El servicio público contemporáneo no solamente está apegado a reglas vinculadas con la legalidad o con las metodologías para rendir cuentas.

Hoy la exigencia contemporánea es que los servidores públicos aprendamos a estar apegados a valores, a valores que tienen que ver con nuestra conducta cotidiana en el servicio público y, particularmente, en los ámbitos de la atención a la ciudadanía, de la dinámica interna del trabajo y, por supuesto, del cumplimiento cabal de la misión para la que nos han encomendado en aspectos particulares.

Estos tres elementos son los que integran el aspecto ético de los servidores públicos.

Actuar con ética significa ponerse en el lugar de los demás, y eso conlleva inmediatamente la actitud y el compromiso permanente de servicio, la atención eficaz, los valores de la eficiencia y del cuidado escrupuloso en el manejo de los recursos públicos, incluyendo el tiempo que tenemos disponible para atender a la sociedad.

Desde luego, que hablar de ética exige actuar de manera permanente con armonía, sin discriminaciones, sin abusos de ningún carácter, con respeto a los valores fundamentales de la vida contemporánea   como a las diferencias y al género y por su puesto respetar en la integridad las reglas laborales que nos rigen cotidianamente.


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