Ciudad de México
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Señor presidente de la República, licenciado Enrique Peña Nieto.

Profesor Juan Díaz de la Torre, presidente del Consejo General del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Y muy estimado amigo.

Señor secretario de Comunicaciones y Transportes, Gerardo Ruiz Esparza.

Señoras y señores integrantes de la Junta de Gobierno del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación.

Señor director general del Instituto Politécnico Nacional, Mario Rodríguez Casas.

Queridas y queridos maestros aquí presentes galardonados y reconocidos esta mañana.

Queridas y queridos compañeros de la Secretaría de Educación Pública.

Distinguidos miembros del presídium.

Amigas, amigos todos.

Deseo expresar, en primer lugar, una sincera felicitación a todos los maestros que gracias a su esfuerzo, dedicación y compromiso reciben hoy el reconocimiento a una vida dedicada a los niños y a los jóvenes de México.

Esta tarde, cuando un número muy relevante de maestras y maestros regresen a sus casas, a sus estados, a sus escuelas, con sus familias, portando una medalla que lleva el nombre de Ignacio Manuel Altamirano. Es justo recordar el empeño sostenido que la república ha hecho desde el siglo XIX para ofrecer a México como quería Altamirano, una educación que favorezca el progreso científico, la cohesión social y el desarrollo económico de los mexicanos.

Hoy, tanto tiempo después, haber construido uno de los sistemas educativos más grandes del mundo y que se ve y se vive en todos los rincones de la geografía nacional, es una hazaña de la que ustedes maestras y maestros han sido los principales protagonistas.

Por sus aulas han pasado legiones de alumnos, cuyas vidas son mejores debido a la educación que recibieron de sus docentes. La confianza, la creatividad y la curiosidad con la que se desempeñan ahora, la aprendieron de ustedes y de la escuela donde pasaron años cruciales. El recuerdo, sin duda, más vívido es de quiénes fueron sus maestros. Por ello, el sentimiento que predomina en todos los que hemos tenido buenas maestras y buenos maestros, es el de una sincera gratitud.

A maestros y alumnos corresponde ahora afrontar los retos, algunos antiguos y otros recientes y hacer de la educación de calidad un camino para el crecimiento, pero también para el desarrollo humano. Para hacer comunidades equitativas e incluyentes.

Esos son, sin duda, los genuinos fines de la educación y son los objetivos con que el gobierno del presidente Peña Nieto ha emprendido la Reforma Educativa más profunda en la historia de las últimas seis décadas.

La educación y la cultura han sido ciertamente dos fundamentos más importantes del desarrollo civilizado de una sociedad, pero en pleno siglo XXI, la apertura de la economía, el cambio notable en la fisonomía productiva, los procesos de globalización o la irrupción de la revolución tecnológica y del conocimiento, hicieron ver que la gran batalla ya no es por la cobertura o al menos no sólo por ella sino por la calidad educativa, y la formación de un capital humano del más alto nivel.

Por tanto, la pregunta válida es cómo incrementar las opciones para tener un desarrollo personal, armónico y razonablementeexitoso en estricta lógica. Mientras mejor educados más sanos, más preparados y más competitivos, seamos mucho mejor.

Si hasta este punto la conclusión es que la educación importa, entonces la cuestión central es discernir ¿si la actual Reforma Educativa responderá a los retos que enfrentará México en el siglo XXI? ¿Y si consolidar su ejecución y defenderla frente al oportunismo, el abuso o la demagogia es una prioridad nacional?

La respuesta en todo caso es afirmativa. Y de ahí la urgencia de estimular una discusión honesta, razonada e informada de los alcances y resultados de esta reforma. La historia de la política educativa refleja una acumulación de acciones orientadas por décadas a la inclusión del mayor número de mexicanos.

Por mucho tiempo el país vivió, en materia educativa, entre la inercia y la frustración. Se escolarizaba, pero no se educaba; la discrecionalidad sustituyó al mérito; la simulación se volvió el orden natural de las cosas. Se sabían alternativas y soluciones, pero se descartaron por su complejidad política, institucional y técnica. Diversos factores explican desde luego este paisaje, pero al mismo tiempo en un tiempo excepcionalmente fértil en la política mexicana, articulado por el presidente Enrique Peña Nieto, se convirtieron en el cimiento de la actual reforma, que de varios modos era una reforma inevitable, por una educación de calidad.

En esa legitimidad descansa su primera fortaleza. Si la reforma provee una educación así, la lucha por la equidad registrará una de sus mayores victorias, pues sin importar el origen social del que procedan, los estudiantes mexicanos tendrán mejores condiciones para alcanzar el éxito profesional y la movilidad económica, y ésta será otra ventaja de la reforma.

Para ello, no bastan buenos maestros y buenas escuelas, sino buenos contenidos, ese es su tercer logro. Haber construido un Nuevo Modelo Educativo, diseñado y pensado para integrar mediante la adquisición de los aprendizajes clave, un sistema educativo más sensible, tanto las innovaciones que se registran en los procesos cognitivos y curriculares, como la diversidad y riqueza étnica, cultural y lingüística de México.

Y una fortaleza más de la Reforma Educativa, es haber dado origen al Servicio Profesional Docente con el objetivo esencial de establecer un sistema transparente para la selección, la promoción, el desempeño y el reconocimiento de los docentes, en especial de los docentes ejemplares como los que están hoy aquí, esta mañana, a partir de su mérito, su esfuerzo y su capacidad.

Tanto los actuales, como los nuevos integrantes del colectivo magisterial, gradualmente encontrarán que las oportunidades creadas por la reforma, donde solo ellos y su capacidad cuentan, un sólido factor de satisfacción profesional y laboral y un poderoso incentivo que dote de sentido a su misión como personas y como educadores.

Estas son las realidades de una reforma cuyo peso moral, político, ético, no se puede ignorar bajo ninguna circunstancia.

¿Es razonable entonces negar sus progresos? ¿Es honesto volver a los viejos hábitos que lastimaron a niños y maestros? ¿Es decente destruir la reforma y con ello las posibilidades de una vida mejor para los cientos de miles de maestros y los millones de niños mexicanos que son los que en realidad están haciendo estos cambios?

Categóricamente no. Antes bien, fortalecerla es darle vida al espíritu de la educación. Es decir, proporcionar a los niños y a los maestros el equipamiento intelectual, la claridad política y la energía moral necesaria para abordar con éxito lo que venga, en un mundo mucho mejor y en un México mucho mejor que en el pasado, pero también más competido y más complejo.

Señor presidente, señoras y señores.

Hace casi 200 años uno de los grandes estadistas escribió una carta al maestro de su hijo, y en mucho refleja el dilema de estos tiempos:

“Querido profesor --le dice--: Mi hijo tiene que aprender que no todos los hombres son justos, ni todos son veraces. Enséñele que, por cada villano, hay un héroe y que, por cada político egoísta, hay un líder dedicado. Enséñele a ser bueno y gentil con los buenos y duro con los perversos. Qué aprenda a oír a todos, pero que a la hora de la verdad decida por sí mismo. Enséñele a ignorar los gritos de las multitudes que solo reclaman derechos sin pagar el costo de sus obligaciones, incúlquele valor y coraje, pero también paciencia, constancia y sobriedad”.

Esa es la convicción de los verdaderos maestros, esa es la vocación de los buenos maestros con que México cuenta. Ese es el sentimiento con que México abraza hoy a sus maestras y a sus maestros. Enhorabuena.