Desde tiempos remotos, ya sea por razones culturales o de su cosmogonía, por motivos de recreación, estéticos o de oportunidad económica, las comunidades humanas han procurado mantener en estado prístino espacios de la naturaleza idóneos para preservarla con esas características originales.

En México, con el nombre de parques nacionales se establecieron las primeras áreas naturales protegidas (ANP) a finales del siglo XIX, para impulsar la preservación del patrimonio natural del país.

Más tarde, en distintas partes del mundo se alzaron voces defensoras de los ecosistemas, y a principios de los años setenta, en el seno de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), surgió el concepto de reservas de la biósfera (RB), denominación bajo la cual fueron decretadas las reservas de La Michilía, en Durango, y de Montes Azules, en Chiapas.

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Las RB se orientaban a corregir sobre bases científicas errores cometidos contra natura, como reubicar fuera de ellas a los grupos humanos originarios con el fin de preservar la flora y la fauna, introducir especies exóticas que diezmaban a las poblaciones endémicas, o presentar espectáculos que constituían auténticos ecocidios.

Criterios como esos resultaban incompatibles con la conservación, por lo cual la comunidad científica alertó sobre la pérdida de especies que se provocaba al crearse, por ejemplo, dentro de un vasto territorio agrícola, islas de extensión tan reducida que eran insuficientes para las necesidades vitales de los grandes depredadores como el águila real, el jaguar, el lobo gris mexicano o el oso negro.

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Lo anterior llevó a pensar en un concepto más adecuado que aterrizó en la década de los noventa en la creación de las Áreas Naturales Protegidas (ANP), como hoy se aplica, para referirse a las regiones terrestres, acuáticas e insulares representativas de los diferentes ecosistemas y su biodiversidad, cuyas características no han sido esencialmente modificadas por la actividad humana.

Servicios ambientales

La humanidad recibe de los ecosistemas una vasta gama de servicios vitales como el mantenimiento de la calidad gaseosa de la atmósfera, la regulación del clima, la calidad del agua, el control de los ciclos hidrológicos, la reducción de inundaciones y sequías, la protección de las zonas costeras por la generación y la conservación de los sistemas de arrecifes de coral y dunas de arena.

Además, la generación y conservación de suelos fértiles, el control de parásitos de cultivos y de vectores de enfermedades, la polinización de diversos cultivos, la disposición directa de alimentos provenientes de medios ambientes acuáticos y terrestres, así como el mantenimiento de una amplia “librería genética” en la cual se sustentan las bases de la civilización ya sea como cosechas, animales y plantas domesticadas, medicinas y productos industriales.

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Marco legal

Las ANP son zonas del territorio nacional, acuáticas o terrestres, sobre las que la nación ejerce su soberanía y jurisdicción, en donde los ambientes originales no han sido significativamente alterados por la actividad del ser humano o que requieren ser preservadas y restauradas y están sujetas al régimen previsto en la Ley General del Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente (LGEEPA).

En México, las ANP se dividen en nueve territorios representativos de los diferentes ecosistemas y su biodiversidad. Estas zonas son creadas mediante decreto presidencial y en ellas se pueden desarrollar solo actividades delimitadas por el Reglamento en Materia de ANP (RANP), los programas de manejo (PM)  y los programas de ordenamiento ecológico.

El programa de manejo es el instrumento rector de planeación y regulación que establece las actividades, acciones y lineamientos básicos para el manejo y administración del ANP de que se trate.

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Categorías

La LGEEPA establece seis categorías de ANP –reservas de la biósfera (44), parques nacionales (67), monumentos naturales (5), áreas de protección de recursos naturales (8), áreas de protección de flora y fauna (40) y santuarios (18)--, las cuales están sujetas a regímenes especiales de protección, conservación, restauración y desarrollo, por lo que se restringe en las ANP el acceso y uso de flora, fauna y otros recursos, con el fin de asegurar el equilibrio y la continuidad de los procesos evolutivos y ecológicos.

