Por: Rafael Pacchiano Alamán

Esa es la magnitud del plástico, un material que hizo nuestras vidas más prácticas y que nos metió en el mundo del desechable, con consecuencias muy graves para nuestro medio ambiente, concretamente para nuestros océanos.

Hoy existen cinco islas de residuos formadas en su gran mayoría por plásticos, dos en el Pacífico —una de ellas más grande que la extensión de nuestro país—, dos en el Atlántico y una en el Índico.

La biodegradación del plástico puede tardar hasta mil años. En la actualidad, es cierto, hay polímeros que tardan mucho menos, pero aún siguen contaminando y afectando la vida de especies marinas, que quedan atrapadas o los confunden con alimentos.

El diagnóstico ya se tiene. Desafortunadamente no es alentador: 13 millones de toneladas de plástico que llegan cada año al mar. Es el momento de actuar, de hacer conciencia y de poner un freno al aterrador pronóstico de que en 2050 habrá más plástico que peces en el mar.

La vida en la superficie terrestre depende directamente de los océanos y, tristemente, el 80 por ciento de los residuos plásticos proviene de la actividad humana en tierra. Lo que pareció una solución para librarse de ellos, mandarlos lejos, fue más bien, ponerle el pie a la vida terrestre, a la humanidad.

Salvar los océanos, rescatar la vida marina, no será una tarea sencilla y no puede ser exclusiva de los ambientalistas. Urgen acciones masivas y eficaces de los Gobiernos, pero también de cada uno de nosotros como individuos.

Serán las pequeñas decisiones, como evitar usar un popote o cargar con una bolsa de tela para sustituir cinco o seis desechables, las que hagan el cambio. Mucho del plástico con el que convivimos diariamente, que sólo utilizamos una sola vez, debe ser sustituido y evitado.

La vida desechable tendrá que limitarse a momentos y acciones específicas. El reúso y reciclaje de los plásticos tiene que formar parte de nuestra cultura y de nuestro día a día. Se lo debemos a nuestros hijos y a las futuras generaciones. Salvemos los océanos.