Entre las propuestas de nueva normalidad generada por la pandemia que azota al mundo, la bicicleta resurge como un medio de transporte ideal para evitar contagios en el transporte público masivo, donde la aglomeración de personas se convierte en caldo de cultivo para un virus aún no controlado.

Este 3 de junio, Día Internacional de la Bicicleta proclamado por la Organización de las Naciones Unidas en 2018, se pretende catapultar el uso de este artefacto sostenible, sano y divertido, además de crear conciencia sobre los derechos de los ciclistas y la urgencia de reducir el transporte automotor impulsado por energías contaminantes.

Mucho antes de la contingencia sanitaria ya había motivos de sobra para impulsar el uso de la bicicleta: la contaminación atmosférica y el cambio climático, al que contribuyen en aproximadamente 30% los gases de efecto invernadero que expelen los vehículos automotores a la atmósfera.

Un estudio del Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC) señala que por la cantidad de motocicletas, vehículos de pasajeros, camiones y autobuses en circulación, los automotores representan en muchas ciudades la principal fuente de contaminación al emitir tres tipos de gases contaminantes que tienen impacto en la salud y el medio ambiente: emisiones evaporativas, emisiones por el tubo de escape y emisiones de partículas por el desgaste de frenos y llantas.

Estos contaminantes son, entre otros: compuestos orgánicos volátiles (COV, derivados de los hidrocarburos), algunos de ellos precursores del ozono, y otros, como el benceno, formaldehído y acetaldehído, de alta toxicidad para el ser humano. Además, monóxido de carbono (CO), óxidos de nitrógeno (NOX), bióxido de nitrógeno (NO2) y monóxido de nitrógeno (NOx), bióxido de azufre (SO2), partículas (PM), plomo (PB) y amoníaco (NH3).

Aunque la fecha conmemorativa del Día Mundial de la Bicicleta surgió en 1985 a raíz de un incidente ajeno al transporte personal que se vincula con el descubrimiento del ácido lisérgico (LSD) y sus efectos psicotrópicos, da pie a reflexionar sobre las ventajas de este transporte unipersonal que desde su invención en el siglo XIX ha suscitado una gama asombrosa de usos y actividades recreativas, deportivas y utilitarias, tales como el ciclismo de montaña, de ruta, de transporte urbano, de carga, de pista y el triatlón.

Con el devenir del tiempo no sólo gobiernos, sino muchas organizaciones no gubernamentales alrededor del paneta impulsan desde hace algunas décadas el uso de la bicicleta que durante la era del automóvil se miró con menosprecio, e incluso se acuñó el calificativo de “pueblo bicicletero” para aquellas comunidades donde este medio de transporte era en muchas ocasiones el único capaz de recorrer largas distancias y abruptas geografías.

En tiempos adversos por el calentamiento global, el sedentarismo con su cauda de daños al cuerpo humano y hoy con circunstancias agravadas por la posibilidad de un contagio virulento en el transporte público masivo, se acaricia con la mirada la bicicleta que resulta ser una de las mejores opciones de movilidad que habrán de considerar seriamente gobiernos y exigir las sociedades para que se respete y proteja a los ciclistas, se gestionen vías seguras para su desplazamiento, y áreas de estacionamiento para, poco a poco, reducir el reino del automóvil.

Frente a la situación de salud general, conviene crear conciencia sobre los beneficios corporales, emocionales y mentales que produce ejercitarse en bicicleta por ser un ejercicio aeróbico integral que produce endorfinas --la hormona de la felicidad--, despeja la mente y reduce el estrés; fortalece piernas, glúteos, abdomen, espalda, pectorales, brazos cuello y corazón; mejora la función circulatoria; reduce el colesterol y los triglicéridos, y contribuye a eliminar sobrepeso u obesidad sin impactar el cuerpo al tener un punto de apoyo en el asiento.

Se espera que, por fin, la bicicleta, recobre territorio tanto en las poblaciones pequeñas como en las grandes urbes, donde cada vez más se rebelan los ciudadanos contra el uso de “su majestad el automóvil”, como irónicamente lo llamó el responsable de la política ambiental de México, el etnobiólogo Víctor M. Toledo, en su artículo Ecología, espiritualidad y conocimiento. De la sociedad de riesgo a la sociedad sustentable.

Toledo Manzur describió al automóvil como “una deidad voraz, sucia, insegura y, sobre todo, sanguinaria (De la Cueva, 1996)” que aparece como una suerte de “máquina infernal”, devoradora por igual de seres humanos y de recursos naturales, y que es causa primaria del efecto sobre la estabilidad del ecosistema planetario.

Citó cifras escalofriantes de 1999. “Su majestad el auto hizo desaparecer de la faz de la tierra a entre 750,000 y 880,000 seres humanos (mayoritariamente jóvenes) y dejó heridos a entre 23 y 34 millones de personas (incluyendo peatones y ciclistas), es decir, en una década, la ‘máquina favorita’ eliminará a 8 millones de personas y afectará la vida de otras 200 a 300 millones”

Veinte años después, en noviembre de 2019 la organización ecologista Greenpeace México lanzó el “Manifiesto de la Revolución Urbana”, en el que propone que la Ciudad de México sea una urbe libre de contaminación con movilidad pública incluyente, equitativa, no motorizada, que ponga fin al “latifundio del automóvil”, y demandó una ciudad igualitaria que ofrezca condiciones de traslado seguras y eficientes sin que el medio de transporte que se use nos haga diferentes.

Adelantó que buscaría agruparse, organizarse y construir iniciativas locales en pro de la igualdad en el uso del espacio público y, a través de la formación de grupos en las colonias y barrios, y que gestionaría el establecimiento de un transporte público integral y de primera calidad que deje de lado la aspiración o necesidad de adquirir un vehículo.

En el Día Mundial de la Bicicleta es sano explorar las propuestas de diferentes sectores y emular a los intrépidos ciclistas que recorren kilómetros y kilómetros pedaleando una bicicleta en la selva urbana dominada aún por los automotores.