Ciudad de México
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Buenos días a todas y todos ustedes.

Muchas gracias Pepe por esta invitación.

Me da mucho gusto compartir la mesa con Javier y con Mariano Palacios en esta mañana y con todos los que nos hacen el favor de acompañarnos.

Esta es una nota digamos memorística en tres actos.

Primer acto, el 19 de marzo de 1985 poco antes de las 9:00 de la mañana recibí una llamada de Gabino Fraga para decirme que don Jesús Reyes Heroles entonces secretario de Educación Pública y, de quién yo era secretario particular, había muerto en un hospital de Denver, Colorado.

Unos días antes, en el transcurso de una revisión a la que se sometió por unas dolencias en el hombro, su médico le informó que tenía un cáncer ya propagado de manera invasiva, al parecer, en consecuencia ese proceso mediante el cual, las células de un tumor se desprenden y desplazan a otras áreas del cuerpo a través del flujo sanguíneo o de los vasos linfáticos y que la medicina llama metástasis.

Miro ahora sus fotografías de aquel tiempo, parece un hombre viejo, pero tenía apenas 63 años. Era en esa época en el imaginario público mexicano, el político más sofisticado intelectualmente y el más respetado, no sólo de ese gobierno al que pertenecía, sino probablemente al régimen que los  nostálgicos todavía catalogaban como el régimen de la Revolución.

Conocí a Reyes Heroles prácticamente el día que entré a trabajar con él a la Secretaría de Educación Pública, el 3 de diciembre de 1982. En los años previos don Jesús no había ocupado cargo alguno tras su dimisión de la Secretaría de Gobernación en mayo de 1979 y se dedicaba a leer, y a viajar, y a escribir.

Aunque había trabajado para él en un pequeño Centro de Análisis en Gobernación, lo abastecía de informes, de notas bibliográficas, de notas bibliográficas y de traducciones y alguna una vez conversamos brevemente en un restaurante de la colonia Roma, ser llamado a los 26 años, que yo tenía entonces, por el gran santo laico de la política mexicana fue casi una epifanía.

Me recibió en su gran oficina de Argentina 28, -donde ahora trabajo-, y parado detrás del legendario escritorio de Vasconcelos que llevó consigo en 1921 a la SEP sin más protocolos me preguntó si quería ser su secretario.

No formuló invitación alguna al respecto a lo que esperaba de mí, pero al despedirme lanzó una condición muy propia de su estilo personal: Aquí no viene a descansar, viene a  joderse.

Era un jefe complicado, gruñón, malhablado, muy exigente, pero a cambio era por igual una fuente de aprendizaje riquísima, magistral, abundante e ilustrada que uno disfrutaba a plenitud.

Verlo en acción era un privilegio, hombre recto, pues rectitud es más que honestidad, decía con frecuencia; erudito, sagaz, al menos para los usos políticos del México de entonces; bibliómano; seguidor de Louis Barthou, el legendario ministro francés de la tercera República, a quién admiraba  y autor como el propio Reyes Heroles de un ensayo sobre Mirabeau; sibarita, y con un agudo sentido del humor cuando quería.

En aquellos días, sin la toxicidad de las redes, eran aún los de un México muy presidencialista. Una sociedad civil ya desde entonces muy autocomplaciente y medios de comunicación dóciles.

Don Jesús podía ejercer de patriarca ante políticos, empresarios, intelectuales y periodistas, a muchos de los cuales despreciaba.

Desvelarse leyendo de manera compulsiva, dedicar viajes enteros a preparar un discurso importante y destinar horas, sólo con quien seleccionaba, a la conversación inteligente.

Si bien tosco y a ratos irascible había que encontrarle el modo, y en ese sentido, se volvían razonablemente predecible y a ratos hasta simpático.

Era desconfiado, de escasos amigos en la selección profunda del término, renuente a la intimidad y poco adicto a la vida social.

