Muchas veces hemos presenciado en el restaurante, o en nuestro entorno, la escena de algún comensal que devuelve el plato de comida a la cocina con una buena porción de lo que le fue servido y que irá al bote de basura.

Seguramente también hemos visto en los medios a productores agrícolas que tiran en alguna carretera toneladas de fruta, verdura, huevo o cárnicos por las pésimas condiciones del mercado o por la falta de transporte o de combustibles para llevarlas a los centros de abasto, y sabemos que, por esas u otras razones, como la inseguridad, las cosechas se pudrieron en las parcelas.

Podríamos pensar: “Tanta gente en el mundo sin un pan que comer”. Y el mismo pensamiento aguijonea cuando en cualquier sitio o en el transporte que viajamos se acercan a nosotros niños, madres con bebés, ancianos o familias enteras que mendigan una fruta, una moneda para comprar “un taco”, o cualquier cosa que mitigue su hambre.

Esos contrastes ocurren en todo el mundo, incluso en las naciones más desarrolladas, salvo excepciones, y en un país tan rico y variado como México observamos, a veces con enfado, estos cuadros que podrían movernos a la empatía, y mejor aun, a emprender acciones para que cada ser humano de cualquier condición social, raza, color o ideología disponga de alimentos sanos y suficientes para su día a día.

Cada 29 de septiembre, Día Internacional de Concientización sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) da cuenta de la paradoja del hambre en un contexto de pérdida y desperdicio alimentario, un hecho que debemos evitar:

“En un mundo en el que el número de personas afectadas por el hambre ha aumentado lentamente desde 2014, y en el que cada día se pierden o desperdician toneladas y toneladas de alimentos, es fundamental reducir las pérdidas y el desperdicio”.

A nivel global, cerca del 14% de los alimentos producidos se pierden entre la cosecha y la venta minorista. A ello se suma el hecho de que aproximadamente el 17% de la producción total de alimentos se desperdicia: 11% en los hogares, 5% en los servicios de comidas y 2% en el comercio al menudeo”, refiere el organismo multinacional.

Un ejemplo del desperdicio de alimentos lo aporta la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Alude a las festividades tradicionales en todo el mundo, sea cual sea la fecha, el nombre de la celebración, el país o la comunidad que las festeje, pero que son ocasiones en que suele prepararse comida en demasía.

Si bien las festividades constituyen un buen momento para celebrar la comida y apreciarla, agrega, en algunas zonas del mundo las fiestas se han convertido en sinónimo de comer en exceso y en desperdicio de comida. Pero además de los alimentos que se desperdician cuando no se consumen, se despilfarran todos los recursos: las semillas, la energía, la tierra, el agua, los piensos o forrajes, entre otros; así como el dinero y la mano de obra que se emplean en producirlos, recolectarlos, elaborarlos, transportarlos y cocinarlos.

Asimismo se contaminan suelos, agua y aire, y cuando los alimentos acaban en los vertederos se producen sin razón Gases de Efecto Invernadero (GEI) a lo largo de toda la cadena de suministro, pues según el Informe 2021 del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) entre el 8% y el 10% de las emisiones mundiales de GEI están asociadas a alimentos que nunca se consumieron.

El documento indica: “El hecho de que se produzcan cantidades sustanciales de alimentos pero que los seres humanos no los coman tiene importantes impactos negativos: ambiental, social y económico”, por lo que “reducir el desperdicio de alimentos en el comercio minorista, el servicio de alimentos y el hogar puede brindar múltiples beneficios tanto para las personas como para el planeta”.

La Procuraduría de Defensa del Consumidor (Profeco) cita a la FAO para resaltar que se calcula un desperdicio global de entre un cuarto y un tercio de los alimentos producidos anualmente para consumo humano, aproximadamente 1,300 millones de toneladas de alimentos, suficientes para alimentar a 2,000 millones de personas.

En el caso de América Latina y el Caribe, añade, se estima 6% de las pérdidas mundiales de alimentos y cada año se pierde y desperdicia alrededor del 15% de sus alimentos disponibles, aun cuando 47 millones de sus habitantes todavía viven día a día con hambre.

Mientras tanto en México, de acuerdo con el Banco de Alimentos de México, organización de la sociedad civil sin fines de lucro, un tercio del alimento producido se desperdicia, lo que equivale a 38 toneladas por minuto, que bien podrían alimentar a 25.5 millones de personas con carencia alimentaria.

Profeco cita a FoodPrint, empresa dedicada a la investigación y educación sobre prácticas de producción de alimentos, para decir que aunque esa pérdida o desecho alimentos sucede en todos los puntos de la cadena alimentaria: granjas, barcos de pesca, procesamiento, distribución, tiendas minoristas, restaurantes y hogares, estos últimos son los responsables de la mayor parte del desperdicio de alimentos.

Por cierto, el Índice de desperdicios de alimentos 2021, publicado         por el PNUMA, estimó que en 2019 el desperdicio de alimentos sumó 931 millones de toneladas de los cuales 61% provino de hogares, 26% del servicio de alimentos y 13% restante del comercio minorista, como supermercados o pequeños almacenes.

El PNUMA ofrece a los gobiernos una metodología para que los países puedan medir el desperdicio de alimentos a nivel doméstico, de los servicios de alimentos y de los minoristas, para dar un seguimiento del progreso nacional hacia 2030 e informar sobre los avances en el Objetivo de Desarrollo Sostenible  12.3.

Prevé que las naciones que utilicen esta metodología generarán pruebas sólidas para orientar una estrategia nacional sobre la prevención del desperdicio de alimentos lo suficientemente sensible para detectar cambios en intervalos de dos o cuatro años, y que permita hacer comparaciones significativas entre países a nivel mundial.

A nosotros nos corresponde observar nuestros hábitos y desde el breve espacio que habitamos cuidar lo que adquirimos, procesamos y consumimos para evitar no solo el desperdicio de alimentos que bien podrían dirigirse a personas o comunidades carentes o deficitarias de ellos, sino también recursos humanos y ambientales.

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