Pese a que apenas se ha explorado el 5 por ciento del gran océano del mundo, y faltaría descubrir entre 500 mil y 5,000,000 de especies biológicas marinas, el capital natural conocido que resguardan mares y océanos representa para las redes criminales una tentadora fuente de riqueza ilícita.

Los saqueadores de biodiversidad marina actúan sin reparo alguno y sin respetar la regulación local, nacional e internacional que tutela sitios donde se preserva la vida silvestre terrestre, marina e insular.

Incluso, se calcula que de las áreas catalogadas como Patrimonio Natural de la Humanidad, que constituyen el último refugio para especies amenazadas, se extrae una importante cantidad de flora y fauna, muchas de ellas en peligro de extinción, como es el caso del pez totoaba que impacta a la población de vaquita marina, según advierte el Fondo Mundial de la Naturaleza (WWF).

Varias Organizaciones No Gubernamentales calculan que del tráfico global de biodiversidad terrestre la delincuencia organizada obtiene entre 10 mil y 20 mil millones de dólares anuales, y se desconoce a cuánto asciende la depredación de las especies marinas, pero ambas refuerzan la codicia de una actividad ilegal que crece y empeora.

En todo el mundo, la delincuencia organizada inyecta los fabulosos recursos obtenidos del tráfico ilícito de vida silvestre a otras arterias criminales que espera develarse mediante un estudio que se desarrollaría en Colombia, según refiere Jorge Eduardo Ríos, responsable del Programa Global para Combatir el Tráfico, de la Oficina de las Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito (ONUDD).

Pero el dinero obtenido del tráfico ilícito de especies vivas, tiene también raíces en los sistemas de creencias que persisten en países como China, donde ideas como la presunta cualidad afrodisiaca y curativa de algunos productos del mar, aunado a lo exquisito de su sabor, como la vejiga del pez totoaba, el pepino de mar o las aletas de tiburón, disparan la depredación de especies que se registran en las listas rojas de peligro de extinción.

Un tercer venero del tráfico ilegal es el turismo que al vacacionar adquiere como recuerdo un caparazón de tortuga, una dentadura de tiburón, corales u otros organismos vivos o partes de ellos.  

Ríos advierte que el ecotráfico es sancionado en muchos países con penas administrativas, como multas que no inhiben el saqueo y venta de vida salvaje, por lo cual plantea tipificar como grave este delito y aplicar penas corporales.

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