Tenía ingenio y fases para todo, unas propias y otras prestadas, y pescaba rápidamente las dobles intenciones de sus interlocutores. Le irritaba ver llegar a sus colaboradores, -yo incluido-, con pilas de papeles, sobre todo si eran temas administrativos o de relevancia burocráticas, el que se ocupa de los detalles no puede ser estadista, prevenía, y detestaba, los estilos afectados y melindrosos con que algunos lo trataban.

Repetía con frecuencia, sólo hay dos clases de funcionarios: los que explican y los que resuelven. No estoy seguro si fue un buen catador de personas, pero era notorio que las clasificaba según sus filias, sus fobias, las cuales por lo demás no disimulaba para nada.

Disfrutaba la chamba interesante y prolongada, con algunos y era propenso de manera casi escolar a citar autores, textos, precedentes históricos y episodios para salpicar una discusión.

Como era de origen veracruzano, un estado donde suele haber más políticos que habitantes, muchos paisanos intentaban verlo para pedirle una recomendación, un empleo, una diputación o una senaduría, pero nunca le vi interés especial por la disputa local aunque sí por  la historia regional, que según él, explicaba muchas de las singularidades del régimen y, sobre todo, del temperamento político mexicano.

Tuvo que aceptar de mala gana colaboradores en la SEP que le fueron impuestos desde Los Pinos, de buena gana a los que llegaron por la vía de una recomendación familiar o bien trabajaron con la nomenclatura de que estaba plagada los niveles medios y altos de la propia Secretaría.

Tengo la sensación de que Reyes Heroles no desarrolló una juventud convencional y era muy reservado en cuanto a su vida personal. No deja de ser sintomático en una perspectiva casi freudiana, que habiendo producido una abundante obra escrita, no haya dejado, que yo sepa, algo parecido a unas memorias y que rara vez usara en sus discursos particularmente la primera persona del plural.

Nunca escuché que hablara de sí mismo, de forma introspectiva y me daba la impresión de que era un hombre de carácter de ideas, pero no de pasiones intensas o mejor dicho las ideas y el carácter fueron sus principales y tal vez sus únicas pasiones.

Aunque De la Madrid designó a Reyes Heroles en la SEP en parte por sus credenciales intelectuales y prestigio político y en parte para tomar distancia del gobierno de López Portillo, a quien don Jesús le había renunciado en Gobernación, no estaba dentro de los cálculos presidenciales romper con el esquema del nuevo secretario ya registrado desde el primer minuto, por lo que su relación con los factores reales de poder fue inevitablemente malo.

Don Jesús acudió a la frase de revolución educativa pensando que ésta condensaba  el propósito de mejorar la calidad de la educación. Aunque era una idea más bien general se enfocaba en la necesidad de reorganizar la gestión educativa, introducir  mecanismos incipientes de evaluación y reducir el cogobierno.

Ya desde el sexenio de López Portillo se había iniciado con mayor o menor fortuna un proceso de desconcentración administrativa, creando las delegaciones de la SEP en los estados y nombrando para encabezarlas a figuras conocidas del mundo de la política o de la educación como exgobernadores o exrectores locales.

Con don Jesús este proceso siguió, pero básicamente para administrarlo y no tanto para otorgarles más facultades sustantivas a los estados en la materia, entre otras cosas, porque los gobernadores no querían saber nada de los problemas educativos y más si se tratase de las secciones, tomando decisiones complejas. De modo que la aportación más novedosa fue en realidad una frase “la Revolución Educativa”.

En estricto sentido era apenas una formulación conceptual más que un programa de acciones concretas. Releyendo los discursos de Reyes Heroles se encuentra gran cantidad de ideas interesantes, de propuestas teóricas, de reflexiones políticas e intelectuales, pero no un programa específico para la acción en el sentido que ahora entendemos los procesos de diseño y formulación de las políticas públicas.

Sin embargo, el concepto le dio para ejecutar varias cosas. De ahí derivaron, por ejemplo, el cierre de algunas normales, el cierre de escuelas que no servían para nada como el Centro Nacional de Educación Técnica Industrial, una institución que en realidad no era ninguna de esas tres cosas, la edición de algunos nuevos materiales pedagógicos enfocados a la enseñanza ética, la creación del SNI o el intento de poner en orden a algunas universidades públicas, que ya desde entonces arrastraban problemas por irresponsabilidad presupuestal, mala administración, opacidad fiscal, entre otras cosas.

