y de contexto, lo que permite impactar y alterar el curso del TEA.
Adriana Mendoza, especialista en tratamiento autista y médico pediatra, habló sobre la sintomatología y las señales de alerta del trastorno; se refirió al origen del TEA desde la perspectiva pregestacional, gestacional y posgestacional.
Coincidió con Reza en que el autismo tiene varios factores que pueden ser desencadenantes del TEA, “el más importante, señaló, es el genético, de manera que habría que intervenir desde la pre- gestación para evitar que se dispare este trastorno”. 
Explicó que si en los antecedentes de ambas familias existe alguien con el TEA diagnosticado, “es necesario evaluar tanto al padre como a la madre, prepararlos para la fecundación y evitar cualquier factor desencadenante. 
“Debemos conocer los factores genéticos y externos de riesgo para saber cómo tratarlos y disminuir un posible TEA. Hay que hacer controles en la madre para que todo el embarazo sea positivo”.
Factores: alimentación, estrés, edad y contaminantes
Los factores externos que intervienen para desencadenar el trastorno son el estrés, la alimentación de la madre durante la gestación, la cantidad de ultrasonidos realizados en la gestación, el tipo de parto que se tuvo, la alimentación artificial del bebé y el poco contacto de la madre con el niño tras el nacimiento.
Destacó que estudios realizados en 2013 señalan que la edad del padre influye también en el padecimiento del TEA, los padres mayores de 40 años tienen riesgo de tener a un niño con trastornos del neurodesarrollo. 
Se ha encontrado también que las madres que consumían antidepresivos, incluso años antes del embarazo, tienen mayor riesgo de gestar a un niño con TEA.
Las personas que viven en un radio de 15 kilómetros de distancia de lugares donde se usan insecticidas y pesticidas, pueden tener un factor de riesgo elevado.
Se refirió a la importancia de conocer lo que se considera típico en las diferentes edades infantiles, es decir, los hitos motores, sociales y de lenguaje que corresponden a cada una de dichas edades, e identificar si el niño falla en alguna de ellas para estar alerta y buscar la causa por la que no presenta un desarrollo normal.
Señales que indican la posible presencia del trastorno son: ausencia de sonrisa social, falta de vocalización o balbuceos o no seguir instrucciones simples. En edades más avanzadas, indicó, está el pobre contacto visual o la aparición de conductas diferentes a las de otros niños.
Sobre la sintomatología habló de las manifestaciones gastrointestinales características en este tipo de infantes, pues cerca de 90% de los casos presenta intestino permeable.
Explicó que existe una estrecha conexión intestino-cerebro. Varios estudios sugieren una relación entre la sensibilidad al gluten no celíaca y trastornos neuropsiquiátricos, entre los que figura el autismo.
Se ha planteado la hipótesis de que algunos síntomas de los trastornos del espectro autista pueden ser causados por los péptidos opioides formados a partir de la descomposición incompleta de los alimentos que contienen gluten y caseína que atraviesan la membrana intestinal debido a un aumento de la permeabilidad intestinal, y pasan al torrente sanguíneo y cruzan la barrera hematoencefálica.