Querido Maestro Miguel Limón Rojas, presidente de la Fundación para las Letras Mexicanas.

Señor Ing. Bernardo Quintana Issac, presidente del patronato de la Fundación.

Don Rafael Tovar y de Teresa, presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

Señor Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Dr. José Narro Robles.

Estimado don Jaime Labastida Ochoa.

Maestro Eduardo Langagne, director de la Fundación.

Distinguidos doctor Vicente Quirarte y licenciado Jorge Comensal.

Señoras y señores:

Cometo la audacia y, quizás, imprudencia de preguntarme ante un auditorio de escritores ¿para qué sirve la literatura? Esta pregunta, para mí, no puede tener una respuesta simple, ni mucho menos unívoca.

En alguna ocasión, un periodista le preguntó al poeta Jorge Luis Borges sobre este mismo tema.  Exaltado, argumentó que a nadie se le ocurriría preguntarse cuál es la utilidad del canto de un canario o de los arreboles de un crepúsculo.  Resultaba para Borges mezquino dar una justificación práctica a la existencia de las cosas simplemente bellas de la vida.

Sin embargo, en el gorjeo de los pájaros o el espectáculo celeste no hay una voluntad, una inteligencia para la creación.  Detrás de la literatura, siempre la hay.

Octavio Paz decía que las palabras sueltas no significan nada; sólo si se organizan y se entrelazan, van formando el tejido de símbolos que permiten, por medio del pensamiento, expresar el mundo.

Frente a la barbarie se erige la palabra, poderoso instrumento que hermana a los hombres, pues les cuenta su historia y los ensueña con su futuro.

La literatura como obra de arte es manifestación estética que penetra y purifica el alma.  Enriquece la visión que tenemos del mundo, aguza nuestra sensibilidad y estimula nuestra imaginación.

A diferencia de las disciplinas científicas, la literatura es y ha sido el común denominador de la experiencia humana; esto es posible porque los lectores se reconocen y dialogan, sin importar tiempos, geografías, ni circunstancias.

La escritura, además de todo lo que aquí se ha dicho, es embajadora de nuestra identidad. ¿Cuál es esta identidad? Quizás la intuimos, pero es en la soledad de cada lectura donde se aprecia un aroma distinto y siempre universal.  Nuestras mejores letras mexicanas siempre tienen esa textura abierta que distingue sin separar.

Hoy celebramos a la literatura desde la libertad, la democracia y la justicia.  Valores que no sólo se encuentran en la política sino también en la poética y que adquieren pleno sentido como bienes espirituales que produce la sociedad mexicana en la creación colectiva.

Sin duda, una sociedad culturalmente desarrollada tendrá una mayor posibilidad para entender su entorno y estará mejor capacitada para identificar las oportunidades de crecimiento.

Por esto, el Presidente de los mexicanos, Enrique Peña, quiere democratizar la cultura. Estamos convencidos de que ésta no puede reducirse a un pequeño grupo, porque daríamos “olas a las olas y viento al viento”, como escribió Luis de Góngora. El gobierno pretende que todos puedan acceder a cualquier manifestación cultural, pero también que puedan crearla.

La Fundación para las Letras Mexicanas es una gran aliada para este noble propósito.  Hace una década, esta institución surgió de la necesidad de fomentar una literatura nacional, siempre bajo los principios del trabajo conjunto, la responsabilidad y el compromiso social.

Si queremos fomentar la lectura también tenemos que fomentar la escritura. Vasconcelos lo entendió perfectamente al iniciar la gran hazaña educativa del siglo XX. Su filosofía tuvo gran visión de emprender una cruzada a favor de la cultura, que fue desde las primeras letras hasta el conocimiento de los clásicos literarios.

Vasconcelos difundió la Ilíada y la Odisea de Homero, grandes épicas que sentaron las bases de la civilización occidental al ser una celebración de los principios morales universales. Con la Divina Comedia de Dante, nos regocijamos en la obra que evolucionó el pensamiento medieval hacia el Renacentismo, y con el Quijote de Cervantes, tal y como lo dice Enrique Krauze, vimos revelado el temperamento de nuestra estirpe.

Con este propósito, la Fundación para las Letras Mexicanas hace su tarea al fomentar la creación de nuevos clásicos nacionales, mediante un importante programa de becarios en ensayo, narrativa, poesía y dramaturgia, quienes son acompañados por autores experimentados como sus tutores.

Con su programa de traducción, la Fundación permite la existencia de vasos comunicantes entre la literatura mexicana y la de otras lenguas; pues si bien nuestras letras tienen un perfil definido, fuerte y arraigado, cuentan, como dije antes, con una vocación universal.

Finalmente, el programa de investigación literaria apoya el desarrollo, valoración, disfrute y difusión de nuestra literatura dentro y fuera del país.

Felicito a la Fundación para las Letras Mexicanas por estos primeros años de existencia y, especialmente, a mi maestro de siempre, Miguel Limón Rojas.

 Como Secretario de Educación trabajó siempre en favor de la equidad y de la calidad, principios que garantizan la unidad esencial de la educación nacional.

Como Presidente de esta fundación, su incansable labor le ha permitido proyectar el inmenso valor de la tradición literaria, la grandeza de sus autores y la amplitud de nuestra cultura. Sin duda alguna, tal y como lo profetizó Rubén Bonifaz, este periodo bajo su liderazgo ha sido “escudo protector y espada combativa de nuestra lengua nacional”.

Concluyo retomando mi pregunta inicial: ¿para qué sirve la literatura? Y ésta es la conclusión personal que quiero dejar el día de hoy con ustedes: la literatura es ventana y también espejo, nos permite mirar más allá de nosotros mismos, pero también, gracias a la introspección, nos enseña a conocernos.

Hago votos porque la Fundación para las Letras Mexicanas siga por su camino y que éste nos lleve al rescate y la construcción de nuestra identidad literaria.

Continuemos haciendo de la pluma, como lo afirmó Miguel de Cervantes Saavedra, “la auténtica lengua del alma”.