A mediados de 1983, por ejemplo, don Jesús recibió al entonces rector de la Universidad Autónoma de Guerrero que se acercó a pedir que el gobierno federal le entregará el subsidio, que a consecuencia del caos imperante en dicha institución había decidido suspender.

El rector inicio melosa la conversación y don Jesús, que era de pocas pulgas, lo atajo para decirle que los planes de la SEP para esa llamada universidad eran sanearla como a los perros, es decir, cito: “meterlos en una pileta de agua helada para espantarles las pulgas”.

Reyes Heroles le ofreció entregar el subsidio al rector, condicionado, me dijo, a que existiera universidad y amenazante el rector espetó: entonces habrá graves conflictos, pues que bueno, contestó don Jesús, para eso estamos los políticos, para resolverlos.

El otro aspecto notable de su gestión fue la creación del Sistema Nacional de Investigadores, un mecanismo innovador en la época que buscaba estimular la investigación mediante incentivos económicos no ligados al salario, sino a la producción académica, o la política cultural, un espacio que don Jesús conocía a profundidad y disfrutaba ampliamente.

Su paso por la SEP no fue exitoso, porque la vida no le dio tiempo y porque nadie sabe si las circunstancias políticas o el nivel del apoyo presidencial hubieran sido favorables y suficientes, pero planteó con precisión los términos del conflicto por la gobernanza educativa.

Don Jesús no se metía en los detalles pedagógicos ni técnicos, pero tenía clarísimo que si el Estado no volvía a ser el rector fundamental de la educación, las cosas no marcharían bien. Esa es una de las razones por las cuales tenían poco aprecio por la línea gradualista o en ocasiones tibia incluso, que siguieron algunos de sus antecesores, así como por las recomendaciones de los santones de la investigación educativa, que según Reyes Heroles, creían que problema estudiado, problema resuelto.

Su posición era precisa, si no sabe tomar el control del proceso, es decir de la gestión educativa, de nada serviría intentar reformas en el producto, es decir, la calidad en la educación.

Segundo acto.

Por lo menos entre los años 60 y hasta su muerte en 1985, no hubo un político como Reyes Heroles que produjera una elaboración intelectual, histórica y política que le diera legitimidad al régimen del PRI y que por la vía de cambios administrados buscará prolongar su hegemonía.

No actuaba, hablaba o escribía desde la academia, a la cual en ocasiones miraba con cierto desdén, o desde la oposición que sufría de cierto infantilismo en la época, sino desde la élite gobernante de la que formaba parte muy influyente.

Reyes Heroles llegó, lo ha recordado Javier, a la política por los caminos de la historia y por tanto hizo de ésta el fundamento teórico que dotará a aquella de un principio racional y orgánico. Es importante detenerse, aunque sea brevemente,  en este punto.

Don Jesús vislumbraba su destino político, su destino público, a la manera de lo que tal vez Tocqueville imagino para sí, cuando escribió que en la vida no se trata de lo que uno quiere, sino de lo que uno hace. Y si he de dejar, decía Tocqueville, alguna huella de mí en este mundo, será mucho más por lo que haya escrito, que por lo que haya hecho.

¿Era éste el destino que buscaba para sí Reyes Heroles? No lo sé, pero su biografía refleja como la tensión dilataba entre pensamiento y acción; representa una síntesis envidiable de la forma en como las ideas, el sentido de Estado y el conocimiento de la historia, puede enriquecer aun en estos tiempos, o mejor dicho, sobre todo en estos tiempos, la vida política de un país.

Formado en unas de las tradiciones ideológicas y políticas principales en la historia de México, la tradición liberal, Reyes Heroles mantuvo en su actividad pública una fe en dos pasiones fundamentales: las ideas y la historia.

