Hace algún tiempo, Octavio Paz señalaba que somos un pueblo ritual, por lo que consideraba que “en pocos lugares del mundo se puede vivir un espectáculo parecido al de las grandes fiestas de México, con sus colores violentos, agrios y puros y sus danzas, ceremonias, fuegos de artificio, trajes insólitos y la inagotable cascada de sorpresas de los frutos, dulces y objetos que se venden esos días en plazas y mercados.”

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Una de estas fiestas es sin duda la del Día de Muertos, ya que más allá de los estereotipos o los lugares comunes promovidos por la urbanización y las industrias culturales –que hoy la presentan como un espectáculo–, sigue teniendo un carácter único y especial en muchas de las comunidades rurales del país, la mayoría de ellas indígenas, ya que comprende las nociones de divinidad y de cosmogonía que cotidianamente las acompañan.

De ahí que la UNESCO proclamara en 2003, al Día de los Muertos de las Comunidades Indígenas Mexicanas, como parte del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, al representar no sólo una de las costumbres más profundas y dinámicas que se siguen realizando, sino también, porque es uno de los hechos sociales más representativos y trascendentes de su vida comunitaria.

En este proceso, cada pueblo ha establecido sus formas de celebrar, sus mecanismos de diálogo con sus difuntos, sus normas de hospitalidad y que decir, de la composición de sus ofrendas; lo que hace imposible dar cuenta de los miles de rituales del Día de Muertos que se llevan a cabo en México. Es por ello que hoy te presentamos sólo algunas de las variadas formas en que se realiza esta celebración, en distintos lugares del país.

  1. En algunos lugares la fiesta tiene una duración de varios días. En la Huasteca hidalguense se ha documentado que las comunidades indígenas consideran que San Miguel abre las puertas del cielo el día 30 de septiembre, para que las ánimas inicien su peregrinar y visiten a los vivos; y que es San Andrés quien las cierra, fecha en la que todas las almas deben haber regresado a su morada. Asimismo, la colectividad de origen totonaca de la Sierra de Puebla concluye las festividades hasta el día de San Andrés.
  2. Pasada la fiesta, los muertos deben regresar a su morada. Se dice que algunos de los difuntos son renuentes a hacerlo, por lo que en algunos pueblos se realizan ceremonias especiales para evitar que se queden. En Yalag, Oaxaca, la comunidad camina a lo largo del pueblo –acompañada de música– pronunciando responsos dentro y fuera de la casa, para asegurarse que ninguna alma se está escondiendo. En Santiago Yaitepec, Oaxaca, se hace una procesión al cementerio para retornar a las almas adultas a la tumba. Danzantes enmascarados van de casa en casa, haciendo mucho ruido para expulsar a las ánimas que no hayan regresado oportunamente.
  3. Nuestros muertos deben llegar con ropa limpia a la celebración. La ofrenda, conocida comúnmente como “altar de muertos”, es una costumbre general en todo México. Puede hacerse en la casa del difunto, en el cementerio o en ambos lugares. Consiste de forma general en comida, bebidas, flores y luces a través de velas o veladoras. Sin embargo, una de las variantes se registra en la región de Papantla, Veracruz, en donde la ofrenda debe incluir además un morral con una muda de ropa, con el fin de que si llegara a ensuciarse en el camino, el difunto pueda cambiarse al llegar y de esta forma disfrutar de la fiesta, ya  muy limpio.
  4. En muchos pueblos hay danzas durante la celebración. Algunas se llevan a cabo en la calle, en tanto que en otras se hacen dentro de la casa y otras más en el cementerio. En algunos casos, la danza sirve para divertir a los difuntos, como sucede en las comunidades afrodescendientes de los pueblos costeros de Oaxaca. Se le llaman diablos a los danzantes, actúan en la calle y dicen versos improvisados que aluden a los vivos o bien a los visitantes. En Acatlán, Puebla, se lleva a cabo la Danza de los Tecuanes, en donde intervienen diversos personajes, entre los que sobresale el tigre. Se suele danzar la tarde del 2 de noviembre en honor a las ánimas en una plaza afuera del cementerio. Pero cuando en el grupo de danzantes hay un pariente recientemente fallecido, entran al camposanto y ejecutan un número alrededor de su tumba.
  5. Platicar cómo eran los muertos. En la zona de Nacajuca, Tabasco, el día primero se celebra con rezos y tamales. Primero hacen los altares con palmas y hojas de plátano. Una vez realizado, se ponen los tamales, las jícaras de guarapo –una bebida ritual que se consume en las fiestas patronales– el pozol y los dulces, así como las cosas que hayan pertenecido a los difuntos. De ahí se llama a un patrón –como se le dice a una persona mayor de cincuenta a sesenta años– quien rezará todo el tiempo, hasta que se terminen de entregar los tamales a todos los presentes. Posteriormente, cuando están comiendo, comienzan a platicar de los muertos y de cómo eran cuando vivían.
  6. El camino de flores y el sonar de las campanas para guiar a los difuntos. En muchas otras regiones indígenas –como en Pantepec, Puebla– para que las ánimas, o como se les denomina cariñosamente “muertitos”, encuentren el camino del panteón a su casa, los niños de la familia hacen un camino de pétalos de cempasúchil, a veces mezclado con cáscaras de pepita, que va del altar a la calle. A partir del primer minuto del día 1 de noviembre que comienza la festividad de “Todos Santos”, es el momento señalado para comenzar con el repicar de las campanas. Con ello se orienta a los difuntos en su camino al pueblo, al tiempo que es una forma de demostrarles que todos están de fiesta y contentos por su visita; misma función que cumple la quema de cohetes.  Antiguamente, este sonar continuo de las campanas no paraba sino hasta la finalización de la fiesta, el día 2 de noviembre.

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La festividad del Día de Muertos, nos invita no sólo a conocer y divulgar los valores culturales de esta tradición, sino también a insistir en la necesidad de fortalecer políticas públicas para contribuir en la preservación del patrimonio cultural inmaterial de las culturas que conforman la nación mexicana. No debemos olvidar que esta diversidad de visiones, que se manifiesta en las diferentes maneras en que nuestras comunidades indígenas celebran el reencuentro con sus muertos, da forma a una herencia cultural que nos otorga identidad.