La naturaleza juega en favor de la calidad del aire y del agua; en el control de los ciclos hidrológicos, de plagas y de vectores de enfermedades, de la polinización de los cultivos y de la disposición de alimentos.

Además, protege los litorales mediante los arrecifes de coral y las dunas de arena y mantiene el acervo genético que, ya domesticado, da alimento, medicinas e insumos industriales a los seres humanos.

Los anteriores son algunos de los servicios ambientales medibles y tangibles de los ecosistemas: de provisión, de regulación y de soporte. Pero existe otra veta, la cultural, la sutil, que relaciona profundamente al ser humano con la naturaleza.

A decir de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), de estos servicios culturales --inmateriales y aparentemente imperceptibles--, las personas obtienen inspiración estética, identidad cultural, sentimiento de apego al terruño y experiencia espiritual.

Aquí encontramos los sitios, organismos o entidades de importancia espiritual clave: árboles sagrados, animales o paisajes a los que muchas culturas en todo el mundo les conceden el más alto rango no solo en su vida personal y comunitaria, sino también en su cosmogonía y en su sentido de pertenencia y de trascendencia.

Sin embargo, a diferencia de los pueblos originarios, las culturas modernas se enfrentan a la pérdida de la relación hombre-naturaleza que ha generado el síndrome del déficit de naturaleza, como lo ha denominado Richard Louv, periodista y escritor estadunidense que colocó el tema en la reflexión global.  

Louv razona que la ausencia de la naturaleza en la vida de las personas provoca un conjunto de síntomas cada vez más presentes: estrés, ansiedad, falta de relaciones significativas con los demás y con el mundo y numerosos desequilibrios psicofísicos, adicciones e hiperactividad infantil.

Además, el retraimiento que genera el uso excesivo de los teléfonos inteligentes, la tableta o la pantalla televisora, causa en el niño un problema de desarrollo cerebral.

Al pensamiento de Louv se han adherido organismos internacionales, académicos y la Red de Niños y Naturaleza para reintroducir a los infantes en el medio ambiente, tras probar que al ponerlos en contacto con la naturaleza aprenden mejor, son más creativos, dominan mejor el pensamiento crítico y llenan sus déficits físicos, emocionales y espirituales.

Si el alejamiento de la naturaleza nos enferma, vayamos a ella y reencontremos la salud integral en los servicios ecosistémicos que nos ofrece de manera gratuita.

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