Por: Ricardo Bucio Mújica*

Durante 2018 en México, 10,420 niñas de entre 10 y 14 años de edad fueron madres. De ellas, el 15.5% tiene la primaria incompleta o no tiene estudios. En el 40% de los casos, el padre tenía una edad de 19 años o menos, mientras que en el 28% de los casos tenía una edad mayor a 19 años, aunque en el 31% no se especificó la edad del padre.

Lamentable y asombrosamente, estas cifras no parecen ser conocidas, o no parecen ser causa de alarma social. Y parece que, en la educación formal y en la informal, en las relaciones sociales e intrafamiliares, se han normalizado formas de abuso, violencia o desigualdad a las que predisponen los estereotipos de género a niñas y adolescentes.

Esto lo podemos observar en el comentario familiar cuando una niña cocina, que no consiste en “puedes ser una gran chef”, sino un “ya te puedes casar”; cuando a las niñas se les imponen talleres de mecanografía o estética y se les bloquean las clases de  mecánica automotriz.

Y es que en México estamos llenos aún de simbolismos sobre lo que supone es lo “femenino” y lo “masculino”. La repetición y reproducción de estos estereotipos comienza con la elección de determinados colores dependiendo del sexo de un niño o niña aún en el vientre materno, en el tipo de juguetes e incluso con la asignación diferenciada de tareas.

Hay quienes cuestionan por qué aún debe haber un “Día de la Niña” en específico o que se promueva a las mujeres en la ciencia o incluso que exista una institución dedicada a abatir la desigualdad de género, debido a que aseguran que las mujeres ya tienen el mismo acceso a oportunidades que los hombres.

Ojalá fuera así, algún día lo será. Pero hoy la realidad y los datos hablan de profundas, graves desigualdades. Por sólo por citar algunos ejemplos: el segundo motivo de deserción escolar en niñas y adolescentes es estar embarazadas o haberse casado; son las principales víctimas de la violencia en entornos familiares y son las que más le dedican horas a las labores domésticas (asistiendo o no a la escuela).

Según datos de la Encuesta Intercensal del INEGI del 2015: las mujeres tienen mayor permanencia en la escuela y terminan en tiempo sus estudios respecto a los hombres, desde el nivel primaria hasta educación superior; sin embargo, la brecha de género en la matrícula de educación superior se amplía desfavoreciendo a las mujeres, ya que ingresa el 49.4% de mujeres frente al 50.6% de hombres aún y cuando se tiene mayor eficiencia terminal de mujeres (75.6%)  que de hombres (66.6%) en educación media superior.

Y esta lista puede seguir: la proporción de mujeres jóvenes que no estudian ni trabajan es de 35%, la segunda tasa más alta de la OCDE. En México, las mujeres jóvenes tienen cuatro veces más probabilidades que los hombres jóvenes de no estudiar ni trabajar. Cerca de dos tercios de las jóvenes que no estudian ni trabajan, son madres.

Combatir por tanto a los estereotipos de género dentro de la educación formal e informal cobra mucha importancia; desterrar incluso la expresión de que necesitan “encontrar un buen partido”, y dotarles más bien de herramientas para ser personas que toman decisiones por sí mismas, que tienen condiciones equitativas (sin desventajas ni obstáculos impuestos socialmente) para construir sus propios proyectos de vida. Y en todo ello, como uno de los elementos centrales de la narrativa que expresa una visión patriarcal, es necesario que niñas y adolescentes dejen de escuchar que el matrimonio y la maternidad son una especie de seguro de estabilidad o manutención, además de la convención socialmente aceptada.

Una niña, cada una de ellas, cada adolescente, debe poder soñar su futuro, poder ejercer sus libertades, tener certeza de que tiene derechos en igualdad de condiciones. De que puede y debe elegir el momento de tener pareja o ser madre, si lo desea. Debe ser niña y desarrollarse para ser joven. No madre, no niña teniendo niños, no pareja de adultos, no mujer condenada a la reproducción intergeneracional de la pobreza. Depende de nosotras, de nosotros. No de ellas.

*Secretario Ejecutivo del Sistema Nacional de Protección Integral de Niñas, Niños y Adolescentes (SIPINNA).