Mientras usted o yo, cómodamente sentados frente a un televisor vemos correr el video de un bosque en llamas, un pequeño grupo de valientes hombres y mujeres, los combatientes forestales, arriesgan su salud, su integridad y su vida para sofocar el fuego forestal y detener su impacto en los ecosistemas, la erosión de los suelos y la desertificación, la pérdida de las comunidades vegetales que infiltran agua al subsuelo y el cambio climático que urge mitigar.

Conocer que el desempeño de estos brigadistas exige un alto profesionalismo y contribuye a valorar tan relevante como riesgosa labor. Nos da elementos para aquilatar su arrojo, capacidad, entrega y amor a la naturaleza, lo que se busca reconocer desde 2014, cada 11 de julio, Día Nacional del Combatiente de Incendios Forestales.

De su necesaria presencia nos hablan los 6,224 incendios forestales que en total ocurrieron en México entre el 1º de enero y el 01 de julio de 2021 en las 32 entidades federativas, con una afectación de 559,393 hectáreas, 92% correspondiente a vegetación herbácea y arbustiva y el 8% a material arbóreo, principalmente en los estados de México, Ciudad de México, Michoacán, Chihuahua, Puebla, Tlaxcala, Durango, Chiapas, Jalisco y Guerrero, que representan el 81.83% del total nacional.

Aunque todas las entidades federativas tuvieron eventos de fuego, la mayor superficie afectada se registró en Chihuahua, Guerrero, Durango, Nayarit, Chiapas, Nuevo León, Michoacán, Oaxaca, Jalisco y Sonora, que representan el 80% del total nacional. Del total de incendios forestales, 650 (10%) correspondió a ecosistemas sensibles al fuego, donde se quemaron 45,076 ha, es decir, 8% del total nacional.

En esos escenarios donde el fuego trepida e impulsado por el viento derriba decenas de árboles ardientes, nuestros combatientes forestales, o brigadistas, actúan directamente en el control y combate de las llamas, explica la Comisión Nacional Forestal en su Guía para Comunicadores.

Portan pantalones y camisas de nomex o de mezclilla, telas especiales resistentes al fuego, casco de seguridad, lentes o goggles, guantes y zapatos antiderrapantes de cuero o carnaza, cantimplora para mitigar la sed abrasante, y un paliacate para enjugar el sudor y, a veces, las lágrimas.

Para llegar al lugar del siniestro han adquirido a lo largo de una capacitación permanente y experiencias vividas, técnicas muy especializadas, y saben trabajar en equipo. Se han entrenado físicamente para tener resistencia al andar o correr cuesta arriba por caminos abruptos, desconocidos, o por pendientes resbaladizas, barrancas y montículos.

Los bieldos, azadones y palas, talachos rastrillos y cazangas que llevan los obligan a mantener una distancia de dos metros entre uno y otro compañero, y esas herramientas les sirven en distintos momentos: en el ataque inicial cuando buscan detener el avance del fuego en sus puntos más críticos; en la construcción de la línea de control para cortar y extraer todo el combustible aéreo, superficial y subterráneo, raspar el terreno hasta el suelo mineral y depositar el combustible al lado opuesto al fuego.

El paso siguiente es cerciorarse de que el incendio está bajo control porque han logrado rodearlo de brechas cortafuego, también llamadas líneas de defensa o guardarrayas, e inmediatamente después de haber controlado el avance del incendio proceden a concretar la liquidación de las llamas, es decir, apagar completamente el fuego del perímetro del incendio forestal, con el propósito de que este no se reavive.

Por el simple hecho de enfrentar el fuego, todo este proceso constituye una labor de altísimo peligro al que todo combatiente de incendios forestales está expuesto. El cuerpo humano puede sufrir quemaduras en diferentes grados a causa del contacto directo con las llamas o con los objetos ardientes que suelen desprenderse, pero tan sólo la exposición a grandes niveles de calor les puede ocasionar el mismo tipo de lesiones.

Sin embargo, no es el fuego el único peligro que enfrentan los y las combatientes forestales, también están expuestos a la intoxicación por humos y asfixia, irritación o cuerpos extraños en los ojos, irritación de vías respiratorias, tos o gripe, alergias, enfriamientos, lesiones de huesos y músculos, infartos, hemorragias, insolación, deshidratación, estrés, mordedura de serpientes o picadura de insectos, y mal de montaña, que es falta de adaptación del organismo a la altitud.

Y más aún. En un incendio forestal se presentan circunstancias que incrementan las posibilidades de que ocurran sucesos trágicos, como las acciones de combate mal organizadas, las condiciones del terreno o el mal uso de herramientas o equipo de incendio.

Por eso, ellas y ellos extreman las medidas de seguridad y se esfuerzan para evitar acciones de combate mal organizadas, ya que las condiciones del terreno o un mal uso del equipo y la herramienta pueden tener fatales desenlaces.

Las y los brigadistas saben que el valor más importante durante las tareas de combate de incendios es proteger la vida humana, por lo que es primordial realizar un trabajo bien planificado y ejecutado que anule cualquier riesgo para la seguridad de cada uno y cada una de los y las combatientes.

Si bien es cierto que la creciente ocurrencia de incendios forestales destructivos plantearía la necesidad de aumentar el número de brigadistas, no puede dejarse de lado que, por una parte prevalece la imprudencia en visitantes de los bosques que encienden fogatas y descuidan apagarlas, o de los automovilistas que arrojan colillas de cigarro encendidas a la orilla de las carreteras.

A esto se sumaron este año condiciones de sequía extrema en varias regiones del país que avivaron el fuego. En situaciones como estas, cuando todos los brazos parecen ser pocos para el ataque inicial, el control mediante la apertura de brechas cortafuego o la liquidación de las llamas, es necesario el auxilio de los propietarios de los bosques, generalmente comuneros o ejidatarios que son los poseedores legítimos de esos territorios.

Ellos entran en momentos críticos a reforzar las tareas de nuestros brigadistas, muchas veces armados sólo con sus herramientas de trabajo campesino, pero sin el equipo personal ni la intensa, tecnificada y larga preparación que exige enfrentar al elemento fuego que no espera, sino avanza sin tregua, amenazante, y cobra vidas que muchas veces son las de esos humildes combatientes empíricos que ofrendan su vida para salvar los bosques que nos dan aire limpio, madera, medicinas, fibras, resinas, fauna y flora silvestres, agua y muchos más servicios ambientales.

Honremos este 11 de julio a todos y todas los y las combatientes forestales, valientes mexicanos y mexicanas.

 

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