• Factores naturales, pobreza y subdesarrollo acrecientan las superficies devastadas en los cinco continentes.
  • Organismos internacionales instan a recuperar las tierras asediadas por la degradación de los suelos.

Cuanto mayor sean la pobreza de la población y el subdesarrollo, más graves serán las consecuencias de los efectos de la desertificación que pueden llegar incluso a hipotecar el futuro de un país, advierte la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), y señala que será más crítica la situación si se suman difíciles condiciones naturales, especialmente las climáticas.

En ese escenario se encuentran 110 países, incluido México, donde el impacto de la desertificación de las tierras es mayor desde mediados de los noventa, al registrar en conjunto una pérdida anual de 12 millones de hectáreas de tierra productiva. Hoy día, 168 naciones, algunas desarrolladas como España, sufren una severa degradación de sus suelos, con un costo global de 42 mil millones de dólares de ingresos y la pérdida de 20 millones de toneladas de granos cada año.

Desde 1992, los asistentes a la Cumbre de la Tierra advertían sobre esa creciente degradación, evidente en zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas del mundo. Un cuarto de siglo después, el alcance del fenómeno multifactorial afecta de manera directa el bienestar de mil millones de seres humanos de los cinco continentes y, además, amaga la biodiversidad global.

Ante esta problemática, en 1994 se creó la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación, vigente a partir del 17 de junio de 1996, fecha que los 194 países miembros conmemoran como el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía para recordar que de la calidad de los suelos dependen la biodiversidad y la alimentación de miles de millones de personas, y apurar acciones que frenen la devastación y generen resiliencia.

La  magnitud del desastre demanda la inaplazable atención de todas las naciones, pues más del 44% del total de los cultivos mundiales se desarrollan en las tierras secas, catalogadas entre los mayores contribuyentes de la reserva alimentaria mundial. Al ritmo actual de degradación, en 30 años podría presentarse un grave déficit alimentario global si tomamos en cuenta que en 2050 la demanda de comestibles se incrementará en un 60%, según previsiones de la FAO.

Un conjunto de causas naturales y antropogénicas generan el proceso de desertificación: en tierras secas, las causas primeras engloban la vulnerabilidad de los suelos generada por el clima actual que a su vez repercute en la erosión física y mecánica y en la degradación química y biológica mediante la radiación solar, el viento y las lluvias, y el relieve, que agrava la erosión hídrica y eólica. En zonas subhúmedas, la menor influencia climática es clave ante la vulnerabilidad a los procesos de desertificación antropogénicas, pero la textura, estructura y riqueza biológica y química del suelo, lo mismo que la vegetación natural, son determinantes.

La población de los países pobres sobrevive apremiada por la subalimentación y la malnutrición, y con un fardo de carencias económicas, educativas, técnicas, financieras y organizativas, realizan cultivos en suelos frágiles o expuestos a la erosión hídrica o eólica; sobrepastoreo, uso descontrolado del fuego para la resiembra y tala de árboles que ayudarían a evitar la degradación de las tierras.

Profundamente preocupada por el agravamiento de la desertificación en todas las regiones y sus devastadoras consecuencias para el logro de la erradicación de la pobreza y la sostenibilidad ambiental, uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la ONU declaró el Decenio de las Naciones Unidas para los Desiertos y la Lucha contra la Desertificación (2010- 2020), con el fin de impulsar acciones que protejan las tierras vulnerables a la degradación e impulsar cambios críticos que mejoren su capacidad para contribuir al bienestar de la humanidad a largo plazo.

La Convención signada ya por 194 países en vías de desarrollo y desarrollados, incluye compromisos nacionales específicos para emprender acciones concretas frente a un tema de manejo sustentable de los recursos naturales que revela que una mayor degradación de las tierras evidencia la ruptura del equilibrio entre los ecosistemas y el sistema socio-económico.

México suscribió la Convención de la ONU de Lucha contra la Desertificación desde 1994 y la ratificó en 1995. Sin embargo, el panorama no es halagüeño para nuestro país. Un informe de la CONAFOR revela que en términos absolutos la población mexicana debajo del umbral de pobreza se incrementó de 15.9 millones a 17.0 millones de personas entre 2008 y 2010, y que cada año emigran entre 300 mil y 400 mil personas, dejando atrás terrenos poco productivos que ya no sustentan a las familias.

En 2003, la SEMARNAT reportó que la degradación del suelo afectaba ya 88 millones de hectáreas en el país, 45% de la superficie nacional, en grados que iban de ligera a moderada, severa y extrema. La degradación ocasionada tanto por causas naturales como antrópicas alcanzaba entonces al 70% del territorio.

Desde 2005 la CONAFOR es punto focal de la Convención en México y como tal organizó ese año el Sistema Nacional de Lucha contra la Desertificación y la Degradación de los Recursos Naturales, presidido por la SEMARNAT. Apoyada en un grupo multisectorial, preparó en 2010 la Estrategia Nacional de Manejo Sustentable de Tierras y en 2012 actualizó el Plan de Acción Nacional para Combatir la Desertificación.

Recientemente, en Pánuco, Zacatecas, la SEMARNAT y la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (SAGARPA), con el auspicio de la FAO, iniciaron la instalación de comités de gestión territorial en las microrregiones Mixteca Oaxaqueña; Pánuco, Zacatecas, y Valle del Mezquital, Hidalgo, donde se impulsa el Programa de Manejo Sostenible de Tierra (ProTierras), que beneficiaría  a 38 mil personas y reduciría la degradación del suelo mediante la adopción de un modelo de gestión sostenible de tierras.

La SEMARNAT, a través de la CONAGUA, y la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (SAGARPA), por medio de la Conaza, son las instancias encargadas de crear programas de prevención e investigación sobre la desertificación.

A siete años de iniciado el Decenio de las Naciones Unidas para los Desiertos y la Lucha contra la Desertificación, es prudente realizar un ejercicio autocrítico de las partes de la Convención para revisar y, en su caso, impulsar o modificar las estrategias que les permitan alcanzar objetivos tendientes a crear conciencia sobre la degradación de las tierras y la sequía; examinar los resultados de las tareas realizadas para sensibilizar a sociedades y gobiernos, así como explorar qué estados miembros y organismos multilaterales han podido apoyar sus iniciativas, con el fin de apuntalar aún más sus programas de acción.