“Como maestros usamos el término ‘alumnos violentos’, pero considero que hay que comenzar a hablar de relaciones y situaciones de violencia; es decir, en esas dinámicas sociales que se dan fuera de la escuela y que tienen que ver con estos procesos de interiorización del otro”, así lo explicó la doctora Carina Kaplan, investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), durante la ponencia “Violencia en los ámbitos escolares. Aportes de la investigación”.

Destacó que se debe abordar el tema de la violencia entendiéndola como un “dolor social”, pues es siempre una relación social, “así que lo que tenemos que analizar es cómo se expresa la violencia en dinámicas sociales, vinculares y emocionales dentro de la escuela”.

Así mismo, destacó que “no hay una violencia innata, no hay individuos natural o intrínsecamente violentos. Uno mismo en ciertas situaciones puede reaccionar con violencia, mientras que en otras, no; quiere decir que son las situaciones y el modo de relacionarnos lo que nos permite entender las expresiones de violencia en la escuela.

“Por lo tanto, no hay que pensar en la categoría de alumno violento, en todo caso existen relaciones donde se expresan a través de la violencia estos vínculos y maneras de interacción”.

Del alumno indisciplinado al alumno violento

La doctora Kaplan comentó que en México, hasta la década de los noventa, se hablaba de alumnos indisciplinados, con mala conducta, pero no se les llamaba alumnos violentos.

“Es entre la década de 1990 y la de 2000 que hay un viraje semántico, donde se comenzó a pensar a los jóvenes como violentos, es decir, se convirtieron en delincuentes en potencia, y se les mira hasta hoy en día como el mal de la sociedad, un mal que hay que combatir, en lugar de protegerlos, pues cuando hay procesos de exclusión son justamente ellos, desde el punto de vista estadístico, los que más sufren”.

Pero la violencia no sólo surge y se da entre alumnos. El papel del docente en la réplica de este tipo de situaciones es muy importante. En este punto, la ponente hizo énfasis en que el maestro debe buscar “reivindicar el origen social de los estudiantes y cualquier característica que tuvieran; es decir, que no haga distinción entre los que vienen de un origen social y otro, o de cierta identidad de género […] que facilite procesos sociales que no tienen que ver con la discriminación social”.

Contó que, cuando hacía una investigación, la directora de una escuela en Argentina le comentó que los niños bolivianos son lentos y que no aprenden mucho porque, como ellos vienen de Bolivia, y allí es muy alto, no les llega bien la sangre al cerebro: “la escuela no fabrica estas expresiones de racismo, pero puede trabajar sobre ellas para que los niños no se avergüencen de su origen”.

Es por lo anterior que la ponente destacó la función simbólica de la escuela y, particularmente, la figura del maestro, pues ocupa un lugar fundamental dentro de los procesos de subjetivación.

La escuela puede ayudar a curar las heridas sociales

“Para mí la escuela es una de las pocas instituciones públicas que se mantienen de pie y que pueden ayudar a curar las heridas sociales. La escuela, en contextos de exclusión, es una experiencia que marca a los niños y que puede ayudar a cicatrizar algunas heridas que tienen que ver con los procesos de sufrimiento social. 

“La escuela es productora de subjetividad, fabrica sujetos, es una institución pública que ayuda a construir nuestra identidad, por eso es una institución fuerte, nos deja marcas, ya sea positivas o negativas, así que la pregunta que nos debemos plantear es ¿cómo hacer para que nuestros estudiantes tengan una experiencia de subjetivación buena y que sus marcas sean positivas?”.

Para terminar, la doctora Kaplan recordó que existen dos tipos de violencia: primero está la física, que “aparentemente es más evidente. Nuestra sociedad ha avanzado mucho respecto a esta forma de violencia, aunque todavía hay una presencia importante y basta con nombrar la violencia de género; pero si vemos hacia atrás, antes era muy común la imagen de un profesor golpeando a un estudiante, se consideraba que educar era violentar el cuerpo de los niños, pues era un hecho educativo violentarlos y los adultos (maestro y padres de familia) tenían la potestad sobre el cuerpo del niño”. 

El segundo tipo de violencia es la simbólica, que “es menos evidente, pero tiene el mismo efecto que la violencia física, pues es una práctica de humillación. Se les discrimina por la ropa, su tono de piel, por su complexión o por su origen étnico. Hay una serie de estereotipos que son sociales, que no los produce la escuela, pero que se reproducen en la escuela”.

La conferencia “Violencia en los ámbitos escolares. Aportes de la investigación”, que se realizó en el auditorio Lauro Aguirre, fue organizada por la Maestría en Desarrollo Educativo.