Durante los últimos treinta años, el boom en el consumo de café ha dado como consecuencia, la proliferación de una gran cantidad de establecimientos para su venta, desde aquellas que forman parte de franquicias con presencia en muchos países, hasta aquellos pequeños lugares asentados en las miles de colonias, de las diversas ciudades del país.

Desde siempre, las cafeterías han sido -además de un espacio para llevar a cabo ese hábito casi inexcusable de saborear un buen café- un sitio de la ineludible vida social que caracteriza a toda sociedad.

Se dice que fue en el mundo árabe donde se instalaron los primeros establecimientos de venta de café y que los más populares se ubicaban en Persia. Pronto, el interés y la frecuencia por asistir a ellos, comenzó a causar problemas en la tradicional conducta religiosa de la sociedad árabe. La historiadora Clementina Díaz y Ovando lo describe de esta forma: “…Las tiendas del café estaban siempre colmadas de gente, en tanto que en las mezquitas no había fieles. Los sacerdotes condenaron la bebida, dictaron penas severas, pero nada detuvo el gusto por el café que vino a ser primera necesidad de vida en el Oriente”.

Cuando llegó a Occidente, hubo un intento por reprobar la bebida, pero por fortuna, el Papa Vicente III decidió probarla antes de censurarla, quedando subyugado por el sabor y la sensación que ofrecía, de tal forma que dijo: “El café es tan delicioso, que es una lástima dejársela exclusivamente a los infieles”.

/cms/uploads/image/file/752564/WhatsApp_Image_2022-09-30_at_2.42.24_PM.jpeg

En nuestro país, los primeros registros sobre la introducción del cultivo cafetalero y su procesamiento, datan de 1790, con la existencia de una Real Orden del Gobierno Español que eximía de impuestos a los utensilios para el azúcar y los molinos de café que se trajeran de la Metrópoli.

A finales del siglo XVIII, la vida social en México comenzó a tornarse rica, variada y -porque no decirlo- agitada, extendiéndose así las diversiones públicas, los cafés, los paseos y por supuesto no podían faltar los bailables.

Para principios del siglo XIX, era ya una costumbre beber café, de ahí que se dio una acelerada expansión en el establecimiento de cafés           –como se les llamaba– en la Ciudad de México. Esto representó una de las tantas señales inequívocas de las profundas transformaciones que estaba experimentando la sociedad. La vida social había cambiado, era más activa –y atractiva– y con ello, los espacios de reunión aumentaron exponencialmente.

El primer café del que se tiene noticias en la ciudad de México fue el “Café de Manrique”, que se ubicaba en lo que hoy es la calle de Tacuba. Este primer establecimiento sería famoso, no sólo por ser citado en una de las novelas más leídas en el siglo XIX –Los Bandidos de Río Frío de Manuel Payno–, sino porque a él acudieron importantes personajes de la época, entre ellos el “Padre de la Patria”, muy probablemente a compartir sus ideas políticas con respecto a la dominación española.

La apertura de un importante número de cafés, atrajo la atención de múltiples personajes que componían el mosaico de la sociedad de aquel tiempo. En general, se puede decir que los concurrentes más frecuentes fueron los militares, clérigos, escritores, músicos, artistas –ya sea del teatro o de la ópera– jugadores de pelota –se refiere a los jugadores de lo que hoy conocemos como frontón– abogados sin bufete, vagos consuetudinarios y no podemos olvidar a los ya clásicos políticos.

Pero más allá de estas figuras habituales, a lo largo del siglo XIX, su actuación fue distinta. Por ejemplo, en 1810 –previo al levantamiento armado– la presencia de los políticos estaba aderezada por la discusión de ideas entre los que defendían a la corona y del otro lado los criollos; sobre todo cuando estos últimos defendían las ideas nuevas, las ideas de independencia que ya no se podían ocultar.

Ya en la agitada vida independiente, los cafés siguieron siendo el corazón de los comentarios políticos, el lugar donde se celebraba la caída del más reciente presidente y se ovacionaba al nuevo, centro de conspiraciones, clubes políticos y el lugar preferido para que los espías dieran cuenta de todo lo que en ellos se comentaba.

En el transcurso del imperio de Maximiliano se sumaron también como asistentes habituales los militares franceses, austriacos, belgas y toda clase de aventureros. De hecho, en julio de 1867, cuando las fuerzas austriacas y belgas estaban por salir de México y los liberales habían triunfado y tomado nuevamente la Ciudad de México, estos comercios fueron el lugar en donde se dio más de un desafío entre mexicanos y europeos, que terminaba, generalmente, con algún difuntito en cualquiera de los bandos.

Asimismo, las mujeres requirieron de su espacio en estos sitios, no sin ser objeto –en un principio– de críticas y adjetivaciones. Con el tiempo, la asistencia de la mujer a las cafeterías se volvió más común y menos objeto de censuras moralinas. Ya era costumbre en 1833, no sólo ver a las jóvenes degustando una buena taza de café –o cualquier otra cosa– con sus novios o pretendientes.

Para 1875, el nuevo propietario del Café del Progreso introdujo una innovación, que cambiaría –de aquí en adelante– radicalmente el servicio de café. Por primera vez, las mujeres empezarían a servir el aromático, lo que originó una oleada de comentarios. Al final, para muchos, las meseras fueron como sangre regeneradora para los anémicos, pues le devolvieron la vida a los cafés.

/cms/uploads/image/file/752575/WhatsApp_Image_2022-09-30_at_2.42.23_PM__2_.jpeg

Al iniciar el último cuarto del siglo XIX, un diario de la Ciudad de México presagiaba en un artículo el fin de la época del café, esto como resultado de la lucha comercial que se había establecido con el té. Advertía que el consumo de café venía disminuyendo y que parecía que había llegado su hora. Está por demás decir, que a pesar de dichos pronósticos, el café no pasó de moda, ni tampoco el té se convirtió en la bebida predilecta.

El nuevo siglo que comenzó con la Revolución de 1910, impactaría ineludiblemente en la vida de la sociedad y con ello, llegarían otros hábitos e influencias que marcarían a los nuevos cafés. De entrada, se dio un cambio en la denominación de los establecimientos, dejando de ser cafés para convertirse en cafeterías.

En la actualidad, una vez pasada la pandemia, es muy posible que la popularidad de las cafeterías continúe en ascenso dada la necesidad de buscar espacios en donde degustar una sabrosísima taza de café –solo o acompañado–, charlar con las amistades de uno y mil temas, efectuar una reunión de trabajo, navegar un buen rato en la web, o simplemente por lo “chic” de asistir a uno de estos lugares.

En este Día Internacional del Café no olvides disfrutar una rica taza de este aromático, del que México es un importante productor.