Sabía bien, y lo repetía con frecuencia, que a pesar de que en política no opera la precisión, sino la aproximación, la eficacia política solo es posible cuando se tiene una misión que defiende por igual hacia donde se quiere ir, por donde se quiere ir y hasta donde se puede llegar.

Es decir, se alimentaba de la creencia de que las ideas no son un defecto ni un vicio, al contrario, que solo con ellas, diría Berli, se pueden combatir las visiones limitadas y conocer las implicaciones ocultas y las consecuencias extremas de los ideales políticos. 

Don Jesús insistía en la idea de la continuidad, que en el fondo era proporcional, un fundamento sofisticado y realista al régimen político. Hay una concepción, decía, que sostiene la continuidad en la historia. Continuidad, por supuesto, que no se da en líneas rectas, sino que ve la transformación como culminación de un proceso histórico.

Con estas coordenadas intelectuales, el proyecto político de don Jesús del que la reforma de 1977 fue su expresión más acabada, sentaba tres premisas básicas: la preservación y el fortalecimiento del Estado y del régimen; la inclusión política, y el acuerdo en lo fundamental.

Reyes Heroles veía al estado en México como una relación una relación que expresa y comprende las contradicciones e intereses que configuran a la sociedad que se da en ella y que de ella tiene obtiene su sustancia lo cual explica la obligación que el Estado mexicano tiene de que cómo pensar de fondo de tutelar a aquellos que menos tienen.

De ahí que ese poder que les da la sociedad el estado y su gobierno pudiera conducirla hacia formas superiores  de justicia.

Y esto, argumentaba Reyes Heroles en 1972, esto es creer en la sustancia real del poder político de las mayorías; es reconocer el poder estatal en un régimen democrático, cuenta con autonomía y capacidad de maniobra dispone de poder político, económico  y social basto para influir decisivamente en la sociedad para, con el apoyo de las mayorías, cambiar su configuración, transformarla radicalmente y encausarla hacia fines progresistas.

Bien visto don Jesús no tenía en la cabeza una democracia liberal al estilo de las democracias clásicas europeas más consolidadas, ni le daba a la sociedad un carácter autónomo que en esencia no tiene, pues no era  lo mismo sociedad que muchedumbre.

Creía en la democracia sí, pero en una democracia donde el Estado se ubica por encima de los conflictos, regula los distintos componentes de la sociedad e interpreta y administra sus intereses persiguiendo finalidades en teoría superiores.

Creía en el liberalismo sí, pero en uno en el liberalismo heterodoxo e ilustrado que no reduce al Estado a una función subsidiaria, sino en uno que preserva, defiende y privilegia el poder del Estado que es el único que tiene una legitimidad histórica de origen que persigue intereses generales ante otros poderes que le compiten o intentan competirle buscando la defensa de intereses particulares.

Creía en el marcado, sí; pero en un mercado dirigido donde el estado bajo la noción de economía mixta, que prevaleció buena parte del siglo XX, tiene tanto una función activa como proveedor de bienes y servicios a través de la empresa pública, como una función reguladora que marca límites y en cierto modo ordena o por lo menos intenta ordenar al mercado.

Conservar el poder, un poder que tendría esa legitimidad histórica pasaba, según don Jesús, por un equilibrio funcional entre una derecha vindicativa que va por la recuperación de privilegios de clase y una izquierda que pregona el dogmatismo unipersonal y mesiánico que es suficiente para cambiar a voluntad las cosas.

La opción viable, según Reyes Heroles, era el camino de las reformas porque si son profundas dan lugar a su vez a nuevas y sucesivas reformas como corresponde a una sociedad por muchos años en transición.

Hay momentos, afirmó don Jesús, en uno de sus retruécanos habituales, en que las reformas en cantidad debían en fenómenos cuantitativos y las reformas cualitativas implican grandes cambios cualitativos. “Reformar, –decía--, significa volver hacer, volver a formar, reparar y reponer. Revolucionar es propiciar la innovación, aceptar la mudanza y el nuevo giro de las cosas.

