Por Rafael Pacchiano Alamán

En tan sólo uno de ellos pueden existir 70 diferentes tipos de orquídeas, cientos de especies de escarabajos, hormigas y otros insectos.

Esta estimación del investigador Gerardo Ceballos, publicada en 1993, es una muestra de la riqueza natural de la selva chiapaneca, en donde se registra el 15 por ciento de las plantas del país, 500 especies de mariposas diurnas, el 27 por ciento de los mamíferos y 30 por ciento de las aves de todo México.

Su valor para la conservación es alto, sobre todo por su integridad biológica funcional que incluye un sistema hidrológico que representa poco más de la mitad de la cuenca del Río Usumacinta —junto con el Grijalva forman la región hidrológica de mayor extensión en México y el séptimo más grande del mundo— y su potencial como reservorio de carbono.

También lo es por su riqueza natural y su función como corredor biológico —se conecta con la reserva Maya de Guatemala y la Península de Yucatán—, así como por fenómenos naturales extraordinarios: las selvas más altas de México, especies compartidas sólo con Sudamérica o la única localidad actual con grandes poblaciones de guacamaya roja y águila arpía.

En la Selva Lacandona vive fauna considerada como rara, endémica, amenazada o en peligro de extinción, tales como el tapir, la nutria de río, el jaguar, el mono araña, el cocodrilo de río y la tortuga blanca, entre otras.

La mayor parte de su extensión, selva alta perennifolia (75 por ciento), es uno de los  ecosistemas más complejos y diversos que se conocen, pero a la vez, uno de los más vulnerables y frágiles frente a la presencia humana.

Todo esto nos obliga a ser responsables con su cuidado. Desde 1978, el Gobierno de México protege esta selva chiapaneca. Hoy se conserva a través de dos reservas de la biósfera (Montes Azules y Lacan-Tún), dos monumentos naturales (Bonampak y Yaxchilán) y tres áreas de protección de flora y fauna (Chan-Kin, Metzabok y Nahá).

A estos esfuerzos se le sumó el compromiso de Petróleos Mexicanos (Pemex), que aportará 25 millones de pesos al año, a perpetuidad. La Selva Lacandona no sólo es un pilar del México megadiverso, es una oportunidad de sostenibilidad, un lugar paradisiaco para disfrutar la naturaleza y una razón más para enamorarse de nuestra riqueza natural.

 

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