Señor licenciado Juan Francisco Ealy Ortiz, presidente Ejecutivo y del Consejo de Administración de El UniversalEl Gran Diario de México:

Señor vicepresidente en funciones de presidente de la honorable Cámara de Diputados:

Señor presidente del Senado de la República:

Señor director del periódico El Universal:

Doña Alicia Muñoz Cota:

Estimada Mar Grecia Oliva Guerrero:

Muy queridos, muy destacados y muy cercanos Porfirio Muñoz Ledo y Celso Delgado:

Estimado señor director general de la Fundación Ealy Ortiz:

Señoras y señores:

La palabra es ejercicio espiritual que hace, a la voz, vehículo para que ideas, creencias y pasiones conmuevan al mundo.

El lenguaje construye lo que la mente concibe. A él debemos nuestra realidad, porque es, al mismo tiempo, origen y destino.

Expresión de la inteligencia sintetizada en verbo, la oratoria ha tenido, desde hace mucho tiempo en nuestro país, grandes exponentes. Uno de ellos, Francisco I. Madero, expresó el sentir de los agraviados y tuvo el valor de luchar por el ideal supremo de la libertad.

La fuerza de sus discursos es legendaria y radicaba en hacer suyas las necesidades del pueblo, ya que en él anidaba la esperanza de un México más justo y más democrático.

El Apóstol de la democracia nos demostró, con su ejemplo, que una visión no sirve, si no se ve acompañada de un testimonio que le dé vida.

La retórica no funda su valor en la mera enunciación de las palabras, sino en la potencia y la relevancia del contenido.

Quiero distraer su atención un minuto para reforzar esta idea del contenido de la oratoria, como su valor más consistente, recordando a mi paisano Adolfo López Mateos quien fuera, sin duda, un extraordinario orador, y a quien un joven de mi tierra preguntara un día ¿qué se necesita para ser un buen orador? Y lo único que contestó López Mateos fue: “tener algo que decir”. 

Desde la antigüedad, la educación ha abrazado el arte de convencer como una disciplina que forma seres humanos libres y plenos, siendo la responsabilidad, la honestidad y la justicia valores en los que el habla encuentra impulso para trascender.

Por eso un viejo maestro de Octavio Paz y de López Mateos, don Horacio Zúñiga, decía que “no puede haber búsqueda más hermosa que la de la verdad, ni contienda más sublime que la del pensamiento hecho palabra”.

Acorde a este ideal, oratoria y Reforma Educativa privilegian el desarrollo de la expresión oral y de la escrita, de la mano de principios que fomentan la consolidación de una conciencia cívica.

Para alcanzar una verdadera formación de calidad con equidad, se acerca a los alumnos los medios necesarios para que adquieran aprendizajes útiles y desarrollen sus capacidades.

La elocuencia forma la mente, forma el espíritu y quizá aún, más importante, forma el carácter. Quien se presenta ante una multitud sin más armas que sus ideas, no sólo enfrenta  a quien lo mira, sino que se enfrenta a sí mismo.

Con una larga tradición en el país, los certámenes de oratoria han permitido a la niñez y a la juventud singularizar su voz, discutiendo los temas centrales de nuestra circunstancia.

Este concurso nacional, que desde 1926 organiza el periódico El Universal, El Gran Diario de México ha visto erigirse en voz las ideas y los sentimientos de mujeres y jóvenes que han marcado a sus generaciones con liderazgo excepcional.

Reconozco a mi amigo, don Juan Francisco Ealy Ortiz por congregar en torno a este evento a lo más granado de la juventud crítica y responsable, quienes han encontrado en el noble arte del buen decir, el medio de destacarse y superarse.

Felicito con gran cariño a quien fuera mi primer jefe, hace muchos años, y que en la distancia del tiempo ha consolidado una relación de respeto y de admiración hacia usted y de generosidad de parte suya hacia mí.

A Porfirio Muñoz Ledo, por la recepción de la medalla Félix Fulgencio Palavicini, por ser, sin duda, uno de los más grandes oradores que han hecho de su trayectoria vital una elocuente entrega a las ideas y una defensa de los hechos.

¡Felicidades!

Señoras y señores: 

Me siento honrado por compartir este día con tantas personas, convencidas del poder renovador que tiene la palabra, personas que han encontrado en su defensa las más hondas satisfacciones.

Ustedes confirman que la responsabilidad del orador va más allá de mover con las ideas. Su fin último es, como decía José Muñoz Cota, señalar caminos, uniendo conciencia con expresión.

Debemos privilegiar en todo momento el diálogo y hacer de él nuestra mejor arma, nuestro más firme asidero, nuestro pase al futuro y, en definitiva, hoy en el presente, nuestra más apasionada convicción.

Muchas gracias.