Un problema que en los últimos años ha impactado a la biodiversidad marina, pero también enormemente a la economía, es la bioincrustación en buques, la cual consiste en la adherencia a los cascos de las naves de organismos que habitan los fondos marinos y que al ser transportados se convierten en especies invasoras.

Esponjas, corales; moluscos bivalvos, como las ostras o los mejillones (pero no las almejas), briozoos o braquiópodos y crustáceos del orden cirrípedos, como percebes y balanos; ascidias y algas, entre otros, son algunos de esos organismos que se trasladan desde mares lejanos a nuevos ecosistemas donde sus poblaciones prosperan al encontrar condiciones ideales de alimentación y reproducción.

Además de los buques, estos organismos colonizan diferentes estructuras duras artificiales que se mantienen en permanente contacto con el agua, como las plataformas petroleras, los muelles, las boyas y otros, ya que cualquier superficie dura en el medio marino es hábitat potencial para especies bioincrustantes.

Sin embargo, existen pocos estudios sobre las especies bioincrustantes (Moser y Leffler, 2010), refiere la Conabio, y hace una diferencia entre algunas de estas especies, llamadas epibiontes (Moser y Leffler, 2010), que sólo se pegan a las estructuras, y otras que las penetran y perforan y se conocen como infauna.

Para la industria marítima la prevención o tratamiento de epibiontes produce un gasto de 6 000 millones de dólares al año, e implica un costo de 8 000 millones de dólares en combustible consumido, que a su vez produce 70 millones de toneladas adicionales de CO2 a velocidad normal (Geater, 2010), revela la Conabio.

Y cuando se trata de bioincrustación de infauna los costos derivados de la bioincrustación se incrementan porque el peso o la actividad perforadora de los organismos daña las estructuras y obstruye las tomas de agua (Baker et al., 2004).

El tema de las bioincrustaciones comenzó a develarse en 1999 con el mejillón de franjas negras (Mytilopsis sallei) en la marina de Darwin, en la Bahía de Culley, Australia (Willan et al., 2000), donde gastaron más de 2.6 millones de dólares para erradicar la infestación de estos organismos y evitar su dispersión (Pyne, 1999).

Entre la diversidad bioincrustante que investigadores de la Woods Hole Oceanographic Institution inventariaron, se encuentran 15 especies de diatomeas, 45 macroalgas, cuatro esponjas, 88 hidroides, 52 poliquetos, 46 bivalvos, 141 balanos, 11 anfípodos, 75 briozoarios, 31 ascidias y variados representantes de otros grupos (Amog, 2001).

Ante este enorme problema global, la Organización Marítima Internacional (OMI) adoptó directrices de bioincrustación en su resolución MEPC.207 (62), que  representa un paso decisivo para reducir la transferencia de especies acuáticas invasivas por los buques.

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