“En este sentido, –concluía--, reforma y revolución son procesos complementarios y paralelos toda revolución supone una reforma y una serie de reformas que de acuerdo a su contenido, orientación y alcances son o no revolucionarias. No hay paradoja en que nuestra gran revolución del  siglo pasado fuese llamada revolución de reforma” fin de la cita.

Con esta lógica reformista advertía que la arquitectura política mexicana mostraba ya, en los años setenta, signos importantes de agotamiento, el crecimiento demográfico, el desastre del populismo echeverrista, la circulación de las élites políticas, las nuevas contradicciones entre los intereses y las clases, los excesos del régimen.

Y en fin los saldos del 68 con la aparición de los brotes terroristas, planteaban la necesidad de una reforma imaginativa que inyectara al Estado una fuerza renovada sostenida ahora en una legitimidad institucional más eficaz y en la prioridad política  que rediseñara el sistema de representación electoral o modernizara el de partidos y canalizara políticamente las tensiones, incluso de las violentas que venían de algunas de las izquierdas

Pero en el fondo había una razón histórica de primerísimo orden, la necesidad de redefinir sobre nuevas bases la relación entre el Estado y la sociedad emergente con la finalidad de oxigenar al régimen de partido hegemónico y así darle continuidad. 

No deja de ser un ejercicio interesante, casi contrafactual, usar el pensamiento de Reyes Heroles para examinar el tipo de reformas políticas y económicas que hoy en un mundo y un país que don Jesús no conoció, el de la revolución tecnológica, la globalización, la apertura económica, se han realizado.

Puesto de otra forma, de creer en la interpretación de la evolución política del país formulada por don Jesús en sus estudios del Siglo XIX se entenderían mucho mejor tanto los alcances y limitaciones de la democracia mexicana del Siglo XXI y sus disfunciones citadas como el dilema a que se enfrentará en los próximos años.

Dicho de otra, seguir por el sendero de las reformas para lograr cambios de gran calado que beneficien a las mayorías o retroceder a un modelo conservador, autoritario o frívolo que, disfrazado de ruptura, favorece en realidad a las élites.

De muchos modos, tercer acto, Reyes Heroles fue el último gran político intelectual en México y es  un buen ejemplo de que la justificación del poder es el hacer y es la condición natural de la política profesional.

Su conocimiento del estado, su rigor intelectual e histórico y su autoridad política y moral lo hicieron poseedor de una cualidad poco común en la escena pública mexicana.

Hacía política pensando en la historia con mayúsculas, con sentido de trascendencia y un sentido de lealtad a ciertas convicciones y principios. Casi todas sus acciones y decisiones, buenas, regulares o malas, tenían detrás una combinación de ideas, de lecturas, de sentido del Estado y de la historia y una muy adecuada dosis de pragmatismo.

Era un político de poder, no de oposición, y lo ejercía incluso con ciertas dosis de autoritarismo ilustrado cuando las circunstancias lo aconsejaban. No fue un revolucionario ni jamás pretendió romper con el régimen al que toda su vida perteneció y antes bien, trató de dotarlo de cierta organicidad desde el punto de vista intelectual incluso en aquellos aspectos más controvertidos.

Era más bien un reformador, un hombre de Estado porque creía profundamente en él y como no podía ser presidente porque todavía entonces había un impedimento constitucional, trató de ser un influencia muy poderosa.

A la distancia, sin embargo, el balance de su obra política parece más parecido al del conde Duque de Olivares que al cardenal Richelieu.

Treinta tres años después de su muerte, su inteligencia y erudición y su raro encanto personal son reconocidos y respetados por todos. Reyes Heroles fue un hombre de la historia de México que a tiempo comprendió que su destino era formar parte de ella, su muerte fue temprana, inesperada, pero quizá no inoportuna.

De haber presenciado el envenenamiento de la vida pública de los últimos lustros y la mediocridad intelectual, política y mediática que ha invadido estos tiempos habría terminado como en el poema de Gorostiza.

¡Oh inteligencia!, soledad en llamas que lo consume todo hasta el silencio.

Muchas gracias.

Audio
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Mensaje del secretario de Educación Pública, Otto Granados Roldán