En nuestro país, cada ANP debe contar con un programa de manejo que es el instrumento rector de planeación y regulación que establece las actividades, acciones y lineamientos básicos para su manejo y administración.

Según el RANP, cada programa de manejo debe contener lo señalado por el artículo 66 de la LGEEPA, así como la especificación de densidades, intensidades, condicionantes y modalidades a que se sujetarán las obras y actividades que se realicen en las mismas, de acuerdo con lo establecido en el decreto de creación del ANP de que se trate y demás disposiciones legales y reglamentarias aplicables.

Se deberá asimismo determinar la extensión y delimitación de la zona de influencia del área protegida respectiva y de las subzonas señaladas en la declaratoria, además de promover que las actividades de los particulares se ajusten a los objetivos de dichas subzonas.

Seis ejes dan sustento a las decisiones y acciones dentro de un ANP: 1. Caracterización y descripción del entorno biofísico y socioeconómico, 2. Análisis de la tenencia de la tierra, diagnóstico y problemática del ANP, 3. Planeación a partir de diagnósticos y participación social mediante los subprogramas de conservación directa e indirecta, 4. Subzonificación para ordenar las zonas núcleo y de amortiguamiento, según las características biológicas, ecológicas y de uso del territorio, así como de los ordenamientos territoriales, 5. Reglas administrativas, y 6. Evaluación de la integración funcional del sistema.

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A la fecha, México cuenta con 182 ANP de carácter federal administradas por la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP), de las cuales 145 son terrestres y 37 corresponden a superficie marina y costera, con una superficie total de 90,839,521.55 hectáreas, y apoya 403 áreas destinadas voluntariamente a la conservación, con una superficie de 503,379.17 hectáreas.

Pero también existen ANP estatales, municipales, comunitarias, ejidales y privadas. Unas y otras son reconocidas como instrumentos de la mayor importancia para la conservación de la biodiversidad.

Si bien lo anterior muestra el avance de la conservación de nuestros ecosistemas, la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (CONABIO) advierte que la mayor proporción --cerca del 80 por ciento-- de las especies y los ecosistemas que integran la biodiversidad de México, existe en espacios territoriales sin protección alguna, es decir, fuera de las ANP, donde se experimentan modalidades o formas de manejo más o menos destructivas, y en algunos casos de abandono.

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Datos del Instituto Nacional de Geografía e Informática y de la CONANP citadas por la revista científica digital ANP Scripta, del Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste, S. C. indican que hasta abril de 2016 cerca del 3.9 por ciento de la población mexicana vivía en un ANP, es decir, 4, 689, 557 habitantes, 5.7 por ciento de los cuales era población indígena, es decir, 270, 476 personas.

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Una de las actividades que se realizan en las ANP es el turismo de naturaleza, para el cual la CONANP creó el Pasaporte de la Conservación con el fin de que se puedan visitar las zonas federales durante un año cuantas veces se desee, mediante un solo pago anual que representa fondos de apoyo para proyectos de conservación y se contribuye a incentivar el conocimiento sobre la biodiversidad nacional, a promover valores para construir una cultura de conservación y a impulsar el desarrollo de las comunidades ahí asentadas.

Según el ANP visitada, es posible realizar actividades como snorkel, senderismo, rápel, montañismo, campismo, buceo, kayak, balsismo, paseos en lanchas, ciclismo, excursionismo y visitas guiadas para observar aves, flora y fauna silvestre con especial precaución.

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Durante mucho tiempo los servicios ecosistémicos se consideraban inagotables, y se disfrutaban sin conciencia alguna de su cuidado y conservación. Por fortuna, los nuevos paradigmas señalan que cuando mejor conservada está la naturaleza mayor capacidad tiene de prodigarnos beneficios, y que esa panacea no es solo un legado ancestral, sino un préstamo de las futuras generaciones a las cuales debemos entregarla en mejores condiciones. Las ANP son espacios idóneos para alcanzar ese objetivo.

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